Enlace: http://www.laltramedicina.it/psych-a-spiritual/236-breve-introduzione-alla-cosmovisione-amerindiana.html
Texto de Francesco Di Ludovico.
Nei paesi del centro e sud America è comune tra gli studiosi l’impiego del termine cosmovisione, ad indicare una “visione del mondo” per lo più riferita alla sapienza tradizionale delle antiche tradizioni locali. Forse meno conosciuta in Occidente rispetto ad altre cosmovisioni (India, Cina), anche quella amerindiana è caratterizzata da un profondo substrato simbolico e dalla compenetrazione tra una elaborata metafisica e una notevole capacità di osservazione della natura. Ne deriva un originale modo di vedere il mondo, non privo di ricadute sulla vita delle persone.
Secondo la tradizione mesoamericana, il mondo è creato e percorso da sostanze sottili (“essenze”) di origine divina. López Austin scrive che gli antichi messicani pensavano che tali essenze o sostanze impercettibili, anime di tutto, si erano introdotte in ogni essere terrestre nel momento della creazione. I creatori dovevano a queste sostanze la propria natura. In principio c’era una dea acquatica, caotica e mostruosa, chiamata Cipáctli. Costei si divise in due. La parte superiore costituì il cielo, a carattere maschile; la parte inferiore, la terra, a caracteres femminile. Quattro alberi–pilastro separarono il cielo dalla terra per evitare una possibile unione di entrambi e la ri–nascita della dea. Gli dèi superiori si unirono con quelli inferiori, commettendo peccato. Da ciò nacquero il mondo e gli esseri terrestri. Dèi, alberi e uomini sono “cammini di dèi”, spazi di circolazione di flussi o correnti divine (provenienti da Cipáctli). Secondo lo stesso Autore, il concetto mesoamericano del tempo originario spiega l’esistenza di due tipi di materia: una sottile, pressoché o completamente impercettibile, e un’altra greggia, pesante, densa, sensorialmente percettibile. Tutti gli esseri terrestri (animali, vegetali, minerali) sono formati da questi due tipi di materia–sostanza. L’essere umano sarebbe costituito da materia densa ed anima, o anime, della stessa natura degli dèi, dato che egli proviene dal flusso originale della creazione. E quindi una parte dell’essere umano è divina.
La cosmovisione dei popoli originari mesoamericani possiede caratteri essenziali comuni. La caratteristica peculiare, di eco est–asiatica (e che secondo alcuni insigni Autori comproverebbe la derivazione etnica delle genti mesoamericane) è la contemplazione dell’interdipendenza degli opposti e dell’equilibrio che essi originano. Altra caratteristica importante è l’affermazione della ciclicità eventualmente rinnovatrice degli eventi: a breve o lungo termine, ogni accadimento nasce e si conclude; però, quando esso è sostenuto da un’azione benevola, la volta successiva è capace di migliorare. Una terza caratteristica è la credenza nell’influenza reciproca delle azioni umane e celesti (cosmico–calendariche e divine), la cosiddetta “relazione microcosmo–macrocosmo”: Uomo e Universo sono connessi da una mutua attrazione grazie alla quale i pensieri e le azioni umane si ripercuotono sull’universo allo stesso modo in cui gli astri e le divinità di quest’ultimo influiscono sull’individuo. C’è, inoltre, la notevole considerazione dell’animismo. Secondo questo, esistono forze vaghe, impalpabili, che tuttavia animano profondamente le cose, gli uomini e gli accadimenti; esse sono: il Tonalli (con principale sede nella testa, impropriamente tradotto come “anima” o “spirito” è in realtà molto di più: vibrante vitalità, divina energia), il Teyolía (nel cuore) e l’Ihíyotl (nel fegato).
Altre caratteristiche della Weltanschauung mesoamericana sono la visione di un universo diviso in tre parti: cielo, terra e inframondo (mondo ctonio); poi, darsi la possibilità di comunicare con le divinità tramite l’uso delle piante psicotrope (enteogene). Infine la credenza dell’influenza del calendario sugli accadimenti umani, secondo la regolazione del flusso delle forze animiche da parte del mondo superiore verso il nostro pianeta attraverso un perno centrale (axis mundi, generalmente rappresentato dall’albero cosmico come la ceiba o il mais) e i quattro punti cardinali delle Terra.
Dal principio basilare duale deriva il concetto di tutte le cose nella tradizione mesoamericana.
"MATERIA, SALUS ET VITA NATURA SUNT" Lo que decimos que vemos, ¿es una realidad creada por la palabra? El pasado es información. El futuro, en cuanto posibilidad de ser ideado, también. El presente es imposible fijarlo. Muchos afirman que el tiempo no existe, que todo se reduce a datos circulando. Nosotros mismos podríamos ser simplemente eso, información manejando información. Y la materia, la salud y la naturaleza, más de lo mismo.
Los seres humanos creamos culturas. Observamos, pensamos, imaginamos, obramos, comunicamos nuestras experiencias... Somos variados. Construimos nuestra "realidad". Fabricamos opiniones y maneras distintas de narrar nuestras vivencias. Este espacio expone estudios y trabajos del campo de la antropología del bienestar y la salud así como de la antropología de la naturaleza, sus componentes y sus leyes mostrando diversas concepciones y acciones que en esos terrenos se pueden dar y llevar a cabo en las culturas y sociedades del mundo.
Foto: "Águila peleando con serpiente". Tatuaje clásico del artista: Alvar Mena (La barbería tatuajes. Salamanca)
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SEGUNDA ETAPA
miércoles, 11 de junio de 2014
sábado, 10 de mayo de 2014
Etnozoología. Algunos aspectos de etnoveterinaria.
Por: Alfonso J. Aparicio Mena.
Entendemos por etnozoología el conjunto de referencias de experiencia y saberes relacionados con los animales, que, estrechamente relacionados (aquéllos) con sus culturas y tradiciones, nos ofrecen los miembros de distintas colectividades a lo largo y ancho del mundo (en el presente) y a lo largo y ancho de la historia. Tales referencias y comunicaciones son construcciones discursivas resultantes de las interacciones humanos-animales introduciendo elementos culturales y emocionales en el proceso que va desde las puras captaciones sensoriales hasta la fabricación final de la representación mental comunicable o comunicada (hecha "palabra"). Así pues, sería etnozoología el discurso o la narración sobre animales de un lugareño de cualquier cultura o lugar del planeta tanto como el discurso científico de un biólogo. La ciencia es un logro cultural más y, desde una óptica no evolucionista, no lineal ni unidireccional (óptica no etnocentrista), representa una manera de explicar el mundo y las cosas, distinta de la manera zapoteca en Oaxaca, de la manera cantonesa en Asia o del modo de ver y explicar el mundo y las cosas de los bosquimanos del Kalahari.
Los modos de entender y atender en salud y bienestar animal serían, por su parte, aquello a lo que hemos denominado etnoveterinaria. Es decir, se trataría de acercamientos comprensivos en salud-enfermedad de los animales y consiguientes acciones e intervenciones humanas reequilibradoras, curadoras; en definitiva, restablecedoras del bienestar en los animales. Cada cultura del presente tiene sus tradiciones al respecto. Cada cultura histórica también. Modos de atender y curar que se perdieron, modos que se siguen usando, transmitiéndose a través del vehículo de la oralidad, modos que se aprenden en la Universidad. Todas esas maneras de entender y atender en salud animal tienen como primer objetivo los animales domésticos o salvajes (por distintos motivos); y muchas de ellas tienen como objetivo final el bienestar de los seres humanos. En el pasado en nuestras tierras de Castilla y León, el cerdo era una de las bases de sustento de la familia, si no la base. Era necesario que estuviera bien él para que, a través de su aporte alimenticio, no sólo estuvieran bien los humanos sino que pudieran continuar subsistiendo. Gracias a ello estamos algunos (o muchos) aquí ahora.
Mi madre, ya fallecida, me contó muchas cosas de la familia y de la comarca (Cerrato palentino). Esas cosas no aparecen en los libros salvo ciertos detalles estudiados por antropólogos, como en otros lugares. Me relató que en cierta ocasión, ella y una prima dieron de comer algo nocivo a las gallinas. Éstas, empezaron a marearse. Mi bisabuela, que las vio, reaccionó inmediatamente. Mandó a las niñas coger tijeras, aguja e hilo. La abuela les abrió el buche y sacó la porquería, lavando la zona inmediatamente. Luego las cosió y al instante ya estaban picoteando por el corral. Ninguna falleció. Antes de que el hilo pudiera romperse o deshacerse, la abuela se lo quitó quedando las gallinas, según mi madre, perfectas. Como es lógico, mi abuelo se enteró, castigando a mi madre y a mi tía. Según mi madre, el castigo no fue severo sino más bien una manera de entender que ciertos comportamientos no hay que tomarlos a la ligera. De pequeños nos dijeron: "no juguéis con las cosas de comer". Tal vez eso se extendía a los animales domésticos aportadores de alimentos.
No hace mucho, trabajando en un proyecto interdisciplinar de Etnozoología para la salud humana con los profesores e investigadores: José Antonio González y José Ramón Vallejo, tuve que escribir sobre los simbolismos asociados a determinados procedimientos tradicionales etnoveterinarios en la prov. de Salamanca. Me llamaron la atención unos que señalaban la necesidad de revolcarse las caballerías en suelos pisados habitualmente por ovejas o en establos de ovejas, para problemas de empacho en caballos y mulos así como para la prevención de dichos problemas. Cuál fue mi sorpresa cuando, simultáneamente, observé a mi propio caballo hacer tales cosas. Lo había visto alguna vez pero no lo había asociado a ningún conocimiento tradicional porque un servidor no tenía idea. Me interesé y pregunté a gente mayor del campo. Me dijeron que si las caballerías compartían espacio con las ovejas, los caballos se revolcaban frecuentemente en ese suelo de forma espontánea. Si no, en caso de necesidad se les podía llevar a un lugar así obligándoles a tumbarse y revolcarse. Lo cierto es que, a fecha de hoy, mi caballo y una yegua con la que convive, pese a su glotonería, nunca han tenido problemas digestivos.
El antropólogo no juzga, no debe juzgar, los hechos que estudia o las referencias que le dan. Las explicaciones de los locales tienen valor por sí mismas dentro del contexto específico de saberes tradicionales y populares del que provienen.
No se puede mezclar agua y aceite. Es ridículo intentar valorar conocimientos populares a la luz de la ciencia por ejemplo. Cada cosa pertenece a su contexto y hemos de acercarnos a su comprensión dentro de dicho contexto.
En la actualidad, dentro del apasionante mundo del caballo, por ejemplo, hay varias corrientes de pensamiento para encauzar la doma y otros aspectos de la equitación, Incluso los cuidados y atención de los equinos. Tenemos la línea llamada clásica, líneas locales con variantes y matices autóctonos y mixtos y líneas naturalistas que derivan de "filosofías" de relación con los caballos provenientes de pensadores, etólogos o criadores que consideran la necesidad del respeto máximo al caballo, intentando "pensar" como él para lograr una relación humano-equino satisfactoria y respetuosa. Como hemos dicho antes, aquí no estamos para comparar o valorar, y además, ¿en relación con qué modelo de comparación?, cuando todas las líneas nombradas tienen igual derecho a existir y desarrollarse. Es cuestión de elección del interesado en este mundo; por supuesto condenando enérgicamente todas las maneras de adiestrar con el miedo y la violencia. Pues bien, en cada caso se siguen modos diferentes de entender y atender en relación al bienestar de los caballos. Hay veterinarios que apoyan más unas líneas que otras. Como experiencia personal diré que mi caballo se vio aquejado de "arestines" (infecciones por bacterias y hongos en las cuartillas). Utilicé medios convencionales y limpieza local con soluciones jabonosas determinadas de acuerdo con los consejos de mis veterinarias. Las infecciones mixtas de hongos y bacterias bajaban de intensidad pero volvían con más fuerza. Finalmente opté por la homeopatía con óptimos resultados.
Fue mi caso pero opino que no se pueden generalizar como recomendaciones-protocolo las experiencias positivas de alguien. Es necesario siempre un diagnóstico individualizado. Cada caso contiene elementos (propios del animal, ambientales, costumbres de sus propietarios, alimentación, horarios, etc.) particulares cuya confluencia genera una circunstancia diferente de otra que el veterinario sabrá atender debidamente; o el etnoveterinario tradicional. No creemos que los remedios etnoveterinarios locales ensayados desde hace siglos y que dieron resultados favorables tengan que ser analizados por la ciencia. La ciencia aporta sus soluciones, igual de válidas y buenas dependiendo de la circunstancia y el caso así como de los criterios de los buenos veterinarios; y las tradiciones curativas locales las suyas. Como dijimos antes, cada cosa hay que entenderla dentro de su contexto sociohistóricocultural y local. Nos dicen algunos que se pueden conjugar unos y otros saberes y sistemas, con inteligencia, conocimiento y prudencia. Buena sugerencia a nuestro modo de ver.
En algunos foros de Internet, las comunidades que se relacionan alrededor de un tema y objeto de interés zoológico-etnozoológico común exponen opiniones variadas de los aficionados. Se suele cometer el error de pedir ayuda sin más; y, peor, de dar recomendaciones basadas en experiencias propias. Creemos que se deben aportar referencias de experiencia sin dar a entender que dichas informaciones van a solucionar los casos para los que se pide ayuda. Las ayudas hay que buscarlas personalmente en los profesionales veterinarios y en aquellos que, disponiendo de probado conocimiento tradicional, puedan ser de ayuda individualizada. En cualquier caso, limitar los medios agresivos de cualquier tipo si no son estrictamente necesarios, opinamos.
En el área donde vivo (Cerrato palentino), me han narrado bastantes modos y procedimientos tradicionales locales de atención a los animales domésticos (ovejas, caballerías, gallinas, conejos, etc.). También en la provincia de Salamanca. Una gran parte de esos modos se basan en los resultados de sus aplicaciones lo cual se acompaña también en las trasmisiones orales apoyando su uso con el tiempo. Existen modos y procedimientos que llamaríamos naturalistas como por ejemplo echar agua fría o fresca en la herida que se hace un mulo al cocear un objeto punzante y rasgarse la piel de la pata; modos y procedimientos relacionados con simbolismos locales (de creencias) como por ejemplo rezar varias avemarías para que la oveja para bien; y modos mixtos en los que se conjugan ayudas de plantas con momentos o lugares cuya influencia no física se supone beneficiosa para el animal.
Los partidarios de la doma natural con una personalidad fuerte llegan a ser capaces de tranquilizar y hacer que se acerque un caballo terrible y peligroso en tres-cuatro días. Lo hemos visto con nuestros propios ojos. Esas personas reducen el estrés y las tensiones de los equinos favoreciendo las interacciones con ellos. Algunos profesores de equitación nos han dicho, sin embargo, que no todo el mundo puede hacer eso, o hacerlo tan rápido; sólo personas muy fuertes interiormente, con una fortaleza que los caballos perciben y que respetan. El común de los mortales tiene que acercarse paulatinamente, con prudencia afianzando su seguridad a medida que gana terreno. Los naturistas de los caballos nos han dicho que es en esa relación equilibrada de respeto y equilibrio en la que cada uno tiene su lugar donde se basa el bienestar y la buena disposición de los caballos. Y consecuentemente el éxito y el disfrute con ellos.
Nos señalan que esa idea se extiende a todos los animales, los perros, gatos, pájaros, etc. El sometimiento al humano sin concesiones no sólo genera dolor interior y baja de defensas en los animales con los que se convive sino también conductas potencialmente peligrosas para los humanos, o para otros animales, por miedo o por recelo.
Con mucha de la gente con la que hemos conversado coincidimos en que existe una mayor sensibilización de la sociedad hacia los animales de compañía. Resta el oscuro ámbito del sacrificio, necesario para la mayoría de los preguntados, sobre todo por las necesidades de alimentación del humano, que es omnívoro. Algunos naturalistas vegetarianos, incluidos profesores de la universidad con quienes he conversado, consideran el sacrificio alimenticio como una muerte gratuita tan condenable, en su opinión, como las muertes de los toros en las corridas, la del zorro en la tradición de caza inglesa o las de la caza llamada deportiva.
Y concluimos este breve apunte etnoveterinario recordando que nosotros no damos respuestas sino que congregamos las opiniones que sobre un tema nos proporcionan nuestros entrevistados, añadiendo también como observadores participantes las nuestras propias previamente señaladas como tales.
La etnoveterinaria tradicional ha decrecido en nuestros espacios rurales olvidándose y perdiéndose muchos de los remedios para animales domésticos porque tampoco hay ya una gran cantidad de esos animales en cuyas espaldas descansaba la vida y el futuro de las familias en época de nuestros padres/abuelos.
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Dedico este artículo a mis hijos para que los saberes y anécdotas de nuestros abuelos lleguen a sus descendientes. Los animales son seres con derechos que debemos respetar. Es un placer compartir la vida con ellos. SON PARTE DE NUESTRA IDENTIDAD.
Un agradecimiento especial a Fernando y familia (Villaconancio) así como a personas del mundo del caballo en Palencia con quienes hemos hablado, cambiado impresiones y de las que hemos aprendido.
Entendemos por etnozoología el conjunto de referencias de experiencia y saberes relacionados con los animales, que, estrechamente relacionados (aquéllos) con sus culturas y tradiciones, nos ofrecen los miembros de distintas colectividades a lo largo y ancho del mundo (en el presente) y a lo largo y ancho de la historia. Tales referencias y comunicaciones son construcciones discursivas resultantes de las interacciones humanos-animales introduciendo elementos culturales y emocionales en el proceso que va desde las puras captaciones sensoriales hasta la fabricación final de la representación mental comunicable o comunicada (hecha "palabra"). Así pues, sería etnozoología el discurso o la narración sobre animales de un lugareño de cualquier cultura o lugar del planeta tanto como el discurso científico de un biólogo. La ciencia es un logro cultural más y, desde una óptica no evolucionista, no lineal ni unidireccional (óptica no etnocentrista), representa una manera de explicar el mundo y las cosas, distinta de la manera zapoteca en Oaxaca, de la manera cantonesa en Asia o del modo de ver y explicar el mundo y las cosas de los bosquimanos del Kalahari.
Mi madre, ya fallecida, me contó muchas cosas de la familia y de la comarca (Cerrato palentino). Esas cosas no aparecen en los libros salvo ciertos detalles estudiados por antropólogos, como en otros lugares. Me relató que en cierta ocasión, ella y una prima dieron de comer algo nocivo a las gallinas. Éstas, empezaron a marearse. Mi bisabuela, que las vio, reaccionó inmediatamente. Mandó a las niñas coger tijeras, aguja e hilo. La abuela les abrió el buche y sacó la porquería, lavando la zona inmediatamente. Luego las cosió y al instante ya estaban picoteando por el corral. Ninguna falleció. Antes de que el hilo pudiera romperse o deshacerse, la abuela se lo quitó quedando las gallinas, según mi madre, perfectas. Como es lógico, mi abuelo se enteró, castigando a mi madre y a mi tía. Según mi madre, el castigo no fue severo sino más bien una manera de entender que ciertos comportamientos no hay que tomarlos a la ligera. De pequeños nos dijeron: "no juguéis con las cosas de comer". Tal vez eso se extendía a los animales domésticos aportadores de alimentos.
El antropólogo no juzga, no debe juzgar, los hechos que estudia o las referencias que le dan. Las explicaciones de los locales tienen valor por sí mismas dentro del contexto específico de saberes tradicionales y populares del que provienen.
No se puede mezclar agua y aceite. Es ridículo intentar valorar conocimientos populares a la luz de la ciencia por ejemplo. Cada cosa pertenece a su contexto y hemos de acercarnos a su comprensión dentro de dicho contexto.
En la actualidad, dentro del apasionante mundo del caballo, por ejemplo, hay varias corrientes de pensamiento para encauzar la doma y otros aspectos de la equitación, Incluso los cuidados y atención de los equinos. Tenemos la línea llamada clásica, líneas locales con variantes y matices autóctonos y mixtos y líneas naturalistas que derivan de "filosofías" de relación con los caballos provenientes de pensadores, etólogos o criadores que consideran la necesidad del respeto máximo al caballo, intentando "pensar" como él para lograr una relación humano-equino satisfactoria y respetuosa. Como hemos dicho antes, aquí no estamos para comparar o valorar, y además, ¿en relación con qué modelo de comparación?, cuando todas las líneas nombradas tienen igual derecho a existir y desarrollarse. Es cuestión de elección del interesado en este mundo; por supuesto condenando enérgicamente todas las maneras de adiestrar con el miedo y la violencia. Pues bien, en cada caso se siguen modos diferentes de entender y atender en relación al bienestar de los caballos. Hay veterinarios que apoyan más unas líneas que otras. Como experiencia personal diré que mi caballo se vio aquejado de "arestines" (infecciones por bacterias y hongos en las cuartillas). Utilicé medios convencionales y limpieza local con soluciones jabonosas determinadas de acuerdo con los consejos de mis veterinarias. Las infecciones mixtas de hongos y bacterias bajaban de intensidad pero volvían con más fuerza. Finalmente opté por la homeopatía con óptimos resultados.
Fue mi caso pero opino que no se pueden generalizar como recomendaciones-protocolo las experiencias positivas de alguien. Es necesario siempre un diagnóstico individualizado. Cada caso contiene elementos (propios del animal, ambientales, costumbres de sus propietarios, alimentación, horarios, etc.) particulares cuya confluencia genera una circunstancia diferente de otra que el veterinario sabrá atender debidamente; o el etnoveterinario tradicional. No creemos que los remedios etnoveterinarios locales ensayados desde hace siglos y que dieron resultados favorables tengan que ser analizados por la ciencia. La ciencia aporta sus soluciones, igual de válidas y buenas dependiendo de la circunstancia y el caso así como de los criterios de los buenos veterinarios; y las tradiciones curativas locales las suyas. Como dijimos antes, cada cosa hay que entenderla dentro de su contexto sociohistóricocultural y local. Nos dicen algunos que se pueden conjugar unos y otros saberes y sistemas, con inteligencia, conocimiento y prudencia. Buena sugerencia a nuestro modo de ver.
En algunos foros de Internet, las comunidades que se relacionan alrededor de un tema y objeto de interés zoológico-etnozoológico común exponen opiniones variadas de los aficionados. Se suele cometer el error de pedir ayuda sin más; y, peor, de dar recomendaciones basadas en experiencias propias. Creemos que se deben aportar referencias de experiencia sin dar a entender que dichas informaciones van a solucionar los casos para los que se pide ayuda. Las ayudas hay que buscarlas personalmente en los profesionales veterinarios y en aquellos que, disponiendo de probado conocimiento tradicional, puedan ser de ayuda individualizada. En cualquier caso, limitar los medios agresivos de cualquier tipo si no son estrictamente necesarios, opinamos.
En el área donde vivo (Cerrato palentino), me han narrado bastantes modos y procedimientos tradicionales locales de atención a los animales domésticos (ovejas, caballerías, gallinas, conejos, etc.). También en la provincia de Salamanca. Una gran parte de esos modos se basan en los resultados de sus aplicaciones lo cual se acompaña también en las trasmisiones orales apoyando su uso con el tiempo. Existen modos y procedimientos que llamaríamos naturalistas como por ejemplo echar agua fría o fresca en la herida que se hace un mulo al cocear un objeto punzante y rasgarse la piel de la pata; modos y procedimientos relacionados con simbolismos locales (de creencias) como por ejemplo rezar varias avemarías para que la oveja para bien; y modos mixtos en los que se conjugan ayudas de plantas con momentos o lugares cuya influencia no física se supone beneficiosa para el animal.
Los partidarios de la doma natural con una personalidad fuerte llegan a ser capaces de tranquilizar y hacer que se acerque un caballo terrible y peligroso en tres-cuatro días. Lo hemos visto con nuestros propios ojos. Esas personas reducen el estrés y las tensiones de los equinos favoreciendo las interacciones con ellos. Algunos profesores de equitación nos han dicho, sin embargo, que no todo el mundo puede hacer eso, o hacerlo tan rápido; sólo personas muy fuertes interiormente, con una fortaleza que los caballos perciben y que respetan. El común de los mortales tiene que acercarse paulatinamente, con prudencia afianzando su seguridad a medida que gana terreno. Los naturistas de los caballos nos han dicho que es en esa relación equilibrada de respeto y equilibrio en la que cada uno tiene su lugar donde se basa el bienestar y la buena disposición de los caballos. Y consecuentemente el éxito y el disfrute con ellos.
Nos señalan que esa idea se extiende a todos los animales, los perros, gatos, pájaros, etc. El sometimiento al humano sin concesiones no sólo genera dolor interior y baja de defensas en los animales con los que se convive sino también conductas potencialmente peligrosas para los humanos, o para otros animales, por miedo o por recelo.
Con mucha de la gente con la que hemos conversado coincidimos en que existe una mayor sensibilización de la sociedad hacia los animales de compañía. Resta el oscuro ámbito del sacrificio, necesario para la mayoría de los preguntados, sobre todo por las necesidades de alimentación del humano, que es omnívoro. Algunos naturalistas vegetarianos, incluidos profesores de la universidad con quienes he conversado, consideran el sacrificio alimenticio como una muerte gratuita tan condenable, en su opinión, como las muertes de los toros en las corridas, la del zorro en la tradición de caza inglesa o las de la caza llamada deportiva.
Y concluimos este breve apunte etnoveterinario recordando que nosotros no damos respuestas sino que congregamos las opiniones que sobre un tema nos proporcionan nuestros entrevistados, añadiendo también como observadores participantes las nuestras propias previamente señaladas como tales.
La etnoveterinaria tradicional ha decrecido en nuestros espacios rurales olvidándose y perdiéndose muchos de los remedios para animales domésticos porque tampoco hay ya una gran cantidad de esos animales en cuyas espaldas descansaba la vida y el futuro de las familias en época de nuestros padres/abuelos.
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Dedico este artículo a mis hijos para que los saberes y anécdotas de nuestros abuelos lleguen a sus descendientes. Los animales son seres con derechos que debemos respetar. Es un placer compartir la vida con ellos. SON PARTE DE NUESTRA IDENTIDAD.
Un agradecimiento especial a Fernando y familia (Villaconancio) así como a personas del mundo del caballo en Palencia con quienes hemos hablado, cambiado impresiones y de las que hemos aprendido.
martes, 29 de abril de 2014
"LA LIMPIA NELLE MEDICINE TRADIZIONALI MESOAMERICANE"
El presente texto es parte de la versión italiana del libro "La Limpia en las Etnomedicinas Mesoamericanas", publicado en Italia por ARACNE EDITRICE. Autores: Alfonso J. Aparicio Mena & Francesco Di Ludovico. Traducción hecha por F. Di Ludovico. Cubierta e ilustraciones: Álvar Aparicio Tejido.
"Malattia e cura
Il rapporto dell’uomo con il mondo delle “entità vegetali”, adibite o no a scopo curativo, è stato sempre molto stretto, soprattutto nei tempi antichi.
La cura tradizionale con le piante medicinali (chiamata «etnofarmacologia») in Mesoamerica obbedisce a molteplici parametri. Dopo aver dato una diagnosi di malattia organica, da parte della gente comune l’uso delle piante è principalmente proposto in maniera allopatica (fitoterapia), dove la scelta della pianta da impiegare è di tipo empirico (nel senso di sperimentale). Nonostante tale frequente evenienza, le piante utilizzate possono essere scelte in base alla natura “fredda” o “calda” della malattia, la parte del corpo colpita, il giorno e il contesto in cui la malattia è insorta. Tale approccio non corrisponde dunque esattamente all’allopatia attualmente intesa, ma la supera in quanto migliora la scelta vegetale rendendola più specifica ad ogni caso clinico anche quando si tratta del medesimo paziente (in momenti o casi diversi). La pianta medicinale è pertanto concepita come apportatrice, al corpo, di un salutifero messaggio energetico, di una specie di vibrazione sanatrice, un po’ come succede secondo la moderna floriterapia; inoltre, sempre secondo la cosmovisione meramente indigena, al vegetale si conferisce una valenza panteistica, come se esso fosse impregnato di divino, di quello spirito che vibra in tutte le cose anche di apparenza non animata[5].
Maria Alice Campos Freire[6] a tal proposito scrive che incorporare le proprietà della pianta in una pillola è molto meno effettivo di utilizzare la pianta allo stato naturale, poiché la forza vitale della pianta, elemento essenziale per la cura, viene distrutta quando se ne fa una pillola[7]. La “forza vitale” cui si riferisce tale Autrice è quell’energia superiore che anima tutto il creato e che riveste un carattere speciale in ogni essere (persona, animale, pianta) e in ogni cosa (minerali, spazi naturali, spazi umani, ecc.), che però evidentemente non trasferisce ai prodotti elaborati dall’industria farmaceutica. Questi possono avere le proprie “anime”, benché personalmente non conosco studi al riguardo.
Non è, dunque, infrequente che nelle etnomedicine mesoamericane le informazioni sulle cause di alcune malattie si ricerchino attraverso l’intervento del mondo spirituale, soprattutto quando si sospetta che l’origine del malessere sia divina. In tal caso diventa comune la pratica che il terapeuta religioso (lo sciamano in primis) si avvalga di piante[8] capaci di alterare lo stato della sua coscienza in modo che egli possa fare filantropica incursione nell’universo trascendente in cui chiedere a Dio il motivo dell’accadimento funesto[9].
Altre piante sono donate in offerta o in occasione di liturgie, altre possiedono finalità divinatoria. In questi casi, diversi, però tutti finalizzati a preservare religiosamente lo stato di benessere, il mondo vegetale diventa il mediatore tra l’Uomo e il Divino per ringraziarlo o blandirlo così come per acquisirne conoscenza. Quando, d’altra parte, il sospetto di una malattia è la magia, il paziente o i suoi familiari si orientano specialmente ad un curandero che proponga come cura una limpia fatta significativamente con erbe e preghiere. Comunque sia, a causa del fatto di conferire, tanto da parte della pagana religiosità indigena quanto di quella dell’iberico stato ecclesiale, somma importanza all’aspetto religioso, quasi sempre nella terra novoispana si propongono terapie che tengono in conto il divino, sia in forma sincretica sia in forma puramente pre–/post–Conquista.
Oggigiorno, dopo cinquecento anni di complessa integrazione con gli aspetti europei, sono, di fatto, circondati da una nuova flora, che ha già acquisito un carattere di nazionalità, quei molti alberi e piante medicinali autoctoni, vestigia di un antico paradiso, la cui coltivazione permise la realizzazione di mercati per l’esercizio formale della medicina indigena, e che tempo fa spuntavano meravigliosamente da mirabili giardini e da collezioni scrupolosamente curate[10].
[1] Cfr. F. Di Ludovico. 2009, ivi.
[2] Cfr. F. Di Ludovico. 2009, ivi.
[3] Cfr. F. Di Ludovico. 2009, ivi.
[4] L. Scheffler. 2003, Magia y brujería en México: p. 23.
[5] Cfr. F. Di Ludovico. 2009, op. cit.
[6] Rappresentante della Chiesa del Santo Daime, nella selva amazzonica.
[7] Tratto dalla cit. in C. Schaefer. 2008, La voz de las trece abuelas: p. 115.
[8] Come abbiamo già detto, sono chiamate «enteogene» (“dalle quali sorge il divino”, “che tirano fuori il divino che è in noi”) o comunemente «allucinogene».
[9] Cfr. F. Di Ludovico, A.J. Aparicio Mena. 2012, op. cit.
[10] Cfr. F. Di Ludovico. 2009, op. cit."
Come già detto, l’equilibrio che garantisce la salute all’uomo è interno a questo (fisico e psichico) così come esterno (instaurato, dunque, con la società, l’ambiente e l’ultraterreno). In tal modo la malattia, secondo tale cosmovisione, può avere origine dalla rottura di questo equilibrio a causa dell’inadempienza a regole con il suo habitat generale implicando cosmo e divinità; pertanto gli originari mesoamericani dichiarano una visione olistica dell’uomo. Secondo questa —ripetiamo— l’Uomo è concepito come un insieme relativamente indissolubile di componenti somatica (corpo) e psichica (mente, affettivo–emotiva) insieme a quelle spirituali (Tonalli, ecc.); a questo aspetto, intrinseco ed estrinseco, si sommano il mondo superiore (cosmo, calendario, dèi, ecc.) e le credenze (superstizioni, magia, ecc.). La relazione microcosmo–macrocosmo si instaura tra l’Uomo e l’Universo (divinità incluse), così come tra le sue parti (organi) e gli astri. Il livello orizzontale mette a confronto l’Uomo con i suoi simili, con l’àmbito sociale e con quello naturale.
Da queste considerazioni strutturali si può capire come per gli indigeni diventano fondamentali, per mantenere la salute, l’amore per se stessi e per gli altri, per gli dèi e la natura, l’attenzione ai pensieri, il timore alla magia e il rispetto all’influenza calendarico–astrale. Perciò le eziologie nosologiche possono essere molte e composite, come i danni organici, i problemi mentali, le sociopatie, l’alterata relazione con la natura, la mancanza di religiosità, l’invidia, il susto, il mal aire, il malocchio[1].
Vogliamo approfondire in questo paragrafo il concetto di Tonalli, di cui abbiamo già fatto cenno. Una visione strettamente cristiana cattolica ha, impropriamente, tradotto la parola nahua “Tonalli” (o “Tonal”) in “anima” o “spirito” o, con sforzo sincretico, “ombra”. Il Tonalli lo possiamo interpretare, piuttosto, come una specie di aura che nasce dalla testa, circonda il corpo essendone una parte al contempo; divina energia, afflato sacro, forza vitale, intelligenza saggia, principio essenziale che resiste alla morte e che determina al suo possessore indole e destino, libera volontà, coscienza. Fisiologicamente, secondo le testimonianze originarie, il Tonalli si separa dalla parte somatica al momento dell’orgasmo, nel sogno e in caso de ebbrezza[2]. Inoltre, le cose apparentemente inanimate hanno il proprio Tonalli (“subatomica vitalità”, potremmo dire); anche con questo senso possiamo concettualmente assimilarlo all’asiatico Qi; in realtà ad una parte del Qi essenziale, poiché anche il Qi è la materia fisica e l’organizzazione e l’insieme di leggi del mondo newtoniano. Nella tradizione della MTC si dice, per esempio, che quelli che chiamiamo «organi» (come il cuore, il fegato, il polmone, la milza, il rene) hanno le proprie “essenze” (Qi) o entità psichiche associate, di natura sottile (potremmo dire quantistica o addirittura subquantistica). Questi “spiriti” associati o uniti necessariamente ai suddetti organi sono: Shen, Hun, Po, Yi, Zhi e tutti dipendono e derivano dallo Shen generale individuale (mente di ogni persona, identità differenziata da quella di un altro individuo, essendo però parte del Qi universale).
Nelle pagine precedenti abbiamo accennato a due importanti malattie di nosologia indigena mesoamericana: il susto e l’aire; qui vogliamo spiegarle meglio. Nell’àmbito nosologico mesoamericano, la parola “susto” possiede una valenza semantica più profonda di quella semplice e sinonimica di “spavento”; di fatti, può parafrasarsi come “stress post–traumatico”, la medesima malattia che secondo la moderna psichiatria soffre una persona a seguito di un brutto incidente o di un lutto doloroso. Ciò si rende causa della “perdita del Tonal” (chiamata oggigiorno, per sincretica traduzione, “perdita dell’anima” o “perdita dello spirito”), che consiste clinicamente in depressione nervosa, stanchezza, insonnia, incubi o altri malesseri funzionali (psicògeni, non organici)[3]. I miei informatori dello Stato messicano di Oaxaca me lo hanno descritto (con altre parole) come un problema risultante dall’interazione con l’ambiente (fisico, sociale e culturale–simbolico) per persone appartenenti ai gruppi originari o alla società meticcia. Il susto provoca varie reazioni, però le persone che ne soffrono si debilitano sempre più, perdono interesse per il cibo e le bevande, per la gente e per le altre cose; sono tristi, dimagriscono o sono infiammate, a volte si esauriscono, respirano a fatica, hanno fobie e difficoltà nelle relazioni con gli altri. Si dice che un luogo, una circostanza, alcune persone, un animale, un fenomeno meteorologico (intesi come esseri dotati della capacità di influire sulle persone e sulle cose) eccetera, hanno rubato loro o hanno fatto sì che “perdessero l’anima”, il costituente animico–energetico–vitale capace di mantenerle unite al mondo e operative nel proprio gruppo. Alcuni dei miei informatori etnomedici assicurano che il susto non curato può evolvere fino alla morte del paziente; e credono anche che contro il susto i rimedi occidentali siano per la maggior parte inefficaci, e che soltanto l’abile intervento dello specialista o di un’altra persona che conosce i procedimenti tradizionali di cura possono interrompere l’evoluzione e/o risolvere il problema. Anche nell’àmbito della classe scientifica messicana ci sono persone che parlano con gran rispetto del susto, sia perché ne hanno personalmente sofferto sia perché lo hanno visto in persone a loro vicine. I miei informatori mi riferirono di alcune esperienze di susto senza che avessero una spiegazione logico–scientifica dei fatti narrati.
L’aire è un altro problema di nosologia indigena: ha il significato di “soffio energetico”, “alito magico” frequentemente a connotazione negativa (mal aire). Consiste, secondo le genti locali, nella compromissione della persona a causa di “energie” provenienti da sguardi o pensieri, ma anche dal terreno, dalla prossimità ad aree malsane, acque stagnanti, immondezzai o spazi qualificati impuri e dannosi da un punto di vista tradizionale (simbolico). Infatti, quando si acquisisce con gli sguardi cattivi della gente, il mal aire coincide con il malocchio. Si può pensare bene o male della persona cui si rivolge lo sguardo. In ogni caso, tali pensieri possono trasferirsi come “energie” producendo aire. Lilian Scheffler dice che il mal aire si acquisisce passando vicino al cimitero o se una persona, con l’intento di cagionare del male, mette ossa di morto o terra cimiteriale in casa; e che si cura con limpias praticate da parte di specialisti[4].
Nella cura, si dà di solito, comunque, somma importanza all’aspetto religioso, poiché c’è la credenza che alla fine la volontà di Dio (o, in termini di politeismo, gli dèi) influisce sul resto. In tal modo, un semplice mal di testa non è visto soltanto come tale, bensì come un’infermità che è potuta capitare per varie ragioni, frequentemente congiunte, la cui risoluzione necessita comunque dell’aiuto divino. L’essere umano, infine, non dipende da ciò che egli usa per riequilibrare la bilancia, bensì da ciò che Dio dice o decreta per lui e il per il suo futuro. Se la divinità decide che egli si salvi, l’Uomo troverà i mezzi per salvarsi; se la divinità decide che egli muoia, nessun mezzo, tradizionale o moderno, lo libererà dal destino (o progetto) “fatale”.
E quindi —come si chiedono le credenze tradizionali— che cosa ci facciamo qui, in questo mondo? È penoso mettersi in questo genere di pensieri. Siamo —come dicevano gli antichi amerindi— semplici “cammini di dèi”, “strade di Entità superiori”, “stazioni di riposo o di cambio” in cui le potenze divine è come se riprendessero forza prima di continuare il proprio percorso. Così lo intendevano gli Aztechi e altri popoli autoctoni quando facevano morire gli “incarnati divini” con il fine che aiutassero a far rinascere gli dèi che vivevano in loro (o in coloro in cui gli dèi si convertivano temporaneamente). Era necessario aiutare la divinità, uccidendola; o, detto in altro modo, facendo terminare la vita al contenitore umano che la albergava (o a quello in cui si era fusa). Ed esistevano molti tipi di morte, secondo le date del calendario e delle festività. Anche i modi di dare morte agli “sciagurati” supporti umani dipendevano dall’importanza della divinità, delle sue funzioni e di altre matrici della complessa organizzazione e struttura dei sacrifici. Tutto era “scritto” e organizzato. Nessuna o pochissime cose si davano al caso. I cicli e i cieli comandavano e con essi i rituali più volte celebrati. Gli officianti incaricati di dare la morte avevano profonda conoscenza del corpo umano, pertanto, se lo desideravano, potevano fare il proprio lavoro, minimizzando il dolore o la sofferenza del sacrificato. Si usavano prodotti narcotici come il vino di agave (pulque) per determinati uomini destinati e in determinate circostanze. I sacrifici umani erano uno spettacolo poiché assembravano varie persone a presenziarli. Però erano, essenzialmente, procedimenti tecnici, limpias speciali con cui produrre la morte necessaria per rinascere e in tal modo aiutare a perpetuare il movimento costante del “rinnovamento” obbligatorio e continuo (“eterno”) del contesto divino. Tali limpias di sangue e con sangue sono per noi ripugnanti dal nostro attuale punto di vista; tuttavia, per gli Aztechi erano una “necessità” mossa dalla paura di ciò che sarebbe capitato si fosse fermato il ciclo del rinnovamento morte–rinascita. Gli dèi dovevano essere blanditi in ogni istante, e ce n’erano molti. Occorrevano, dunque, molti uomini da sacrificare. Alcuni —come abbiamo già detto— trasformandosi in dèi momentaneamente (giacché si poteva far morire una divinità soltanto attraverso della corporeità umana); altri, per essere offerti chiedendo aiuto, clemenza e tranquillità a dèi più “astiosi” e “irascibili”. Alcune persone destinate al sacrificio erano autoctone; altre, erano persone limitrofe catturate in guerre e battaglie. La finalità della guerra era, infatti, di conquistare “prigionieri”, materiale umano per onorare le festività sacre e i rituali necessari.
La vita umana, fisica, come obiettivo, il lavoro per conservare l’in-tegrità strutturale del corpo, erano anche fini nobili e di prim’ordine nell’àmbito dell’organizzazione sociale degli Aztechi. Si utilizzavano davvero tutti i mezzi disponibili per aiutare a curare una persona destinata al sacrificio, soprattutto se era un’“incarnata” per nascita; questa veniva ben accudita durante la propria esistenza terrena fino ad arrivare al momento di essere sacrificata in una data specifica con il fine di liberare alla divinità che rappresentava (tra l’“umano oblio”). Tuttavia, non litigavano tra di loro. In cima a tutto c’erano i sacrifici, nell’àmbito dei quali annoveriamo tale principio della limpia, come ben chiaramente dimostra il bagno temazcal: eliminare il vecchio per far comparire il nuovo dell’essere; togliere i mali che gli rendono difficoltoso il cammino verso il “rinnovamento”, con morte reale ai tempi aztechi, con “morte” simbolica successivamente e ai giorni nostri. Il Codex Florentinum di Fra Bernardino De Sahagún è ricco di dettagli su tali pratiche e sulle norme che le regolavano in epoca preispanica. E nella società azteca si traeva profitto da tutto. Non si sprecavano i corpi delle persone uccise: essi erano richiesti o comprati da parte di personalità o famiglie per realizzare banchetti a casa e festeggiare il giorno nutrendo gli invitati, familiari e amici lì riuniti.
La vecchia idea, dunque, della compartecipazione divina al benessere umano continua a essere presente tra le persone delle etnie mesoamericane, come abbiamo esaminato; tale idea è addirittura confluita nelle tradizioni della società meticcia e urbana.
«Facciamo ciò che ci è permesso di fare», segnalano alcuni etnomedici dello Stato messicano di Oaxaca riferendosi alla relazione con le “sfere superiori”. «Abbiamo bisogno, quindi, di includere in molti dei nostri lavori preghiere, suppliche, offerte e ogni segno che richiami l’attenzione di Dio, della Santa Maria e degli altri Santi affinché ci concedano ciò che chiediamo».
Don Isaías dice, per esempio, che se alla fine moriamo non succede niente; ritorniamo all’origine, là da dove siamo venuti: al Padre. «Non bisogna avere paura», dice. Nella tradizione meticcia che rappresenta questo guaritore, non vediamo qualcosa vicino a ciò che si può leggere nel Codice di Sahagún e che abbiamo riassunto brevemente nelle righe precedenti? Morire, ritornare all’origine, ritornare al Padre. Don Isaías ci parla del ciclo vitale superiore (ciclo di andirivieni). In esso esistono vari tipi di “morte”: quella delle malattie che come ostacoli bisogna eliminare poiché impediscono all’Uomo di seguire il suo cammino; e la morte fisica, fine del tragitto segnato per ognuno di noi in questo mondo secondo le credenze tradizionali. Qui le malattie (quando una persona muore a causa loro) svolgono il ruolo di “assassine”, necessità per “purificare” un’altra cosa e ritornare all’inizio; e così una e un’altra volta. “Purificare” secondo Don Isaías significava terminare con qualcosa, se si decide nelle sfere superiori, che debba “morire” (la propria malattia come ente) permettendo al malato di liberarsi e di rinnovarsi per seguire il tragitto della propria vita fino a che l’“altra morte” lo liberi ad “altri scopi”.
Piante
Da queste considerazioni strutturali si può capire come per gli indigeni diventano fondamentali, per mantenere la salute, l’amore per se stessi e per gli altri, per gli dèi e la natura, l’attenzione ai pensieri, il timore alla magia e il rispetto all’influenza calendarico–astrale. Perciò le eziologie nosologiche possono essere molte e composite, come i danni organici, i problemi mentali, le sociopatie, l’alterata relazione con la natura, la mancanza di religiosità, l’invidia, il susto, il mal aire, il malocchio[1].
Vogliamo approfondire in questo paragrafo il concetto di Tonalli, di cui abbiamo già fatto cenno. Una visione strettamente cristiana cattolica ha, impropriamente, tradotto la parola nahua “Tonalli” (o “Tonal”) in “anima” o “spirito” o, con sforzo sincretico, “ombra”. Il Tonalli lo possiamo interpretare, piuttosto, come una specie di aura che nasce dalla testa, circonda il corpo essendone una parte al contempo; divina energia, afflato sacro, forza vitale, intelligenza saggia, principio essenziale che resiste alla morte e che determina al suo possessore indole e destino, libera volontà, coscienza. Fisiologicamente, secondo le testimonianze originarie, il Tonalli si separa dalla parte somatica al momento dell’orgasmo, nel sogno e in caso de ebbrezza[2]. Inoltre, le cose apparentemente inanimate hanno il proprio Tonalli (“subatomica vitalità”, potremmo dire); anche con questo senso possiamo concettualmente assimilarlo all’asiatico Qi; in realtà ad una parte del Qi essenziale, poiché anche il Qi è la materia fisica e l’organizzazione e l’insieme di leggi del mondo newtoniano. Nella tradizione della MTC si dice, per esempio, che quelli che chiamiamo «organi» (come il cuore, il fegato, il polmone, la milza, il rene) hanno le proprie “essenze” (Qi) o entità psichiche associate, di natura sottile (potremmo dire quantistica o addirittura subquantistica). Questi “spiriti” associati o uniti necessariamente ai suddetti organi sono: Shen, Hun, Po, Yi, Zhi e tutti dipendono e derivano dallo Shen generale individuale (mente di ogni persona, identità differenziata da quella di un altro individuo, essendo però parte del Qi universale).
Nelle pagine precedenti abbiamo accennato a due importanti malattie di nosologia indigena mesoamericana: il susto e l’aire; qui vogliamo spiegarle meglio. Nell’àmbito nosologico mesoamericano, la parola “susto” possiede una valenza semantica più profonda di quella semplice e sinonimica di “spavento”; di fatti, può parafrasarsi come “stress post–traumatico”, la medesima malattia che secondo la moderna psichiatria soffre una persona a seguito di un brutto incidente o di un lutto doloroso. Ciò si rende causa della “perdita del Tonal” (chiamata oggigiorno, per sincretica traduzione, “perdita dell’anima” o “perdita dello spirito”), che consiste clinicamente in depressione nervosa, stanchezza, insonnia, incubi o altri malesseri funzionali (psicògeni, non organici)[3]. I miei informatori dello Stato messicano di Oaxaca me lo hanno descritto (con altre parole) come un problema risultante dall’interazione con l’ambiente (fisico, sociale e culturale–simbolico) per persone appartenenti ai gruppi originari o alla società meticcia. Il susto provoca varie reazioni, però le persone che ne soffrono si debilitano sempre più, perdono interesse per il cibo e le bevande, per la gente e per le altre cose; sono tristi, dimagriscono o sono infiammate, a volte si esauriscono, respirano a fatica, hanno fobie e difficoltà nelle relazioni con gli altri. Si dice che un luogo, una circostanza, alcune persone, un animale, un fenomeno meteorologico (intesi come esseri dotati della capacità di influire sulle persone e sulle cose) eccetera, hanno rubato loro o hanno fatto sì che “perdessero l’anima”, il costituente animico–energetico–vitale capace di mantenerle unite al mondo e operative nel proprio gruppo. Alcuni dei miei informatori etnomedici assicurano che il susto non curato può evolvere fino alla morte del paziente; e credono anche che contro il susto i rimedi occidentali siano per la maggior parte inefficaci, e che soltanto l’abile intervento dello specialista o di un’altra persona che conosce i procedimenti tradizionali di cura possono interrompere l’evoluzione e/o risolvere il problema. Anche nell’àmbito della classe scientifica messicana ci sono persone che parlano con gran rispetto del susto, sia perché ne hanno personalmente sofferto sia perché lo hanno visto in persone a loro vicine. I miei informatori mi riferirono di alcune esperienze di susto senza che avessero una spiegazione logico–scientifica dei fatti narrati.
L’aire è un altro problema di nosologia indigena: ha il significato di “soffio energetico”, “alito magico” frequentemente a connotazione negativa (mal aire). Consiste, secondo le genti locali, nella compromissione della persona a causa di “energie” provenienti da sguardi o pensieri, ma anche dal terreno, dalla prossimità ad aree malsane, acque stagnanti, immondezzai o spazi qualificati impuri e dannosi da un punto di vista tradizionale (simbolico). Infatti, quando si acquisisce con gli sguardi cattivi della gente, il mal aire coincide con il malocchio. Si può pensare bene o male della persona cui si rivolge lo sguardo. In ogni caso, tali pensieri possono trasferirsi come “energie” producendo aire. Lilian Scheffler dice che il mal aire si acquisisce passando vicino al cimitero o se una persona, con l’intento di cagionare del male, mette ossa di morto o terra cimiteriale in casa; e che si cura con limpias praticate da parte di specialisti[4].
Nella cura, si dà di solito, comunque, somma importanza all’aspetto religioso, poiché c’è la credenza che alla fine la volontà di Dio (o, in termini di politeismo, gli dèi) influisce sul resto. In tal modo, un semplice mal di testa non è visto soltanto come tale, bensì come un’infermità che è potuta capitare per varie ragioni, frequentemente congiunte, la cui risoluzione necessita comunque dell’aiuto divino. L’essere umano, infine, non dipende da ciò che egli usa per riequilibrare la bilancia, bensì da ciò che Dio dice o decreta per lui e il per il suo futuro. Se la divinità decide che egli si salvi, l’Uomo troverà i mezzi per salvarsi; se la divinità decide che egli muoia, nessun mezzo, tradizionale o moderno, lo libererà dal destino (o progetto) “fatale”.
E quindi —come si chiedono le credenze tradizionali— che cosa ci facciamo qui, in questo mondo? È penoso mettersi in questo genere di pensieri. Siamo —come dicevano gli antichi amerindi— semplici “cammini di dèi”, “strade di Entità superiori”, “stazioni di riposo o di cambio” in cui le potenze divine è come se riprendessero forza prima di continuare il proprio percorso. Così lo intendevano gli Aztechi e altri popoli autoctoni quando facevano morire gli “incarnati divini” con il fine che aiutassero a far rinascere gli dèi che vivevano in loro (o in coloro in cui gli dèi si convertivano temporaneamente). Era necessario aiutare la divinità, uccidendola; o, detto in altro modo, facendo terminare la vita al contenitore umano che la albergava (o a quello in cui si era fusa). Ed esistevano molti tipi di morte, secondo le date del calendario e delle festività. Anche i modi di dare morte agli “sciagurati” supporti umani dipendevano dall’importanza della divinità, delle sue funzioni e di altre matrici della complessa organizzazione e struttura dei sacrifici. Tutto era “scritto” e organizzato. Nessuna o pochissime cose si davano al caso. I cicli e i cieli comandavano e con essi i rituali più volte celebrati. Gli officianti incaricati di dare la morte avevano profonda conoscenza del corpo umano, pertanto, se lo desideravano, potevano fare il proprio lavoro, minimizzando il dolore o la sofferenza del sacrificato. Si usavano prodotti narcotici come il vino di agave (pulque) per determinati uomini destinati e in determinate circostanze. I sacrifici umani erano uno spettacolo poiché assembravano varie persone a presenziarli. Però erano, essenzialmente, procedimenti tecnici, limpias speciali con cui produrre la morte necessaria per rinascere e in tal modo aiutare a perpetuare il movimento costante del “rinnovamento” obbligatorio e continuo (“eterno”) del contesto divino. Tali limpias di sangue e con sangue sono per noi ripugnanti dal nostro attuale punto di vista; tuttavia, per gli Aztechi erano una “necessità” mossa dalla paura di ciò che sarebbe capitato si fosse fermato il ciclo del rinnovamento morte–rinascita. Gli dèi dovevano essere blanditi in ogni istante, e ce n’erano molti. Occorrevano, dunque, molti uomini da sacrificare. Alcuni —come abbiamo già detto— trasformandosi in dèi momentaneamente (giacché si poteva far morire una divinità soltanto attraverso della corporeità umana); altri, per essere offerti chiedendo aiuto, clemenza e tranquillità a dèi più “astiosi” e “irascibili”. Alcune persone destinate al sacrificio erano autoctone; altre, erano persone limitrofe catturate in guerre e battaglie. La finalità della guerra era, infatti, di conquistare “prigionieri”, materiale umano per onorare le festività sacre e i rituali necessari.
La vita umana, fisica, come obiettivo, il lavoro per conservare l’in-tegrità strutturale del corpo, erano anche fini nobili e di prim’ordine nell’àmbito dell’organizzazione sociale degli Aztechi. Si utilizzavano davvero tutti i mezzi disponibili per aiutare a curare una persona destinata al sacrificio, soprattutto se era un’“incarnata” per nascita; questa veniva ben accudita durante la propria esistenza terrena fino ad arrivare al momento di essere sacrificata in una data specifica con il fine di liberare alla divinità che rappresentava (tra l’“umano oblio”). Tuttavia, non litigavano tra di loro. In cima a tutto c’erano i sacrifici, nell’àmbito dei quali annoveriamo tale principio della limpia, come ben chiaramente dimostra il bagno temazcal: eliminare il vecchio per far comparire il nuovo dell’essere; togliere i mali che gli rendono difficoltoso il cammino verso il “rinnovamento”, con morte reale ai tempi aztechi, con “morte” simbolica successivamente e ai giorni nostri. Il Codex Florentinum di Fra Bernardino De Sahagún è ricco di dettagli su tali pratiche e sulle norme che le regolavano in epoca preispanica. E nella società azteca si traeva profitto da tutto. Non si sprecavano i corpi delle persone uccise: essi erano richiesti o comprati da parte di personalità o famiglie per realizzare banchetti a casa e festeggiare il giorno nutrendo gli invitati, familiari e amici lì riuniti.
La vecchia idea, dunque, della compartecipazione divina al benessere umano continua a essere presente tra le persone delle etnie mesoamericane, come abbiamo esaminato; tale idea è addirittura confluita nelle tradizioni della società meticcia e urbana.
«Facciamo ciò che ci è permesso di fare», segnalano alcuni etnomedici dello Stato messicano di Oaxaca riferendosi alla relazione con le “sfere superiori”. «Abbiamo bisogno, quindi, di includere in molti dei nostri lavori preghiere, suppliche, offerte e ogni segno che richiami l’attenzione di Dio, della Santa Maria e degli altri Santi affinché ci concedano ciò che chiediamo».
Don Isaías dice, per esempio, che se alla fine moriamo non succede niente; ritorniamo all’origine, là da dove siamo venuti: al Padre. «Non bisogna avere paura», dice. Nella tradizione meticcia che rappresenta questo guaritore, non vediamo qualcosa vicino a ciò che si può leggere nel Codice di Sahagún e che abbiamo riassunto brevemente nelle righe precedenti? Morire, ritornare all’origine, ritornare al Padre. Don Isaías ci parla del ciclo vitale superiore (ciclo di andirivieni). In esso esistono vari tipi di “morte”: quella delle malattie che come ostacoli bisogna eliminare poiché impediscono all’Uomo di seguire il suo cammino; e la morte fisica, fine del tragitto segnato per ognuno di noi in questo mondo secondo le credenze tradizionali. Qui le malattie (quando una persona muore a causa loro) svolgono il ruolo di “assassine”, necessità per “purificare” un’altra cosa e ritornare all’inizio; e così una e un’altra volta. “Purificare” secondo Don Isaías significava terminare con qualcosa, se si decide nelle sfere superiori, che debba “morire” (la propria malattia come ente) permettendo al malato di liberarsi e di rinnovarsi per seguire il tragitto della propria vita fino a che l’“altra morte” lo liberi ad “altri scopi”.
Piante
Il rapporto dell’uomo con il mondo delle “entità vegetali”, adibite o no a scopo curativo, è stato sempre molto stretto, soprattutto nei tempi antichi.
La cura tradizionale con le piante medicinali (chiamata «etnofarmacologia») in Mesoamerica obbedisce a molteplici parametri. Dopo aver dato una diagnosi di malattia organica, da parte della gente comune l’uso delle piante è principalmente proposto in maniera allopatica (fitoterapia), dove la scelta della pianta da impiegare è di tipo empirico (nel senso di sperimentale). Nonostante tale frequente evenienza, le piante utilizzate possono essere scelte in base alla natura “fredda” o “calda” della malattia, la parte del corpo colpita, il giorno e il contesto in cui la malattia è insorta. Tale approccio non corrisponde dunque esattamente all’allopatia attualmente intesa, ma la supera in quanto migliora la scelta vegetale rendendola più specifica ad ogni caso clinico anche quando si tratta del medesimo paziente (in momenti o casi diversi). La pianta medicinale è pertanto concepita come apportatrice, al corpo, di un salutifero messaggio energetico, di una specie di vibrazione sanatrice, un po’ come succede secondo la moderna floriterapia; inoltre, sempre secondo la cosmovisione meramente indigena, al vegetale si conferisce una valenza panteistica, come se esso fosse impregnato di divino, di quello spirito che vibra in tutte le cose anche di apparenza non animata[5].
Maria Alice Campos Freire[6] a tal proposito scrive che incorporare le proprietà della pianta in una pillola è molto meno effettivo di utilizzare la pianta allo stato naturale, poiché la forza vitale della pianta, elemento essenziale per la cura, viene distrutta quando se ne fa una pillola[7]. La “forza vitale” cui si riferisce tale Autrice è quell’energia superiore che anima tutto il creato e che riveste un carattere speciale in ogni essere (persona, animale, pianta) e in ogni cosa (minerali, spazi naturali, spazi umani, ecc.), che però evidentemente non trasferisce ai prodotti elaborati dall’industria farmaceutica. Questi possono avere le proprie “anime”, benché personalmente non conosco studi al riguardo.
Non è, dunque, infrequente che nelle etnomedicine mesoamericane le informazioni sulle cause di alcune malattie si ricerchino attraverso l’intervento del mondo spirituale, soprattutto quando si sospetta che l’origine del malessere sia divina. In tal caso diventa comune la pratica che il terapeuta religioso (lo sciamano in primis) si avvalga di piante[8] capaci di alterare lo stato della sua coscienza in modo che egli possa fare filantropica incursione nell’universo trascendente in cui chiedere a Dio il motivo dell’accadimento funesto[9].
Altre piante sono donate in offerta o in occasione di liturgie, altre possiedono finalità divinatoria. In questi casi, diversi, però tutti finalizzati a preservare religiosamente lo stato di benessere, il mondo vegetale diventa il mediatore tra l’Uomo e il Divino per ringraziarlo o blandirlo così come per acquisirne conoscenza. Quando, d’altra parte, il sospetto di una malattia è la magia, il paziente o i suoi familiari si orientano specialmente ad un curandero che proponga come cura una limpia fatta significativamente con erbe e preghiere. Comunque sia, a causa del fatto di conferire, tanto da parte della pagana religiosità indigena quanto di quella dell’iberico stato ecclesiale, somma importanza all’aspetto religioso, quasi sempre nella terra novoispana si propongono terapie che tengono in conto il divino, sia in forma sincretica sia in forma puramente pre–/post–Conquista.
Oggigiorno, dopo cinquecento anni di complessa integrazione con gli aspetti europei, sono, di fatto, circondati da una nuova flora, che ha già acquisito un carattere di nazionalità, quei molti alberi e piante medicinali autoctoni, vestigia di un antico paradiso, la cui coltivazione permise la realizzazione di mercati per l’esercizio formale della medicina indigena, e che tempo fa spuntavano meravigliosamente da mirabili giardini e da collezioni scrupolosamente curate[10].
[1] Cfr. F. Di Ludovico. 2009, ivi.
[2] Cfr. F. Di Ludovico. 2009, ivi.
[3] Cfr. F. Di Ludovico. 2009, ivi.
[4] L. Scheffler. 2003, Magia y brujería en México: p. 23.
[5] Cfr. F. Di Ludovico. 2009, op. cit.
[6] Rappresentante della Chiesa del Santo Daime, nella selva amazzonica.
[7] Tratto dalla cit. in C. Schaefer. 2008, La voz de las trece abuelas: p. 115.
[8] Come abbiamo già detto, sono chiamate «enteogene» (“dalle quali sorge il divino”, “che tirano fuori il divino che è in noi”) o comunemente «allucinogene».
[9] Cfr. F. Di Ludovico, A.J. Aparicio Mena. 2012, op. cit.
[10] Cfr. F. Di Ludovico. 2009, op. cit."
domingo, 2 de marzo de 2014
RASGOS DE LAS ETNOMEDICINAS MESOAMERICANAS (Por: Alfonso J. Aparicio Mena & Francesco Di Ludovico)
El presente artículo es un capítulo de nuestro libro: "La Limpia en las Etnomedicinas Mesoamericanas", publicado por EAE https://www.morebooks.de/store/gb/book/la-limpia-en-las-etnomedicinas-mesoamericanas/isbn/978-3-8484-7514-8. Versión en lengua inglesa: "The Limpia in the Mesoamerican Ethnomedicines", publicada por Bubok Publishing
Próxima edición del libro en lengua italiana y en lengua francesa.
(Texto protegido con Copyright. Queda prohibida su reproducción sin permiso expreso de los autores).
Para comprender mejor lo
que vamos a tratar en seguida, queremos dar en este capítulo una síntesis de
los rasgos principales de las medicinas tradicionales de Mesoamérica. Parte de
las costumbres, creencias y prácticas mesoamericanas permanecen vivas en las
religiones y creencias indígenas actuales como muchas otras cosas resistentes
al cambio.
Según la tradición mesoamericana, el mundo está
creado y recorrido por sustancias sutiles de origen divino. López Austin (1980)
escribe que los antiguos
mexicanos pensaban que esas esencias o sustancias, almas de todo,
imperceptibles, habían penetrado todos los seres terrestres en el momento de la
creación. Los creadores debían a
estas sustancias su propia naturaleza. En el principio había una diosa
acuática caótica y monstruosa llamada Cipáctli. Dicha diosa se dividió en dos.
La parte de arriba constituyó el cielo, de carácter masculino. La parte de
abajo, la tierra, de carácter femenino. Cuatro pilares–árboles separaron cielo
y tierra para evitar una posible unión de ambos y la re–formación de la diosa.
Los dioses de arriba se juntaron con los de abajo, cometiendo pecado. De ahí
nació el tiempo. El pecado desencadenó un nuevo proceso de creación. De él
surgió el mundo y los seres terrestres. Dioses, árboles y hombres son “caminos
de dioses”, espacios de circulación de flujos o corrientes divinas
(provenientes de Cipáctli). Según López Austin (1980), la concepción
mesoamericana del tiempo original explica la existencia de dos tipos de
materia: una sutil, casi imperceptible o imperceptible y otra burda, pesada,
densa, perceptible sensorialmente[1]. Todos los seres terrestres (animales, vegetales,
minerales) están formados por esos dos tipos de materia–sustancia. El ser
humano, tendría materia densa y alma, o almas, de la misma naturaleza que los
dioses, viniendo del flujo original de la creación. Así es que parte del ser
humano es divina. López Austin (1980) entiende el pecado dentro del cuadro de
las concepciones mesoamericanas, es decir, como la trasgresión de un mandato divino.
Cometido por los dioses, explica López Austin (1980), dicha acción puede
desembocar en un proceso de creación. Cometido por los hombres, subraya,
produce una grave situación de desequilibrio que puede afectar a la familia del
trasgresor o a otras personas pues tal situación tiene carácter contagioso.
COSMOVISIÓN. La cosmovisión de los pueblos originarios
mesoamericanos tiene rasgos esenciales comunes. En síntesis: la característica
peculiar, de eco–esteasiática y que según insignes autores comprobaría la
derivación étnica de las gentes mesoamericanas, es la contemplación de la
interdependencia de los opuestos y del equilibrio que estos hacen originar.
Otra caraterística importante es la afirmación de la ciclicidad eventualmente
renovadora de los eventos: a corto o a largo plazo, cada acontecimiento nace y
se concluye; pero, cuando es sustentado por una acción benévola, la vez
siguiente se mejorará. Un tercer rasgo es la creencia en la influencia
recíproca de las acciones humanas y celestes (cosmico–calendáricas y divinas),
la llamada “relación microcosmos–macrocosmos”: Hombre y universo están conectados
por una mutua atracción por la que los pensamientos y las acciones del hombre
repercuten sobre el universo de la misma manera en que los astros y las
deidades de este último influyen sobre el hombre. Hay, también, la notable
consideración del animismo. Según esto existen fuerzas vagas, impalpables, que
sin embargo animan profundamente las cosas, los hombres y los acontecimientos;
tales son: el Tonalli (con principal
sede en la cabeza[2]), el Teyolía
(en el corazón) y el Ihíyotl (en el
hígado). Además hay las creencias en un universo tripartito: cielo, tierra e
inframundo; comunicar con las divinidades a través del uso de las plantas
psicotrópicas (enteógenas); en fin la influencia del calendario sobre los
acontecimientos humanos, que ocurre con la regulación del flujo de las fuerzas
anímicas de parte del mundo superior hacia nuestro planeta a través de un eje
central (axis mundi, por lo general
representado por el árbol cósmico como la ceiba o el maíz) y los cuatro puntos
cardinales de ésta (Di Ludovico, 2009).
DUALIDAD. De ese principio básico (dual) deriva la
concepción de todas las cosas en la tradición mesoamericana. En la antigüedad
se aplicó la misma visión para las unidades menores de subdivisión de la
realidad amplia. En Asia se ideó un sistema dialéctico para referirse a la
dualidad del mundo, el sistema Yin/Yang.
Con tal sistema se clasificaron y se ordenaron los componentes de la gran
realidad así como los de las realidades menores referidas a la proximidad y al
propio individuo.
De hecho, una de las características culturales de
los pueblos originarios de Mesoamérica es la creencia en la coexistencia
posible, incluso necesaria, de aparentes fronteras, explicada de manera parecida
al sistema taoísta. Ellos conciben, pues, la dualidad como compuesta de partes
complementarias más bien que opuestas, que se compenetran en lugar de
excluirse. Esta dialéctica se aplica a muchos contextos: conceptos
(vida/muerte, seco/húmedo, masculino/femenino, mucho/poco, salud/enfermedad,
etc.), planes geográficos (objetivos: tierra/cielo, este/oeste, etc.; con
niveles simbólicos: mundo/inframundo, humano/universo), seres superiores
(humano/Dios), entes psicosomáticos (mente–alma/cuerpo), ámbito
fisico–filosófico (microcosmo/macrocosmo, línea recta/círculo, etc.), alimentos
y enfermedades (“fríos”/“calientes”), hasta a los dioses. Un resultado
interesante de este tipo de concepto, siendo caracterizado por una coexistencia
antitética, es que muchas veces está contemplada la realidad de un estado intermedio
que nace del balance de los opuestos que lo animan; así que el equilibrio mismo
se ve originado como elemento paradójicamente dinámico (Di Ludovico, 2009).
FRÍO–CALIENTE. En las zonas rurales de México es, de hecho, común encontrar
opiniones de la gente sobre el carácter “frío” o “caliente” de los alimentos y
de las enfermedades. Pese a tales definiciones,
estas calidades no tienen valor térmico. El concepto de la dicotomía frío/calor
adquirió este nombre por adopción de las palabras hipocráticas usadas por los
primeros médicos españoles. Esa dicotomía se fijó fácilmente a la cultura
médica de Mesoamérica ya que fue
directamente trasladada al concepto dualista allí ya existente (de probable
influencia esteasiática). La mayor parte de los estudios conducidos sobre esta
polaridad han insistido en aclarar sus aspectos históricos, antropológicos e
ideológicos, mientras resultan escasos los que interpretan su aspecto
propiamente medico–biológico. Las conclusiones de estos pocos estudios parecen sin
embargo converger hacia la capacidad de los amerindios de discriminar a través
de la sensación gustativa la naturaleza “fría” o “caliente” de los alimentos,
según que éstos sean ácidos o dulces/altamente calóricos; mientras botánicamente
parece ser la cantidad de agua presente en las plantas y la modalidad de su
distribución en el tallo a determinar uno de estos dos caracteres opuestos.
Considerados “calientes” son: los endulzantes, el cacao, la fruta seca, los
alcohólicos y el café, la carne, los condimentos y aromas de sabor denso,
huevos y lácteos. Parece por lo tanto verse un paralelismo con la dieta
macrobiótica, de inspiración china, donde el carácter taoísta Yang de los alimentos es parcialmente
superponible a lo “caliente” mesoamericano, mientras que el Yin a lo “frío”; así, alimentos “fríos”
e Yin son representados por la fruta
agria y por unos mariscos y crustáceos junto al jitomate, patata y pepino. Las
plantas oficinales declaradas “calientes” por los amerindios son aquellas caracterizadas
por un sabor amargo o fuerte al igual que las secas o urticantes o que sirven
para curar las enfermedades consideradas “frías”[3]. Muchas plantas oficinales consideradas, al
contrario, “frías” por los amerindios son aquellas turgentes o que nacen en las
alturas o que sirven para luchar contra las enfermedades “calientes”[4]. Unas enfermedades consideradas “calientes” son:
bronquitis, gripe, las infecciones, las que dan inflamación o fiebre; mientras
las enfermedades “frías” son representadas sobre todo por aquéllas que los
nahuas definían “de origen acuático” (supuestamente enviadas por parte del dios
de la lluvia Tláloc) como los reumatismos (que los primeros cronistas españoles
llamaban “gota”), el edema, el paludismo, además de helmintiasis (lombrices),
cansancio crónico, picadura de insecto y mordedura de víbora (Di Ludovico,
2009).
Algunas apariencias y expresiones de alteración
son vistas por los locales como situaciones complejas, mixtas; tal como se
aprecia también en otras tradiciones (distintas y distantes como las chinas o
norasiáticas) sin que concluyamos que tales semejanzas sean hermanas culturales
de una tradición matriz común. Consideramos esta idea como posible por muchas
razones que vamos explicando a lo largo del libro, pero en ausencia de comprobaciones
directas por imposibilidad de viajar al pasado, tenemos que situarla en el
terreno específico de las conjeturas. Existen, por lo tanto, problemas de salud
y bienestar en las tradiciones de salud de las etnias mesoamericanas y de la
sociedad mestiza caracterizados por hechos en los que se pueden apreciar juntas
situaciones de “calor” y “frío”. Por ejemplo, las consecuencias de una gripe o
un catarro mal curados pueden dar lugar a una situación fuertemente arraigada
de alteración de la circulación hídrica corporal relacionada con una alteración
de las mucosas respiratorias. Pueden aparecer sudores nocturnos, calores y
sofocos no provenientes de variaciones hormonales, sensaciones de presión en el
pecho, la tráquea, la zona de la garganta y el cuello; rinorreas líquidas que
dan paso a mucosidades espesas y amarillo–verdosas con anosmia, dolores de cabeza
alternantes y ubicados en diferentes sitios, heces amarillas, etc. En todo ello
se entiende el concurso de un funcionamiento desequilibrado del hígado y de la
vesícula biliar sin que necesariamente se vean valores sanguíneos alterados en
una analítica convencional (transaminasas, por ejemplo) ni problemas
estructurales y orgánicos (lesiones, inflamaciones, etc.). A todo ello se le
suman rasgos de influencia emocional y experiencial fuerte (proveniente de
algún hecho vivido o de la convivencia familiar o sociolaboral dificultosas,
por ejemplo). Hay “calor” y hay “frío” a la vez. Hay “exceso” y “deficiencia”
al mismo tiempo. Es un síndrome complejo. Homólogamente, en las tradiciones de
salud asiáticas (MTC), se dice que el exceso o defecto de Inn pueden conducir
al Iang y viceversa. En todo caso, hay que determinar qué fue primero si una
situación Inn o Iang (llevadas al extremo) para atender la raíz del problema.
En los grupos originarios oaxaqueños, las situaciones complejas requieren
especialmente de la “limpia”. La “limpia” aclara el hecho, pudiéndose proceder
luego mucho mejor a atender lo “caliente” o lo “frío” de manera específica
según entienda el etnomédico o según requiera la situación. De todas las
maneras, no hay procedimientos estándar ni protocolos tradicionales
generalizables. Cada etnomédico, cada sanador, cada chamán, ven la mejor manera
de solucionar los hechos complejos (que son muchos). Algunos aciertan, otros
no. La “limpia”, sin embargo, es un gran recurso en las situaciones de
alteraciones mixtas. Para el ejemplo antes mencionado (complicaciones de
catarros y gripes, cronificaciones de malestares), tras la “limpia” o las
“limpias” necesarias, los tés de hierbas son muy recomendados (arrastre de
materiales tóxicos corporales hasta su eliminación) acompañados de consejos de
vida, alimentación e higiene equilibradas y sanas. Eliminadas las “raíces
energéticas” (“ojo”, “aire”, “susto”, etc.), la atención natural (basada en los
criterios tradicionales expuestos anteriormente) completará, o deberá completar
la/las atención/es.
EQUILIBRIO Y SALUD. La dualidad de tipo taoísta se
aplica al concepto de salud también; por lo tanto se puede comprender que en
Mesoamérica, al igual que en Asia, surgió una cultura de salud basada en la
visión dual del ser humano, pero no como se entiende en la cultura occidental,
con alma y cuerpo como partes diferenciadas, sino como una unidad
fisico–energética y funcional con distintas manifestaciones y apariencias:
equilibrada (salud, bienestar), desequilibrada (enfermedad). Ese dinamismo
caracteriza la dualidad Yin/Yang como
una realidad alternante susceptible de variar cuando se rompe la estabilidad
(equilibrio Yin/Yang). Las
variaciones funcionales del cuerpo pueden clasificarse como Yin o Yang[5]. Las variaciones físicas o estructurales de la
unidad orgánica, también. Según la medicina tradicional china, un exceso de
trabajo intelectual puede conllevar una bajada más o menos importante del
escudo defensivo, lo que a su vez podrá dar lugar a desarmonías en el plano
físico (dificultades en la circulación de los líquidos, infecciones,
complicaciones posgripales y poscatarrales...). En las medicinas tradicionales
mesoamericanas (tradiciones originarias y tradición mixta) se conserva la
visión dualista, complementaria y compensatoria. Se atienden los problemas de
“frío” con “calor”, los de “calor” con “frío”, los de “humedad” con “sequedad”
y los de “sequedad” con “humedad” (a pesar de que, como expone López Austin
–1984–, dichos conceptos puedan ser autóctonos o adquiridos).
El equilibrio que garantice la salud al ser humano
es a él tanto interior (físico y psíquico) como exterior (instaurado, pues, con
la sociedad y el medio ambiente), tanto superior (cósmico y divino) como
“inferior” (mágico y supersticioso). Como pobladores del planeta, donde todas
las fuerzas cósmicas se enfrentan y colaboran según el ritmo calendárico, es un
deber de los hombres preservar el equilibrio entre ellas. De tal armonía
precaria todo depende, desde la salud de las personas hasta el correcto
funcionamiento de la sociedad, desde el ciclo de las estaciones hasta la
supervivencia del mundo. Se puede, por lo tanto, comprender que la
vulnerabilidad del ser humano es amplificada con respecto a la de los seres
ultraterrestres ya que aquél se encuentra en una posición geográficamente
central, volviéndose entonces un ser ambiguo por su naturaleza. Él vive, en
otras palabras, en un limbo de influencias opuestas de arriba–Cielo y
abajo–Inframundo, que le garantizan, sí, su existencia pero se la hacen
conducir frágilmente. Expresado en términos cósmicos, él oscila en su vida
entre los dos polos que tensan el Universo: el orden y el desorden (uránico,
mental y social), así que en el mundo terrestre el humano vive una situación de
precariedad ya que en cualquier momento puede romperse el equilibrio de los
elementos constitutivos de su persona. Por eso puede enfermar (Di Ludovico,
2009).
En las creencias heredadas, aunque trasformadas
por las influencias de los presentes históricos sucesivos, se guardan ideas de
temor en muchas gentes originarias dependientes o insertas en los sistemas
tradicionales: temor al movimiento de la balanza del bienestar, de la fortuna,
de la tranquilidad, de la paz personal y social–local; temor a que las cosas
den un giro de la mañana a la noche, temor a que las circunstancias se muevan
hacia el dolor, el infortunio, la desgracia y las desdichas. El equilibrio de
los poderes opuestos (en realidad, complementarios) es percibido como una
situación variante y alternante. Nada permanece, todo cambia sin ciclicidad
fija. Difícil hacer previsiones, tan sólo estimaciones. Don Erasto, etnomédico
zapoteco de San Juan Tabaá (Oaxaca), conoce procedimientos de “predicción” con
los granos del maíz; pero su saber se centra en el manejo del sistema
adivinatorio a través del que se pueden “ver” guías del destino de lo que se
está “consultando”. Detrás siempre estará un porcentaje de “azar cósmico”
relacionado con la ubicación del propio destino humano en ese espacio
geográfico impreciso, variante y oscilante entre los polos
opuestos–complementarios de las fuerzas superiores que todo lo rigen y todo lo
ordenan y controlan. En este sentido, también existen creencias relacionadas
con “caprichos” del “destino” o de los entes superiores. Ser el objeto de
interés de ellos para muchos originarios mesoamericanos no es bueno pues el
humano puede convertirse en “moneda de cambio” o “terreno” de “conflicto” de
los propios seres superiores entre ellos. En todo caso, siempre lleva las de
perder (según una visión ligeramente pesimista).
El pensamiento mesoamericano corrobora la
importancia, para garantizar la salud, de mantener un estado vital controlado y
balanceado, de apagar los excesos conservando una condición de aurea mediocritas en cada circunstancia
y en cada contexto: en la comida, en la actividad sexual, en las relaciones
interpersonales, en el trabajo, en el sueño, etc. (Di Ludovico, 2009).
Frente a una acumulación de lo que llamaríamos “suciedad metabólica”, la mayoría de
los etnomédicos que conozco recomiendan un desbloqueo de los canales de
eliminación así como una reactivación de la circulación hídrica y un
reequilibrio hidrico–térmico. El baño temazcal es el medio idóneo para tal
menester.
ENFERMEDAD Y CURA. Como ya hemos dicho, el equilibrio
que garantiza la salud del humano es tanto interior (físico y psíquico) como
exterior (instaurado, pues, con la sociedad, el medioambiente y lo celeste).
Así que la enfermedad, según tal cosmovisión, puede surgir de la ruptura de ese
balance por incumplimiento de las reglas con su hábitat general implicando
cosmos y divinidad(es), pues los originarios mesoamericanos declaran una visión
holística del ser humano. Según ella, como reiteramos, el hombre es concebido
como un conjunto relativamente indisoluble de componentes: somática (cuerpo) y
psíquica (mente, afectiva–emocional) junto a la del Tonalli; sumándose a este aspecto intrínseco el extrínseco: el
mundo superior (cosmos, calendario, dioses, etc.) y las creencias
(supersticiones, magia, etc.).
La relación
microcosmos–macrocosmos se instaura entre él y el universo (divinidades
incluidas), al igual que entre sus partes (órganos) y los astros. El nivel
horizontal hace enfrentar al hombre con sus parecidos, con lo social, y con el
entorno natural. De estas consideraciones estructurales se puede comprender
cómo para los indígenas se vuelven fundamentales, para guardar la salud, el
amor hacia el otro y hacia sí mismo, hacia los dioses y hacia la naturaleza, el
cuidado de sus pensamientos, el temor a la magia y el respecto a la influencia
calendárica–astral. Por esto las etiologías nosológicas pueden ser muchas y
múltiples, tales como: daños orgánicos, trastornos mentales, problemas
sociales, alterada relación con la naturaleza, falta de religiosidad, envidia,
“susto”, “mal aire”, “mal de ojo”.
Queremos
profundizar en este párrafo el concepto anímico de Tonalli, que ya hemos nombrado. Una visión estrictamente cristiana
católica ha traducido impropiamente la palabra nahua “Tonalli” (o “Tonal”) en
“ánima” o “espíritu” o, con esfuerzo sincrético, “sombra”. El Tonalli lo podemos interpretar, más
bien, como una especie de aura que nace de la cabeza, rodea el cuerpo siendo
parte suya al mismo tiempo; divina energía, soplo sagrado, fuerza vital,
inteligencia sabia, principio esencial que resiste a la muerte y que da a su
poseedor índole y destino, libre voluntad hasta conciencia. Fisiológicamente,
según las referencias originarias, el Tonalli
se separa de la parte somática en el momento del orgasmo, en la actividad
onírica y en caso de embriaguez. Aún más las cosas al parecer inanimadas tienen
su Tonalli (subatómica vitalidad,
digamos); también con este sentido podemos conceptualmente asimilarlo al
asiático Qi; en realidad a una parte
del Qi esencial ya que Qi también es la materia física y la
organización y conjunto de leyes del mundo newtoniano. En la tradición de la
MTC se dice por ejemplo que los que llamamos órganos como el corazón, el
hígado, el pulmón, el bazo y el riñón tienen sus “esencias” (Qi) o entidades psíquicas asociadas, de
naturaleza sutil (podríamos decir cuántica o incluso subcuántica). Esos
“espíritus” asociados o unidos necesariamente a los citados órganos son: Shen, Hun, Po Yi, Zhi y todos dependen–derivan
del Shen general individual (mente de
cada persona, identidad diferenciada de la de otro ser pero formando parte del Qi universal).
En las páginas anteriores hemos hecho referencias
a dos importantes enfermedades de nosología indigena de Mesoamérica: el “susto”
y “aire”; aquí queremos explicarlas mejor.
En el marco nosológico
mesoamericano, la palabra “susto” tiene un valor semántico más profundo de
aquello simple y sinonímico de “espanto”; de hecho, puede parafrasearse como
“estrés postraumático”, la misma enfermedad que según la psiquiatría padece una
persona después de haber sufrido un accidente chocante o un luto doloroso. Esto
va a causar la pérdida del Tonalli
(hoy llamada, por sincrética traducción, “pérdida del alma” o “pérdida del
espíritu”), que consiste clínicamente en depresión nervosa, cansancio,
insomnio, pesadillas u otras molestias funcionales (no orgánicas) (Di Ludovico,
2009). Mis informantes oaxaqueños me lo describieron (con otras palabras) como
un problema resultante de la interacción con el medio (físico, social y cultural–simbólico),
para gentes pertenecientes a los grupos originarios o a la sociedad mestiza. El
“susto” provoca reacciones variadas, pero las personas afectadas van
languideciendo poco a poco, pierden interés por comer, por beber, por la gente,
por las cosas. Están tristes, adelgazan o se inflaman; a veces se desazonan,
les cuesta respirar, tienen miedos y pierden el hilo de relación con su
comunidad. Se dice que un lugar, una circunstancia, personas, un animal, un
fenómeno meteorológico (entendidos como seres con capacidad para influir sobre
las personas y sobre las cosas), etc., les han robado, o han hecho que pierdan
el alma o el constituyente anímico–energético–vital capaz de mantenerlos unidos
al mundo y operativos en su grupo. Algunos de mis informantes etnomédicos
aseguran que el “susto” no curado puede evolucionar terminando en la muerte del
paciente. Opinan también que los remedios occidentales son en su mayoría
ineficaces cuando se trata de “susto”; y que sólo la hábil intervención del
especialista o de otra persona conocedora de los procedimientos tradicionales
de atención pueden parar la evolución y/o solucionar el problema. Dentro de la
clase científica mexicana también hay quienes hablan con gran respeto del
“susto”, bien por haber padecido experiencias personalmente, bien por haberlas
visto en personas próximas. Mis informantes me relataron algunas de ellas sin
tener una explicación logico–científica para los hechos narrados.
El
“aire” es otro problema de nosología indígena: tiene el sentido de “soplo
energético”, “mágico aliento” frecuentemente de connotación negativa (“mal
aire”). Consiste, pues, según las tradiciones locales, en la afectación de la
persona por “energías” provenientes de miradas–pensamientos, de la tierra, de
la proximidad a áreas malsanas, aguas estancadas, basuras o espacios
calificados de impuros o perjudiciales desde el punto de vista tradicional
(simbólico). De hecho, cuando se adquiere con las miradas malas de las gentes,
el mal “aire” coincide con el “mal de ojo”. Puede pensarse bien o mal de quien
se mira. En todo caso, esos pensamientos pueden trasladarse como “energías”
produciendo “aire”. Lilian Scheffler dice que el “mal aire” se adquiere al
pasar cerca del panteón o si una persona, por causar mal, pone huesos de muerto
o tierra del cementerio en la casa y también se cura con “limpias” practicadas
por especialistas (Scheffler, 2003: 28).
En la cura, casi siempre, de todos modos, se da
suma importancia al aspecto religioso, ya que hay la creencia de que al final
lo que quiere Dios (o, politeísticamente hablando, las divinidades) influye
sobre lo demás. De tal manera, un simple dolor de cabeza no es visto sólo como
un simple mal de cabeza sino como una molestia que ha podido ocurrir por varias
razones, frecuentemente conjuntas, cuya resolución necesita de todos modos la
ayuda de Dios. El ser humano, finalmente, no depende de lo que use para
reequilibrar la balanza sino de lo que Dios diga o decrete para él y para su
futuro. Si la divinidad decide que se salve, el humano encontrará los medios
para salvarse. Si la divinidad decide que muera, ningún medio, tradicional o
moderno, lo librará del “fatal” destino (o designio). Así es que, ¿qué hacemos
aquí?, según las creencias tradicionales. Acongoja meterse en ese contexto de
pensamiento. Somos, como decían los antiguos amerindios, simples “caminos de
dioses”, “pasos de esencias superiores”, “estaciones de resposo o de cambio” en
las que las potencias divinas “reponen fuerzas” antes de seguir su camino. Así
lo entendían los aztecas y otros pueblos locales cuando hacían morir a los
“encarnados divinos” para ayudar a renacer a los dioses que vivían en ellos (o
en los que se convertían temporalmente). Era necesario ayudar al dios,
matándolo; o dicho de otra manera, acabando con la vida del soporte humano que
lo albergaba (o con el que se había fundido). Y había muchos tipos de muerte,
dependiendo de las fechas del calendario y de las celebraciones. También
dependían los modos de dar muerte a los “desdichados” soportes humanos de la
importancia del dios, de sus funciones y de otros matices de la compleja
organización y estructura de los sacrificios. Todo estaba “escrito” y
tipificado. Nada, o muy pocas cosas, se dejaban al azar. Los ciclos y los
cielos mandaban y con ellos los rituales tantas y tantas veces celebrados. Los
oficiantes encargados de dar la muerte tenían un profundo conocimiento del
cuerpo humano por lo que, si lo deseaban, podían hacer su trabajo minimizando
el dolor y el sufrimiento del sacrificado. Se utilizaban productos adormecedores
como el vino de agave (pulque) para determinados candidatos o circunstancias.
Los sacrificios humanos eran espectáculo en tanto y cuanto congregaban a las
gentes a presenciarlos. Pero eran, esencialmente, procedimientos técnicos,
“limpias” especiales con las que producir la muerte necesaria para renacer y
así ayudar a perpetuar el movimiento constante de la “renovación” obligada y
continua (“eterna”) del contexto divino. Esas “limpias” de sangre y con sangre
nos repugnan desde nuestra perspectiva actual; sin embargo, eran para los aztecas
una “necesidad” movida por el miedo a qué ocurriría si se detuviese el ciclo de
la renovación muerte–renacimiento. Los dioses debían estar atendidos en todo
momento, y había muchos. Se necesitaban, pues, muchos humanos para ofrecer.
Algunos, como hemos dicho, convirtiéndose en dioses momentáneamente (ya que no
se podía dar muerte a un dios de otra manera que a través de la corporeidad humana);
otros, para ser ofrecidos pidiendo ayuda, clemencia o tranquilidad a dioses más
“enfadosos” e “irascibles”. Algunos candidatos eran locales; otros, capturados
en las luchas y guerras con los vecinos. La finalidad de la guerra era
conseguir “prisioneros”, material humano para cumplir con las festividades
sagradas y los rituales necesarios.
La vida humana, física, como objetivo, el trabajo
por conservar la integridad estructural del cuerpo, eran también fines nobles y
de primer orden dentro de la organización social de los aztecas. Incluso se
utilizaban todos los medios al alcance para ayudar a sanar a un candidato a
sacrificio, sobre todo si era un “encarnado” de nacimiento, cuidado, atendido,
mimado y alimentado a lo largo de su existencia terrenal para llegar al momento
de ser muerto en una fecha concreta y así liberar al dios que representaba o
que era (dentro del “olvido humano”). Sin embargo, no estaba reñido lo uno con
lo otro. Por encima de todo estaban los sacrificios, dentro de los que ubicamos
ese principio de la “limpia” expresado de manera muy clara en el baño temazcal:
eliminar lo viejo para hacer aparecer lo nuevo del ser; quitar los males que le
entoropecen avanzar por el camino hacia la “renovación”, con muerte real en
tiempos aztecas, con “muerte” simbólica posteriormente y en nuestros días. El
Códice Florentino de Sahagún abunda en detalles sobre esas prácticas y las
normas que las regían en época prehispánica. Y en la sociedad azteca se
aprovechaba todo. No se desperdiciaban los cuerpos de los matados, que eran
reclamados o adquiridos por personalidades o familias para realizar banquetes
en casa y festejar el día alimentando a los invitados, familiares y amigos
congregados.
La vieja idea, pues, del concurso divino en el
bienestar humano sigue presente entre las gentes de las etnias mesoamericanas
como hemos comprobado; incluso traspasada a las tradiciones de la sociedad
mestiza y urbana. Hacemos aquello que se
nos permite hacer, señalan algunos etnomédicos oaxaqueños refiriéndose a la
relación con las “esferas superiores”. Por
eso necesitamos incluir en muchos de nuestros trabajos rezos, peticiones, ofrendas y toda clase de signos que llamen
la atención a Dios, Santa María y los santos para que nos concedan lo que les
solicitamos.
Comenta Don Isaías, por ejemplo, que en última
instancia, si morimos pues tampoco pasa nada; volvemos al origen, allá de donde
vinimos, al Padre. No hay que tener miedo,
señala. En la tradición mestiza que representa ese sanador, ¿no vemos algo
cercano a lo que se puede leer en el códice de Sahagún y que hemos resumido
brevemente en las líneas anteriores? Morir, volver al origen, regresar al Padre.
Nos habla Don Isaías del ciclo vital superior (ciclo de vaivén). En él se dan
varios tipos de “muerte”: la de las enfermedades que como obstáculos hay que
eliminar porque impiden al humano seguir su camino; y la muerte física, final
del trayecto marcado para cada uno en este mundo según las creencias
tradicionales. Aquí las enfermedades (cuando la persona muere por ellas)
cumplen el papel de “matadoras”, necesidad para “limpiar” otra cosa y volver al
principio; y así una y otra vez. “Limpiar” para Don Isaías es acabar con algo,
si se dicide en las esferas superiores, que debía “morir” (la propia enfermedad
como ente) permitiendo al enfermo liberarse y renovarse para seguir el trayecto
de su vida hasta que la “otra muerte” lo libere para “otros menesteres”.
PLANTAS.
La cura tradicional con las plantas medicinales (llamada “etnofarmacología”) en
Mesoamérica obedece a múltiples parámetros. Después de dar un diagnóstico de
enfermedad orgánica, de parte da la gente común el uso de las hierbas es
principalmente propuesto de manera alópata (fitoterapia), donde la elección de
la plantas a usar es de tipo empírico en el sentido de experimental. Pese a
esta frecuente evidencia, las plantas empleadas pueden ser elegidas según la
naturaleza “fría” o “caliente” de la enfermedad, la parte del cuerpo afectada,
el día y el contexto en que esa enfermedad ha surgido. Pues este enfoque no
resulta exactamente correspondiente a la alopatía actualmente entendida, pero
sí la supera ya que mejora la elección vegetal volviéndola más específica a
cada caso clínico aunque se trate del mismo sujeto (en momentos o casos
diferentes). La planta medicinal es, por lo tanto, concebida como aportadora,
al cuerpo, de un salutífero mensaje energético, de una especie de vibración
sanadora, un poco como acontece según la moderna floriterapia; aun más, siempre
según la cosmovisión meramente indígena, al vegetal se le otorga un valor
panteísta, como si fuese impregnado de lo divino, de ese espíritu que vibra en
todas cosas aunque de apariencia no animada (Di Ludovico, 2009).
María
Alice Campos Freire expresa (en el libro de Carol Schaeffer, 2008: 115): Incorporar las propiedades de la planta a
una píldora es mucho menos efectivo que utilizar la planta en su estado natural
porque la fuerza vital de la planta, un elemento esencial para la curación, se
destruye con el formato de la píldora.
La fuerza vital a la que se refiere María Alice, representante del Santo
Daime en la serva amazónica es esa energía superior que anima todo lo creado y
que cobra carácter especial en cada ser (persona, animal, planta) y en cada
cosa (minerales, espacios naturales, espacios humanos, etc.), pero que no se
trasfiere a los productos elaborados por la industria farmacéutica al parecer.
Ésos, pueden tener sus propias “ánimas” aunque no conozco estudios al respecto.
No
es, pues, infrecuente que en las etnomedicinas mesoamericanas los informes
sobre las causas de unas enfermedades se busquen a través de la intervención
del mundo espiritual, sobre todo cuando se sospecha que el origen del malestar
es divino; en este caso, se vuelve práctica común que el terapeuta religioso
(chamán en primis) use plantas[6]
capaces de alterar el estado de su conciencia para que él pueda hacer
filantrópica incursión en el universo trascendente donde pedir a Dios el cómo y
el por qué del aciago acontecimiento. Otras plantas son donadas en ofrendas o
en ocasión de liturgias, otras tienen finalidad adivinatoria. En estos casos,
diferentes pero todos dirigidos a preservar de manera religiosa el estado de
bienestar, el mundo vegetal se vuelve mediador entre el hombre y lo divino,
tanto para agradecerle o halagarlo como para conocer. Cuando, por otra parte,
la sospecha de una enfermedad es la magia, el paciente o sus familiares se
orientan especialmente a un curandero que proponga como cura una “limpia” hecha
significativamente con rezos y hierbas. De todos modos, debido al hecho de
otorgar, tanto por parte de la pagana religiosidad indígena como de la del
ibérico estado eclesial, suma importancia al aspecto religioso, casi siempre en
tierra novohispana se dan propuestas terapéuticas que tomen en cuenta lo
divino, sea de forma sincrética o de forma meramente pre/pos–conquista. Hoy,
después de quinientos años de compleja integración con los aportes europeos, son
de hecho rodeados por una nueva flora, que ya ha adquirido un carácter de
nacionalidad, aquellos muchos árboles y plantas medicinales autóctonos,
vestigios de un antiguo paraíso, cuyo cultivo permitió la realización de mercados
para el ejercicio formal de la medicina indígena, y que hace tiempo brotaban
maravillosamente de jardines admirables y de colecciones escrupulosamente
cuidadas (Di Ludovico, 2009).
CONCLUSIÓN. Como conclusión, podríamos pensar
muchas cosas sobre la enfermedad, el bienestar y la cura en el contexto de las
tradiciones mesoamericanas. Mejor nos ceñimos a lo que encontramos en libros
como el códice Florentino (hablando de época azteca) y a lo que nuestros
informantes locales nos cuentan. Es complejo y difícil para nuestras mentes occidentales
y científicas. Haciendo un ejercicio de humildad tal vez podamos acercarnos a
comprenderlo a través de interpretaciones próximas a las de los informantes
(dadas por “traductores culturales” colaboradores que conozcan ambas culturas y
ambos mundos). En todo caso, creo, esa misma comprensión es experiencia, lo que
implica la posibilidad de obtener una variedad de relatos provenientes de
distintos observadores externos, válidos todos ellos desde la óptica
antropológica si son honestos y se usan para contrastar con otros con el fin de
obtener las interpretaciones (nuestras, finales) más próximas a lo que los
miembros de las culturas que estudiamos nos cuentan. Lo que está claro es que
lo que nosotros entendemos como una mala digestión sin más por comer demasiado
o con prisa o por comer determinadas cosas, no es igual a lo que un miembro de
una sociedad tradicional entiende, apoyado en su llamémosla cultura de la
salud. Hemos tenido ocasión de comprobarlo. E incluso hemos hecho experimentos
constatándolo. En nuestro contexto (occidental, racional, científico),
excluidas otras causas y no viéndose más implicaciones, la “culpa” del mal, por
así llamarla, es nuestra actitud (interacción nerviosa si comemos con prisas) o
una mala elección de la comida, o un empacho sin más. En el contexto de
nuestros amigos (mesoamericanos) puede ser eso y algo más. De este “algo más”
es de lo que hablamos a lo largo de todo el libro, junto con otras cosas.
[1] En aparente acuerdo a los dictámenes de los dos
tipos mayores de física: aquélla cuántica por lo invisible/subatómico, la otra
clásica por lo cotidiano/macroscópico. Regidas por leyes diferentes, parecen no
tener puntos de contacto pese al obvio sustrato microscópico de lo visible,
otorgando así una relación paradójica (occidentalmente hablando pero no según
los nativos amerindios) entre la materia imperceptible y la observable.
[2] Principal entidad anímica, especie de aura. Véase en seguida.
[3] Ejemplos son: el ajenjo (Artemisia absinthium), las mentas (Mentha piperita, citrata,
sativa), el epazote (Chenopodium ambrosioides), los toloaches
o floripondios (Datura/Brugmansia spp.), el tabaco (Nicotiana tabacum), el café.
[4] Entre estas: la hoja santa (Piper sanctum), el atomate (Physalis
philadelphica), el tepezcohuite (Mimosa tenuiflora), la siempreviva (Sedum dendroideum), la bugambilla.
[5] Meras maneras discursivas, modos de comunicación
y de comprensión de la realidad; procedimientos dialécticos de organización de
lo que llamamos realidad objetiva en el pensamiento.
[6] Como ya hemos expuesto, son llamadas “enteógenas”
(“de las cuales surge lo divino”, “que sacan lo divino que está en nosotros”) o
comúnmente “alucinógenas”.
jueves, 27 de febrero de 2014
*FEMENINOLOGÍA. Nota (38) (Osvaldo Buscaya. Argentina)
*FEMENINOLOGÍA
*Ciencia de lo femenino
Postulado: la irresoluble perversión no sublimada y ambigüedad sexual del varón
Las fuertes resistencias contra lo femenino no serían de índole intelectual, sino que proceden de fuentes afectivas; la irresoluble perversión no sublimada y ambigüedad sexual del varón que posee la decisión final en éste esquema, donde lo masculino sigue siendo la ley.
(Osvaldo Buscaya)
Femeninologia
Nota (38)
La perversa civilización patriarcal, se nos opone con la objeción siguiente: Que hasta los escépticos más empedernidos reconocen que las afirmaciones de la cultura, ética y moral del patriarcado no pueden ser rebatidas, teniendo a su favor la tradición y la conformidad de todos los varones.
Sin embargo desde los albores del feminismo, hoy, no están en condiciones las mujeres de complacerse en engañarse a sí misma, suponiendo que con estos “fundamentos” del perverso patriarcado se sigue una trayectoria mental plenamente correcta: Hoy, el feminismo no puede conducirse ni basar sus juicios y opiniones en “fundamentos” tan pobres.
En lo que atañe a los “fundamentos” del perverso patriarcado, el varón se hace culpable de un sinnúmero de insinceridades y de vicios intelectuales, pues forzando el significado de su “superioridad”, hoy, nada se conservó de su primitivo sentido y es la situación favorable para el feminismo en su camino al poder y derrotar al perverso patriarcado, pues el varón ha forzado el significado de las palabras durante la historia que, hoy, para el feminismo no conservan veracidad alguna, al dar el nombre de superioridad al carácter del varón: Vaga abstracción por ellos creada y se presentan, jactándose de su ética y moral machista en “contacto” con Dios representándolo, que podemos reconocer como delirante ilusión en cuanto a su naturaleza psicológica.
Sabemos que a partir de la rebelión de los varones en la horda primitiva, fueron creadas las “doctrinas” que generan el Tabú y el totemismo arribando al Dios – varón, jactándose del cristianismo con el Papa – varón: La perversa civilización patriarcal y su “patrimonio cultural” a los que concede muy alto valor, rige nuestras vidas con premisas que fundan las instituciones del perverso patriarcado, que no califican de “ilusiones” y las relaciones entre los sexos aparecen perturbadas, en nuestra civilización, por toda una serie de “ilusiones” eróticas que “satisfacen” sobre la esclava – mujer -- objeto.
La transmisión histórica oral a la actualidad nos permite ser contemporáneos desde los “inicios de la civilización”, abarcando y mutando con los variados cambios de las “verdades absolutas”, que correspondían a cada época, y como “viajeros” de los tiempos considerando, los varones, la “normalidad cultural” de la explotación y el sometimiento como una “lucha” de poder entre varones privilegiados y varones desposeídos: No encontrando en nuestro “viaje”, a través de la historia, a la mujer – objeto – esclava en un activo rol dentro de ésta “lucha” por el poder; la mujer tenía y tiene, “adaptándola” el perverso patriarcado en los tiempos históricos, el “rol” de mantener en condiciones el fuego de la hoguera.
El “rol” relevante de la mujer fue y es con el avance de los tiempos, tal lo podemos apreciar en nuestro rol de viajero temporal, la culpable de la pérdida del paraíso arribando a la Inquisición, etc., por tanto, una vez despierta mi desconfianza, no debo retroceder siquiera ante la sospecha que, tampoco posea fundamentos sólidos mi convicción sobre la observación y el pensamiento aplicados a la investigación científica, basada en el psicoanálisis, que permite alzar el velo encubridor del perverso irresoluble y ambiguo sexual varón, que impone la ley.
Lo que llevo dicho contra el perverso patriarcado, como verdad, no ha precisado para nada de mi Ciencia de lo femenino (Femeninologia), que ha sido alegado ya, mucho antes de su nacimiento por el feminismo.
La aplicación de mi Ciencia de lo femenino (Femeninologia), proporciona un nuevo argumento contra la perversa civilización patriarcal.
El perverso patriarcado se atribuye haber prestado grandes “servicios” a la civilización humana (del varón) contribuyendo a dominar lo “antisocial”, rigiendo duramente muchos milenios la sociedad humana (del varón): Pero si hubiese, el perverso patriarcado, podido reconciliar con la vida, no hubiera ocurrido la reacción del feminismo, con integrantes de más de la mitad de la población subhumana (la mujer), al considerar su situación como un yugo del que anhela liberarse: Mujer que debe consagrar todas sus fuerzas para conseguir una “mudanza” del hostil perverso patriarcado, hasta el punto de no querer saber nada de sus preceptos, ni considerar inferior lo femenino.
Buenos Aires
Argentina
28 de enero de 2014
Osvaldo Buscaya (Bya)
(Psicoanalítico)
Femeninologia
Lo femenino es el camino
femeninologia@yahoo.com.ar
miércoles, 5 de febrero de 2014
LA EXPERIENCIA DE LA AYAHUASCA
Por: Francesco Di Ludovico (texto & imágenes).
(médico e investigador en etnofarmacología y etnobotánica).
Queda prohibida toda reproducción, tanto de textos como de imágenes. Ambos son propiedad de los autores.
INTRODUCCIÓN.
De nuevo me complace traer a estas páginas otro texto de mi colega de investigación y amigo el Dr. Di Ludovico quien, en su reciente viaje al Brasil tomó contacto directo con una de las tradiciones más antiguas de los grupos originarios locales: la interacción con la Ayahuasca como maestra y curadora a través del preparado realizado por locales. El Dr. Di Ludovico y un servidor publicamos el año pasado en Italia (Aracne Editrice) un libro sobre enteógenos, desde una perspectiva un poco distinta a las convencionales. Estamos traduciéndolo al castellano con su correspondiente variación por revisión e incorporación de algún contenido nuevo. A los antropólogos e investigadores afines nos parece necesario conocer el objeto de estudio no sólo desde la perspectiva de quienes forman parte de la cultura de dicho objeto (informantes locales) sino también desde la nuestra como observadores participantes; es decir, como experimentadores previo conocimiento de las gentes y de las culturas que estudiamos; o al menos, previo acercamiento a dicho conocimiento. Es lo que hizo el Dr. Di Ludovico en esta ocasión sin ánimo de explicar nada. Sólo como alguien que se acerca con todo el respeto y complacencia de los locales a algo que se estudia y guiado siempre por la mano experta de los conocedores culturales originarios. Se trata pues de una experiencia personal que, pasada por el tamiz de la formación médica y antropológica, nos aporta una información interesante y valiosa de contraste cultural que formará parte, junto con otras experiencias, de la edición en castellano de "las plantas de los dioses" de próxima aparición.
Sin embargo, nuestro relator desea que se muestre aquí tal cual, limpia, sin análisis, sin aderezos o revisiones intelectuales ningunas.
Damos las gracias al Dr. André Gomez Dos Santos quien hizo posible el experimento. Damos las gracias al propio Dr. Di Ludovico por la amabilidad de compartir con los lectores de este blog su experiencia.
(Alfonso J. Aparicio Mena).
EL RELATO.
«Hicimos muchas actividades hasta ahora. Hoy vamos a ver la colina de J.». Así me dijo A., invitándome a la enésima aventura hacia el conocimiento de la pródiga naturaleza brasileña.
Aunque no comprendiera exactamente qué podía representar una excursión tal, acepté con gusto. Colinas, montículos y análogos me han ejercido siempre gran atractivo, quizá por la gana que dan de llegar a su cumbre, así como por el desafío que supone una naturaleza ardua y difícil de "domar". También por el deseo infantil de encontrar algo allí.
La tarde era cálida, excitada por las risas de unos niños vivaces y por las ráfagas del viento ligero que iba vago sin destino alguno pero trayendo consigo el olor marino del océano. Y por los lenguajes animales: arcanos, libres, respetuosos. Los cantos de pájaros volando cerca de nosotros y el chirriar de cigarras plácidas arriba de las altísimas palmeras nos acompañaron a lo largo de todo el recorrido.
Aproximadamente 15 minutos de bicicleta y llegamos.
La cumbre. Un jardín de una casa particular; unas charlas de A. con el dueño. «Regresamos», me dijo después de unos minutos. Bueno, ya. «Bonito jardín», me dije; «plantas tropicales bien colocadas en cuadros que dejan bastante espacio entre ellos; bambúes y mucha sombra. Unas flores de cemento de colores, bonita vista al mar; un dueño que no me habló, quizá por que se dio cuenta que no hablo portugués». Me fui sin ganas de volver ahí; lo visto era agradable y advertí que no tenía la necesidad de ser conocido.
Nada más regresar, nos paramos delante de un portón allí cerca, que poco antes no vi. «Es la entrada de otra casa». El portón estaba abierto, señal tácita de bienvenida a cualquier persona y animal que quisiera pasar el umbral. Aquí nadie. Un sendero estrecho entre una vegetación espesa, arbustos diferentes de aquellos vistos hasta ese momento; unos CD y adornos navideños colgados en unas ramas, reflejando luz polícroma de cualquier fuente luminosa que los alcanzara; un canto lejano, música leve. Sillas de colores, una cabaña; y por fin personas. Nos saludaron como si nos conocieran de toda la vida y como si nos estuvieran esperando, hablándonos directos, sin ninguna de esas formalidades poco sensatas a las cuales estamos acostumbrados.
«Hola, ¡qué tal! Estamos preparando la velada. Os esperamos esta noche.» ¿Velada? ¿Y regresar? A. me explicó: «¡Qué suerte! Esta noche misma van a celebrar el culto del Daime. Estaba planeado para otro día. Claro signo de que debemos participar; además nos están invitando». Era mi intención ser espectador de una "velada"; «quizá esta vez, tan vaticinada por el destino fausto, sea la ocasión para participar de una manera activa». Nos encargaron la compra de unas velas y un poco de pan. Regresamos al pueblo, hicimos las compras, volvimos a la casa, comimos un poco de fruta; y ya hacia la colina con las bicicletas. Las nueve de la noche; dejada la calle principal, oscuridad absoluta. La subida hacia la cumbre la recorrimos con esa excitación de los exploradores más aventureros. El zumbido de las hojas trémulas con el viento nocturno acompañó los latidos de nuestros corazones.
Esta vez el portón estaba cerrado; pero A. pudo abrir el pestillo del interior con su mano ya que los listones permitían espacios vacíos. ...Pasaje cerrado al "profano", pero fácil de atravesar por quien lo quiera...
En el suelo un fuego de leñas ardientes; arriba un calderón ahumando. La misma gente; caras serenas, sonrientes, discretas. La oficiante G. sentada en su silla de colores, nos dio tranquilamente la bienvenida. Un anciano hombre, L., que descubrimos ser un chamán, nos saludó contándonos sus aventuras curanderas en la Amazonía. Unos jóvenes antropólogos, y nuestro amigo R. que vendría más tarde y por el cual ésta sería su primera vez participando al culto del Santo Daime (pues no me sentía el único). Y niños: los hijos de la oficiante; presencia que me dio aún más serenidad, como si estuviéramos en familia.
Nos pusimos en círculo, alrededor del fuego. Dejamos nuestros zapatos a un lado del mismo. Hacía mucho tiempo que mis pies no tocaban directamente el suelo. Ese diálogo mudo entre mi cuerpo y la tierra me entregó una energía vital, corroborando que soy objetivamente parte de la naturaleza.
Empezamos rezando; rezos cristiano-católicos: tres Ave Marías y tres Padre nuestros alternados. El chamán añadió un agradecimiento a unas plantas (ingredientes del brebaje que tomaríamos) y a dos personajes: a la dueña del mar y a un hombre realmente existido ("Personaje importante del Daime", me dijeron). El brebaje... Nos invitaron a ponernos en fila para recibir la pócima sagrada. Era la poción que poco antes vi cocerse en el calderón; líquido denso, color café, chocolate al parecer. Mi turno. G. me miró a los ojos, como una madre solícita: «... Feliz viaje». Tomé un vaso; sabor avinagrado, sabor a esperanza, a agradecimiento por estar ahí, a felicidad de poder recibir mensajes de parte de mi conciencia. Ningún miedo; ninguna elucubración filosófica. Abandono y serenidad.
Seguimos rezando, cantando, agradeciendo a las plantas sagradas que constituían el brebaje: "liana del vino del espíritu", "jurema" y "chacruna".
Mis conocimientos etnobotánicos me tradujeron que la pócima era constituida, pues, por la liana de ayahuasca (Banosteriopsis c.), por la corteza de Mimosa tenuiflora y por las hojas de Psychotria v.
Sin embargo, no quise ni pensar cómo estaban actuando biológicamente los principios activos de dichas plantas. Dejé que mi mente fuera serena y vacía, tranquilamente receptiva.
Después de una media hora las estrellas me parecieron más brillantes, y las ramas de los árboles comunicativas...
Llegadas las 11 de la noche, nos invitaron a tomar el segundo vaso de la pócima sagrada. Bebí con más serenidad y felicidad aún. Regresado a mi asiento, mis ojos se fijaron en las brazas ardientes del fuego. De ahí salieron figuras tridimensionales, siempre comunicando un sentido. Una calavera sonriente me "dijo" que la vida y la muerte son hermanas: que somos muertos vivientes. Unas rocas que limitaban el fogón me "dijeron" que Dios es también un cómico y le gusta reír y quiere que hagamos lo mismo. Vi una especie de espiral de ADN hecha de perlas claras; visión muy fugaz. Y vi mis padres cuando decidieron darme la vida: caricias y sonrisas en una cama me comunicaron su dicha...
El tercer vaso de pócima. No todos quisieron tomar. Yo sí, pues no me sentía mal ni tenía efectos indeseados; sólo una ligera ebriedad, pero más controlada que aquella procurada por el vino: sin embargo, al regresar de la "velada" no pude ir en bicicleta sino caminado.
Ahora me puse en una hamaca. Cerré los ojos; el viento y las estrellas eran mis únicos compañeros externos. Pero en mi interior había mucha más vida. Vi un reloj y sus manecillas brillantes como oro que se movían vibrando. Me "comunicó" ser el reloj de la vida, y que yo estoy a la mitad de la mía. "Sentí" que tenemos un tiempo dado para vivir en este mundo. Vi el minutero fijo a las 9 horas y fui "sustraído" por una especie de tristeza: adelantarnos en tal tiempo nos es posible, según nuestro comportamiento voluntario; pues es una libre elección "quemar el tiempo" que nos es donado. "Advertí" que con un uso sensato (sabio, consciente) de la vida, ese tiempo lo vivimos todo y pues hacemos más experiencias; de caso contrario, "quemamos las etapas" y desperdiciamos lo que nos ha sido donado. La visión me "comunicó" que la vida nos ha sido dada para que hagamos experiencia. Y regresó a mi vista interior la calavera que antes vi en el fuego, ahora danzante y riente: somos muertos celebrantes. Me "dijo" que para ser felices se debería de agradecer constantemente el aquí-y-ahora y comprender que todo pasa en el justo momento; y si nos rendimos con fe a cada acontecimiento, podemos aprender mejor (más genuinamente) y más rápidamente. Cada momento lo deberíamos vivir en celebración, en eterno agradecimiento; como las ramas de los arboles, que casi siempre se extienden hacia arriba, hacia la Luz del Sol en el día, y de los astros sin número en la que llaman "oscuridad".
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