Los seres humanos creamos culturas. Observamos, pensamos, imaginamos, obramos, comunicamos nuestras experiencias... Somos variados. Construimos nuestra "realidad". Fabricamos opiniones y maneras distintas de narrar nuestras vivencias. Este espacio expone estudios y trabajos del campo de la antropología del bienestar y la salud así como de la antropología de la naturaleza, sus componentes y sus leyes mostrando diversas concepciones y acciones que en esos terrenos se pueden dar y llevar a cabo en las culturas y sociedades del mundo.

Foto: "Águila peleando con serpiente". Tatuaje clásico del artista: Alvar Mena (La barbería tatuajes. Salamanca)

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SEGUNDA ETAPA

miércoles, 5 de febrero de 2014

LA EXPERIENCIA DE LA AYAHUASCA

Por: Francesco Di Ludovico (texto & imágenes).
(médico e investigador en etnofarmacología y etnobotánica).

Queda prohibida toda reproducción, tanto de textos como de imágenes. Ambos son propiedad de los autores.

INTRODUCCIÓN.
De nuevo me complace traer a estas páginas otro texto de mi colega de investigación y amigo el Dr. Di Ludovico quien, en su reciente viaje al Brasil tomó contacto directo con una de las tradiciones más antiguas de los grupos originarios locales: la interacción con la Ayahuasca como maestra y curadora a través del preparado realizado por locales. El Dr. Di Ludovico y un servidor publicamos el año pasado en Italia (Aracne Editrice) un libro sobre enteógenos, desde una perspectiva un poco distinta a las convencionales. Estamos traduciéndolo al castellano con su correspondiente variación por revisión e incorporación de algún contenido nuevo. A los antropólogos e investigadores afines nos parece necesario conocer el objeto de estudio no sólo desde la perspectiva de quienes forman parte de la cultura de dicho objeto (informantes locales) sino también desde la nuestra como observadores participantes; es decir, como experimentadores previo conocimiento de las gentes y de las culturas que estudiamos; o al menos, previo acercamiento a dicho conocimiento. Es lo que hizo el Dr. Di Ludovico en esta ocasión sin ánimo de explicar nada. Sólo como alguien que se acerca con todo el respeto y complacencia de los locales a algo que se estudia y guiado siempre por la mano experta de los conocedores culturales originarios. Se trata pues de una experiencia personal que, pasada por el tamiz de la formación médica y antropológica, nos aporta una información interesante y valiosa de contraste cultural que formará parte, junto con otras experiencias, de la edición en castellano de "las plantas de los dioses" de próxima aparición.
Sin embargo, nuestro relator desea que se muestre aquí tal cual, limpia, sin análisis, sin aderezos o revisiones intelectuales ningunas. 
Damos las gracias al Dr. André Gomez Dos Santos quien hizo posible el experimento. Damos las gracias al propio Dr. Di Ludovico por la amabilidad de compartir con los lectores de este blog su experiencia.
(Alfonso J. Aparicio Mena).


EL RELATO.
«Hicimos muchas actividades hasta ahora. Hoy vamos a ver la colina de J.». Así me dijo A., invitándome a la enésima aventura hacia el conocimiento de la pródiga naturaleza brasileña. 

Aunque no comprendiera exactamente qué podía representar una excursión tal, acepté con gusto. Colinas, montículos y análogos me han ejercido siempre gran atractivo, quizá por la gana que dan de llegar a su cumbre, así como por el desafío que supone una naturaleza ardua y difícil de "domar". También por el deseo infantil de encontrar algo allí. 
La tarde era cálida, excitada por las risas de unos niños vivaces y por las ráfagas del viento ligero que iba vago sin destino alguno pero trayendo consigo el olor marino del océano. Y por los lenguajes animales: arcanos, libres, respetuosos. Los cantos de pájaros volando cerca de nosotros y el chirriar de cigarras plácidas arriba de las altísimas palmeras nos acompañaron a lo largo de todo el recorrido. 
Aproximadamente 15 minutos de bicicleta y llegamos. 
La cumbre. Un jardín de una casa particular; unas charlas de A. con el dueño. «Regresamos», me dijo después de unos minutos. Bueno, ya. «Bonito jardín», me dije; «plantas tropicales bien colocadas en cuadros que dejan bastante espacio entre ellos; bambúes y mucha sombra. Unas flores de cemento de colores, bonita vista al mar; un dueño que no me habló, quizá por que se dio cuenta que no hablo portugués». Me fui sin ganas de volver ahí; lo visto era agradable y advertí que no tenía la necesidad de ser conocido. 
Nada más regresar, nos paramos delante de un portón allí cerca, que poco antes no vi. «Es la entrada de otra casa». El portón estaba abierto, señal tácita de bienvenida a cualquier persona y animal que quisiera pasar el umbral. Aquí nadie. Un sendero estrecho entre una vegetación espesa, arbustos diferentes de aquellos vistos hasta ese momento; unos CD y adornos navideños colgados en unas ramas, reflejando luz polícroma de cualquier fuente luminosa que los alcanzara; un canto lejano, música leve. Sillas de colores, una cabaña; y por fin personas. Nos saludaron como si nos conocieran de toda la vida y como si nos estuvieran esperando, hablándonos directos, sin ninguna de esas formalidades poco sensatas a las cuales estamos acostumbrados. 
«Hola, ¡qué tal! Estamos preparando la velada. Os esperamos esta noche.» ¿Velada? ¿Y regresar? A. me explicó: «¡Qué suerte! Esta noche misma van a celebrar el culto del Daime. Estaba planeado para otro día. Claro signo de que debemos participar; además nos están invitando». Era mi intención ser espectador de una "velada"; «quizá esta vez, tan vaticinada por el destino fausto, sea la ocasión para participar de una manera activa». Nos encargaron la compra de unas velas y un poco de pan. Regresamos al pueblo, hicimos las compras, volvimos a la casa, comimos un poco de fruta; y ya hacia la colina con las bicicletas. Las nueve de la noche; dejada la calle principal, oscuridad absoluta. La subida hacia la cumbre la recorrimos con esa excitación de los exploradores más aventureros. El zumbido de las hojas trémulas con el viento nocturno acompañó los latidos de nuestros corazones. 
Esta vez el portón estaba cerrado; pero A. pudo abrir el pestillo del interior con su mano ya que los listones permitían espacios vacíos. ...Pasaje cerrado al "profano", pero fácil de atravesar por quien lo quiera... 
En el suelo un fuego de leñas ardientes; arriba un calderón ahumando. La misma gente; caras serenas, sonrientes, discretas. La oficiante G. sentada en su silla de colores, nos dio tranquilamente la bienvenida. Un anciano hombre, L., que descubrimos ser un chamán, nos saludó contándonos sus aventuras curanderas en la Amazonía. Unos jóvenes antropólogos, y nuestro amigo R. que vendría más tarde y por el cual ésta sería su primera vez participando al culto del Santo Daime (pues no me sentía el único). Y niños: los hijos de la oficiante; presencia que me dio aún más serenidad, como si estuviéramos en familia. 
Nos pusimos en círculo, alrededor del fuego. Dejamos nuestros zapatos a un lado del mismo. Hacía mucho tiempo que mis pies no tocaban directamente el suelo. Ese diálogo mudo entre mi cuerpo y la tierra me entregó una energía vital, corroborando que soy objetivamente parte de la naturaleza. 
Empezamos rezando; rezos cristiano-católicos: tres Ave Marías y tres Padre nuestros alternados. El chamán añadió un agradecimiento a unas plantas (ingredientes del brebaje que tomaríamos) y a dos personajes: a la dueña del mar y a un hombre realmente existido ("Personaje importante del Daime", me dijeron). El brebaje... Nos invitaron a ponernos en fila para recibir la pócima sagrada. Era la poción que poco antes vi cocerse en el calderón; líquido denso, color café, chocolate al parecer. Mi turno. G. me miró a los ojos, como una madre solícita: «... Feliz viaje». Tomé un vaso; sabor avinagrado, sabor a esperanza, a agradecimiento por estar ahí, a felicidad de poder recibir mensajes de parte de mi conciencia. Ningún miedo; ninguna elucubración filosófica. Abandono y serenidad. 
Seguimos rezando, cantando, agradeciendo a las plantas sagradas que constituían el brebaje: "liana del vino del espíritu", "jurema" y "chacruna".
Mis conocimientos etnobotánicos me tradujeron que la pócima era constituida, pues, por la liana de ayahuasca (Banosteriopsis c.), por la corteza de Mimosa tenuiflora y por las hojas de Psychotria v.
Sin embargo, no quise ni pensar cómo estaban actuando biológicamente los principios activos de dichas plantas. Dejé que mi mente fuera serena y vacía, tranquilamente receptiva. 
Después de una media hora las estrellas me parecieron más brillantes, y las ramas de los árboles comunicativas...


Llegadas las 11 de la noche, nos invitaron a tomar el segundo vaso de la pócima sagrada. Bebí con más serenidad y felicidad aún. Regresado a mi asiento, mis ojos se fijaron en las brazas ardientes del fuego. De ahí salieron figuras tridimensionales, siempre comunicando un sentido. Una calavera sonriente me "dijo" que la vida y la muerte son hermanas: que somos muertos vivientes. Unas rocas que limitaban el fogón me "dijeron" que Dios es también un cómico y le gusta reír y quiere que hagamos lo mismo. Vi una especie de espiral de ADN hecha de perlas claras; visión muy fugaz. Y vi mis padres cuando decidieron darme la vida: caricias y sonrisas en una cama me comunicaron su dicha...
El tercer vaso de pócima. No todos quisieron tomar. Yo sí, pues no me sentía mal ni tenía efectos indeseados; sólo una ligera ebriedad, pero más controlada que aquella procurada por el vino: sin embargo, al regresar de la "velada" no pude ir en bicicleta sino caminado.
Ahora me puse en una hamaca. Cerré los ojos; el viento y las estrellas eran mis únicos compañeros externos. Pero en mi interior había mucha más vida. Vi un reloj y sus manecillas brillantes como oro que se movían vibrando. Me "comunicó" ser el reloj de la vida, y que yo estoy a la mitad de la mía. "Sentí" que tenemos un tiempo dado para vivir en este mundo. Vi el minutero fijo a las 9 horas y fui "sustraído" por una especie de tristeza: adelantarnos en tal tiempo nos es posible, según nuestro comportamiento voluntario; pues es una libre elección "quemar el tiempo" que nos es donado. "Advertí" que con un uso sensato (sabio, consciente) de la vida, ese tiempo lo vivimos todo y pues hacemos más experiencias; de caso contrario, "quemamos las etapas" y desperdiciamos lo que nos ha sido donado. La visión me "comunicó" que la vida nos ha sido dada para que hagamos experiencia. Y regresó a mi vista interior la calavera que antes vi en el fuego, ahora danzante y riente: somos muertos celebrantes. Me "dijo" que para ser felices se debería de agradecer constantemente el aquí-y-ahora y comprender que todo pasa en el justo momento; y si nos rendimos con fe a cada acontecimiento, podemos aprender mejor (más genuinamente) y más rápidamente. Cada momento lo deberíamos vivir en celebración, en eterno agradecimiento; como las ramas de los arboles, que casi siempre se extienden hacia arriba, hacia la Luz del Sol en el día, y de los astros sin número en la que llaman "oscuridad".