Los seres humanos creamos culturas. Observamos, pensamos, imaginamos, obramos, comunicamos nuestras experiencias... Somos variados. Construimos nuestra "realidad". Fabricamos opiniones y maneras distintas de narrar nuestras vivencias. Este espacio expone estudios y trabajos del campo de la antropología del bienestar y la salud así como de la antropología de la naturaleza, sus componentes y sus leyes mostrando diversas concepciones y acciones que en esos terrenos se pueden dar y llevar a cabo en las culturas y sociedades del mundo.

Foto: "Águila peleando con serpiente". Tatuaje clásico del artista: Alvar Mena (La barbería tatuajes. Salamanca)

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SEGUNDA ETAPA

COLABORACIONES.


*FEMENINOLOGÍA
*Ciencia de lo femenino
Postulado: la irresoluble perversión no sublimada y ambigüedad sexual del varón Las fuertes resistencias contra lo femenino no serían de índole intelectual, sino que proceden de fuentes afectivas; la irresoluble perversión no sublimada y ambigüedad sexual del varón que posee la decisión final en éste esquema, donde lo masculino sigue siendo la ley.

Por:  Osvaldo Buscaya.

Femeninologia

Nota (28)
La civilización patriarcal nos ofrece, en su historial, la esencial característica de su
imposición inalterable; la horda, el líder. Las situaciones de identificación y transferencia condicionan y “amansan”. En nuestro presente de la “globalización”, presenciamos las “caídas” de ciertos “lideres” con los “matices”, que aportan las tecnologías, las comunicaciones, los armamentos, etc., repitiendo, reiterando el “mecanismo” original de la primordial horda, que se pretende “explicar” mediante los condicionamientos económicos. Es la estrategia implementada por el perverso patriarcado en toda sociedad, sin excepción, para aparentar cambios, para que nada cambie. El perverso patriarcado alimenta la estructura financiera y económica en esta situación y es así que aumenta el número de víctimas. El perverso patriarcado, dueño del lenguaje, encubre con el término “corrupción” la adaptación sobre el sometimiento femenino, cuando en realidad la corrupción es el buen uso aceptado del perverso patriarcado; es el conjunto de actitudes y actividades mediante las cuales el perverso patriarcado, a sabiendas y orgullosamente, utiliza los privilegios otorgados por los “machos”. La metodología política del perverso patriarcado es una realidad mundial y es justamente el que diseña la existencia de entidades nacionales e internacionales, oficiales y privadas, con la misión de supervisar el nivel de “corrupción”, abuso, trata, femicidios, etc.; un absurdo.
La crónica diaria, nos transmite las escenas asentadas en un sadismo colectivo, donde se despedazan los contrincantes utilizando todo tipo y forma para el aniquilamiento mutuo. Como el “macho” de la primordial horda, el “líder” es perseguido y “acosado”, para satisfacer la sed de “venganza” de quienes eran los fieles súbditos o hijos. La tenue “capa”, que la civilización patriarcal utiliza para encubrir su perversión irresoluble y ambigüedad sexual, se resquebraja y nos presenta al “líder” con las marcas de su infantil pasado. Pasado infantil, sometido a las condiciones y medios, para obtener su elevadísimo instinto de agresión donde el adulto, así sometido, logra su “normalidad” al encontrar un medio ambiente social “útil” a su aplicado desarrollo para el “liderazgo”
¿Quiénes tendrían en cuenta, estas transformaciones psíquicas del futuro “líder”, que condicionan la “normalidad”, ni que modificaciones de carácter se enlazan a ello, sobre los “iluminados”?
“Iluminados” con su “liderazgo” firmemente enlazado a su elevadísimo instinto de
agresión, continuación del mismo tal una “labor” psíquica ininterrumpida e imperturbada, desarrollada partiendo de aquellas experiencias infantiles a través de la vida de los “lideres”, sin que importe que su actitud llegase a surgir o fuera retraída bajo el imperio de circunstancias sociales que no se presentaran para su desarrollo. El “líder” no está mucho más alejado, en su perversión irresoluble y ambigüedad sexual, que otros varones, integrantes de la civilización patriarcal, que conceden absoluta importancia a la necesidad de un “liderazgo” y sin ocuparse de las fuentes de origen del mismo.
Sólo mediante lo femenino, sería posible revertir la imposición de la civilización
patriarcal. La educación en manos de la mujer ligaría nuestra vida a la de los demás e identificarnos con ello de tal modo, que la brevedad de la propia duración del periodo infantil, resultaría superable. Pensando así no debería intentar el varón, a toda costa, la satisfacción perversa, aún, por no existir razones, de su ambigüedad sexual, según las cuales deban dejarlas insatisfechas, dado que sólo la perduración de tantos deseos perversos incumplidos podría desarrollar un día poder suficiente para transformar el orden de la civilización.
La civilización patriarcal es el desarrollo y “evolución” de lo masculino. El conocimiento histórico tal y como el pensamiento del varón lo ha conformado pretende no sorprendernos para la interpretación de sus “ideales”, y, la fabulación machista. El feminismo percibiría con mirada nueva y exenta de todo prejuicio lo que más extrañamente sería; lo existente del varón y la mujer que, siendo tan semejantes, evidencian no obstante, su “diversidad” con signos manifiestos de amo y esclava. Más no parecería, a través de milenios, que la civilización patriarcal se despoje de encubrir, su perversidad y ambigüedad sexual, tomando ese hecho fundamental como punto de partida de una honesta “investigación” sobre los problemas que someten a la mujer.
Conociendo desde el principio de su vida un patriarcado ecuménico, se le impone a la mujer, el aceptar su “existencia” de sometimiento como una realidad que no precisa de “investigación” alguna.
Es indudable que la construcción delirante del patriarcado, ha contado con un
“material” provisto por lo real. La naturaleza, en su totalidad, que enfrentada para
lograr su dominio, en primer lugar “crea” en éste proceso “evolutivo” la rebelión en la horda primitiva, que acelera el “paso” e incorpora a las hembras exclusivas, del pacto primordial, como objeto de uso prostituido, en segundo lugar.
No cabe duda que el varón “ignora”, tan en absoluto, los motivos de su irresoluble
perversión, como el origen de los procesos que consideran a la mujer ajustada a su inferior rol. Estos procesos son, reminiscencias de los recuerdos, transformaciones y deformaciones adoptadas por los mismos, después de haber intentado sin éxito abrirse paso, en forma no modificada, hasta la conciencia.
El supuesto juicio crítico concebido por el patriarcado de que la esclava prostituida,
representa algo “actual”, como asimilable a la libertad de trabajo, no es sino una
sustitución de su convencimiento de que aquel paso tan lleno de “legalidad ecuménica”, era la característica de un “contemporáneo” sometimiento (antiguo) que conoce hace siglos y que en la época presente recrea así en la “legalidad” del proxenetismo.
Ésta situación padecida por la mujer, que la tiene como víctima del patriarcado, la
encuentra frente a la existencia de los procesos anímicos que a pesar de ser muy
intensos y provocar enérgicos efectos en el varón, permanecen alejados de su
conciencia. Los “recuerdos” de su infantil conformación de “varón”, se hallarían en
estado de “represión”. Lo reprimido, en el varón, sería poseedor de un dinamismo que como un juego de fuerzas psíquicas afirmaría la existencia de un impulso a exteriorizar todos los efectos psíquicos y entre ellos los del devenir consciente; pero asimismo la de una fuerza contraria, una resistencia capaz de impedir una parte de estos efectos psíquicos, incluyendo los de la percatación por la conciencia; lo único que en la vida anímica tendría así un valor, serían los sentimientos y toda la importancia de las fuerzas psíquicas residiría en su capacidad de hacerlos surgir.
Si las ideas sucumben, también, a la represión, ello es tan sólo por su enlace con la producción de sentimientos, que deben ser evitados, o, más precisamente dicho, la represión recae sobre los sentimientos; pero estos no son perceptibles, sino en su  enlace con las representaciones. Así, pues, al quedar reprimido, en el varón, su
irresoluble perversión y ambigüedad sexual, y dado que su erotismo no conoce o ha conocido otro objeto en su niñez, que la “castrada mujer” quedan “olvidados” todos los recuerdos a la misma, referentes a su horror a la efectiva castración.
Ésta relación del “adulto” varón, con su víctima, despierta éste “dormido” perverso
erotismo y hace devenir activos a los recuerdos de su irresoluble perversión y
ambigüedad sexual, que adquieren eficiencia en calidad de inconscientes desarrollando en su intimidad psíquica, una lucha entre el poder del perverso erotismo y las fuerzas represoras, y aquello que de ésta lucha surge al exterior es una paranoica agresión. El perverso erotismo reprimido surge de nuevo, precisamente, de entre los mismos medios puestos al servicio de la represión. Una “figura” como en su niñez fuera despreciada por su carácter de castrada y la mujer actual, es lo que arranca al varón de ese “apartamiento” indicándole la “obligación” de satisfacerse en el objeto mujer; dueño de la ley hipócrita en que asienta su ética y moral patriarcal es estimulado en éste proceso, el varón, por su represión y sus fantasías que rodea alrededor del objeto – mujer, la que se le muestra como algo “actual” en el sentido de haber producido, el perverso
irresoluble, en la realidad la viva “figura” de la castrada que le aterra en su temor a la castración.
De éste modo llega el patriarcado a “completar” la imagen de lo despreciable, sometido, que sirvió de modelo al proceso de las fases edípicas que lo sitúan en su irresoluble perversión y ambigüedad sexual. Los “rendimientos” de la paranoica civilización patriarcal se nos muestran harto arbitrarios en sus “avances y retrocesos”, que desarrollan en su historial pasado y presente. De estos procesos paranoicos, surge el impulso a la acción; esto es, el “varón” obsesionado por el problema de si la “igualdad” puede o no hallarse en lo real, encuentra en el camino histórico, el movimiento de lo social, quedando encubierta esta actividad por una motivación “filosófica” consciente, donde todo su interés por la figura del estatuto patriarcal se fundará en sus relevantes “hombres”. Claro es que las mujeres que con el patriarcado se “cruzan” y a las que toman como objeto de su sometimiento, tienen que interpretar de un modo muy distinto, obscenamente genocida, la singular conducta del varón y el suscripto no puede por menos de concederles la razón.

Buenos Aires
Argentina
3 de septiembre de 2011
Osvaldo Buscaya
(Psicoanalítico)
Femeninologia
Lo femenino es el camino
femeninologia@yahoo.com.ar

Del libro:
Buscaya, O. 2011. "Femeninología: ciencia de lo femenino"
Impresora Artística Tipograf. Buenos Aires.

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Extracto del Diario de Campo del viaje a la India. 

Por: Andrè Gomes Dos Santos.



UNAS PALABRAS previas.

Andrè Gomes Dos Santos tiene el doctorado europeo en ANTROPOLOGÍA por la Universidad de Salamanca. Su tesis doctoral es un estudio girando alrededor de los niños con cáncer. Fue realizada entre Portugal y España. Brasileño de nacimiento, el Dr. Gomes ha viajado por prácticamente toda Europa además de por otros tantos países de América y Asia. Tengo la suerte de conocerlo, no sólo por su trabajo sino especialmente por haber sido compañero de estudios en la Universidad de Salamanca, época bonita que uno guarda con otros recuerdos entrañables en el corazón. Andrè Gomes es un hombre observador, reflexivo, amable, estudioso, generoso y sincero, cualidades que no siempre le han abierto puertas en el competitivo mundo académico y de la investigación, pero que le definen como persona honesta y de fiar; en este caso, como antropólogo que, al estilo de los clásicos, ha querido plasmar en papel y darnos a conocer las experiencias fruto de sus viajes por la India. A mi juicio, no es una obra de viajes al uso. Se trata de la interpretación de un hombre criado en el Caribe, estudiando y viviendo en Europa y con vocación de "alma errante" aprendiendo de todo lo que sus sentidos absorben a cada instante. Entiendo, como antropólogo, que no nos quiere mostrar realidades con las que confeccionar un catálogo de experiencias intercambiable o útil para el viajero ocasional o vacacional. Veo más la necesidad de contar lo vivido y la satisfacción de hacerlo. La obra de Andrè, en mi opinión, es, pues, la trasmisión de lo experimentado sobre el campo por un antropólogo que se tomó al pie de la letra el digno y bello trabajo de contar lo que otros te dicen que sienten y contrastarlo con los sentimientos de la propia experiencia con esos otros. Este extracto nos da una idea del libro que no tardará en salir con el relato completo del diario de campo de este etnógrafo trabajando con niños con cáncer o en un albergue de paso; un hombre difícilmente atable a algo o encasillable, un antropólogo de la salud y del bienestar libre de cuerpo y de ideas; sin pelos en la lengua y con toda la vida por delante para seguir investigando y proporcionando modelos de trabajo interesantes.


(Alfonso J. Aparicio Mena).


Prefacio. 

        La vida del hijo de una profesora y un camionero, toma un rumbo entre la ética y la dedicación de la profesión de su madre, y la aventura y honestidad de su padre, añadiendo la compañía y educación de dos lindas hermanas. Mi familia, más que una base, ha sido y es un trampolín que me impulsa en mis aventuras, a la vez que es un puerto seguro.


Así mis primeros viajes fueron con mi padre, en su camión, acompañado de muchas historias y también de algunos apuros, que me han ayudado a afrontar situaciones difíciles mientras se está en “el medio del mundo”.

Cuando tenía 15 años toda la familia nos trasladamos de Juazeiro do Norte a Recife. Un viaje que nos cambiaría la vida, pues empezamos una nueva etapa de estudios y crecimiento en una gran capital de Brasil.
Con 17 años ya tenía garantizada la entrada en la Universidad para estudiar Educación Física en Recife. Cuando cumplí los 18 años empecé un largo y emocionante camino dentro del área educativa y recreativa, en el universo de la Oncología Pediátrica.
Desde el trabajo realizado con los niños con cáncer, he tenido la oportunidad de participar en diversos congresos por Brasil, a la vez que iba conociendo a mucha gente y culturas diversas en los viajes que hacía dentro de mi propio país.
Después de los 5 años de universidad y la experiencia acumulada en todo ese tiempo en dos hospitales, decidí cambiar de vida. Y el 19 de Abril de 2001 llegué al Viejo Continente, exactamente a Pamplona (España), donde empezaría a caminar 693 Km en dirección Santiago de Compostela.
Después, todo ha sido una sucesión de acontecimientos que me llevaron a vivir un año y 3 meses en Vitoria, capital del País Vasco. Luego me fui a Freiburg, en el sudoeste de Alemania. Al final he estado viviendo dos años, entre Freiburg y Berlín hasta llegar a Salamanca a hacer un doctorado en Antropología en su Universidad, lo que me ha llevado a estar viviendo e investigando un año en un gran hospital de Oporto (había regresado a la Oncología Pediátrica).
Entre viajes de trabajo, ocio, sueños, aventuras, amores y estudios, he estado por más de 20 países en los últimos años. Solo después de toda esa experiencia de vida he tomado la decisión de invertir tiempo y esfuerzo para viajar a la India. El esfuerzo debo decir que ha sido más emocional, ya que embarqué y regresé con una pequeña mochila que no pasaba más de 3,5 kilos.
India es sin duda un país del que uno siempre escucha hablar muchas historias, un país milenario, con muchos contrastes, con una diversidad cultural inmensa dispersa en su gran territorio. Aún siendo una economía emergente, también se sabe de su problema de sobrepoblación, lo que otorga a ese país la mayor democracia del planeta.
Nombres como la Madre Teresa de Calcuta (que a pesar de no ser hindú dedicó su vida y su trabajo al país), Buda, Gandhi, Tagore, los diversos gurús y líderes religiosos, hacen que el país tenga todavía más atracción. No solo por el trabajo y el legado que han dejado, al menos para mí, sino también para ver y sentir en propia piel la dura realidad de su gente en su día a día.
Ese libro fue compuesto a través de mis relatos etnográficos que iba escribiendo en la manera que podía mientras viajaba – 10 semanas – entre India y Nepal.
Para mis desplazamientos he tenido la oportunidad de utilizar: barco, shikara, avión, autobús, autorickshaw, ciclorickshaw, moto y camión.
Muchas veces el miedo se hizo presente entre mis desplazamientos, pero la alegría y magia de llegar a sitios diversos, la fe en la gente y la emoción de un nuevo itinerario me animaba a seguir adelante, venciendo - en la medida delo posible - mi miedo.

Llegando a Delhi: El verdadero surrealismo

Dicen que el surrealismo buscaba descubrir la verdad a través de la escritura automática, sin correcciones racionales, utilizando imágenes para expresar sus emociones, sin seguir un razonamiento lógico. A partir de ese momento, estamos hablando del año 1917, se empezó a utilizar la palabra “surrealismo” para describir algo sin ese “razonamiento lógico”.
Pero ahora puedo decir que EL SURREALISMO PURO se ve con el tránsito en la India. Es más, yo diría que André Breton, estuvo en la India para saber lo que era el verdadero surrealismo... y no digamos del Dadaísmo.
         Nooooo. El surrealismo no es André Breton, ni Salvador Dalí, ni Man Ray, Luis Buñel, o René Magritte... El surrealismo es el transito en la India...
 Cuando llegué al aeropuerto, me quedé esperando; aun no creía que mi hermana – Cicera - iba a llegar también allí. No apareció hasta las 11 de la mañana. La vi salir del desembarque atenta, buscándome. Yo, sentado observándola, me emocioné al verla. Estaba exhausto, y ella más todavía; ya que hizo un viaje aun más largo que el mío (Recife-Lisboa-Londres-Delhi), pero ambos estábamos tranquilos, relajados, con mucha calma. Compramos algo para comer y beber, nos sentamos y después de una respiración profunda cogimos un autorickshaw a Paharganj, un barrio donde suelen ir los mochileros, cercano a la estación central de tren. ¡Madre mía! ¡Qué movimiento! ¡Y qué calor, más de 43º C! ¡Cómo conducen, como piiiiiiitaannnn! Ciertamente, una cosa es leerlo otra es vivirlo (y por eso estoy aquí).
Cuando bajamos del autorickshaw, pudimos comprobar que era un lugar caótico: las calles estaban sin pavimentar, había polvo por todas partes, vacas, gente, tiendas, restaurantes, vendedores de frutas... Y nos fuimos a buscar uno de esos hostales de los que nos hablaba la guía. Después de visitar tres de ellos, nos quedamos en uno que tenía aire acondicionado. ¡¡Era lo mejor que tenía!! El baño era bastante cutre y la limpieza dejaba mucho que desear. Pero cuando uno está exhausto no tiene tantas ganas de perder tiempo buscando hostales, así que no le dimos muchas vueltas y nos quedamos allí.
En una muestra más de lo pequeño que puede ser el mundo, por la noche habíamos quedado con Varun, un amigo que había conocido en Salamanca, mientras trabajaba en el albergue juvenil. En el camino hicimos la primera compra que nos sería de gran utilidad para el resto del viaje: un reloj despertador. Nosotros no teníamos y ya sabíamos que no nos podíamos fiar de la gente de los hostales para despertarnos. El trasiego de tantos seres humanos era lo que más nos impresionaba en nuestro camino. Encontramos a Varun que vino con su novia. Todos de buena casta, se notaba de lejos. Esa misma noche quedamos con otro amigo de Cicera  (lo conoció en Recife, y se lo volvió a encontrar en Berlín). Todos esos momentos sucederían en el centro de Delhi (Connaugth Place), precisamente en el McDonald´s. Yo, que soy realmente enemigo de  esa comida…sucumbí a sus “encantos”: allí dentro no había tanto polvo y sobre todo había aire acondicionado. Tras la cena, continuamos la charla hasta nuestro barrio. Llegamos casi a media noche al hostal, sorprendidos de cómo el calor apretaba también a esas horas de la noche. Fue muy impresionante ver cómo la gente dormía tranquilamente por la calle, en el suelo o sobre sus puestos de venta.
Después de una noche reconfortante, al día siguiente nos fuimos al FRRO, un departamento donde los extranjeros tienen que registrarse. Tras mucho lío no conseguí resolver nada. Pero fue sin duda una experiencia para recordar: había, como no, mucha gente en las colas, una para los inmigrantes “normales” y otra todavía mayor, para la gente de Afganistán. Yo los observaba. Muchas miradas perdidas, vacías, sin brillo en sus ojos. Todos fugitivos de una guerra que asola a su país desde hace 8 años. Mi corazón se estrechó con tantas personas que veía despojadas de su cultura, su tierra, su gente. En aquel momento me alegré de no ser estadounidense, pero como ser humano me sentí herido. 
Salimos de allí y fuimos buscar algo que ver. Como Delhi es ENORME nos movimos con el autorickshaw hasta una zona central. Buscábamos el Templo de Lotos; toda una odisea. Pensábamos que estábamos cerca y cogimos un ciclorickshaw (especié de triciclo que llevan hombres a todo pulmón con un gran esfuerzo físico). Viendo cómo el señor pedaleaba bajo aquel calor abrasador, decidimos pedir que parase en una farmacia pues necesitábamos comprar un protector solar.
Después de eso, seguimos sin dirección. Pasados algunos minutos, el señor simplemente paró de pedalear y nos hizo una señal con el brazo. Nos mandó a paseo, nada más. No entendía nada de inglés y vete tú a saber si sabría donde estaba el Templo. Nos miramos, atónitos, pero era imposible sentir rabia por aquel señor, con aquella mirada tan tierna…así que le pagamos y empezamos a caminar, perdidos y contentos, comentando lo sucedido. Cogimos entonces un autorickshaw (ese tiene también tres ruedas pero funciona con un motor de pequeña cilindrada) que nos quería llevar a un lugar para comprar mercancías.
-"Please not".
Al final nos metimos en un restaurante (con a/c, claro). Pedí mi comida. Ya sabía que me tocaría leer muchos menús y eso no me gustaba, así que decidí rápido. Algo que nos llamó la atención fue que el camarero nos traía la cuenta sin haberla pedido. Así que nos trajo la cuenta tres veces porque siempre pedíamos algo más. Después de reponer energías, nos pensamos seriamente exponernos nuevamente a la temperatura externa… pero decidimos ir en busca del Templo de Lotus.
Es un lugar de paz, de oración, y también bonito, dentro de la urbe, (tanto que allí me eché una siesta). De allí nos fuimos al Museo Indira Gandhi donde vimos de todo: objetos, fotos, un poco de historia, recortes de prensa, el sitio donde fue asesinada. Nos tomamos un tiempo para hacer algunas fotos y… nuevamente al tráfico loco. No hay otra opción más que la de adaptarse al ambiente.
Llegamos así a la estación de tren donde pude comprobar que Paul Theroux estaba en lo cierto cuando en su libro El Gran Bazar del Ferrocarril decía: “parece que toda India se va de vacaciones”. ¡¡¡CUÁNTA GENTE EN LA ESTACIÓN!!! Ellos duermen en cualquier lugar imaginable, así que el suelo de la estación estaba lleno de camas improvisadas. Es impresionante: gente, gente y más gente. Hay tanta que realmente parece que toda Delhi se va de viaje. A duras penas, se consigue avanzar hacia las oficinas, evitando pisar a los mendigos que duermen acurrucados y envueltos en un trozo de tela, o a las familias que acampan en la estación entre sus petates y sus infiernillos, a veces durante varios días, a la espera de un tren o de un trabajo hasta poder ganar suficiente dinero y pagarse un billete. Es tan impresionante que creo que es por eso que el gobierno de la India tiene una oficina especial para los Papalaguis (los extranjeros). Está en el  piso superior, una sala con aire acondicionado (a/c), unos sofás viejos y una óptima atención al cliente. Así que compramos billetes para Amritsar (en segunda clase a/c) para las 16:30 del día siguiente (17/06).
Comprados los billetes, fuimos a encontrarnos con Ankita, una chica a la que también conocí en Salamanca  mientras ella hacia una maestría. Cicera no quería ir en el metro, porque tenía miedo de encontrarse con la misma cantidad de gente que en la estación de tren. Fue toda una sorpresa descubrir que el metro es todo un lujo en la India, ya que está mucho menos transitado; tiene aire acondicionado, mobiliario  nuevo… Algo que llamó mucho más nuestra atención fue descubrir que en los vagones había lugares reservados sólo para mujeres. Encontramos a Ankita y su novio y fuimos los 4 en un autorickshaw a comer en el restaurante de la Universidad. Comida picante y buena. Regresamos al hotel tarde por la noche. ¿Tranquilidad? Pues no, eso es la India. Por el camino avistamos un bullicioso  mercadillo: gente comprando frutas a las 23:30, gente durmiendo sobre las aceras. Todo aquello nos impresionó tanto...
En cierto modo, estábamos algo incómodos en Delhi y decidimos trasladarnos a Agra. Allí está el Taj Majal y visitarlo era uno de los principales objetivos de mi hermana, Cicera. El regente del hostal nos consiguió un taxi que nos llevaría directos a una de las construcciones más imponentes del mundo.

De Delhi al Taj Majal

A las 4:30 de la mañana, todavía dormidos, estábamos dentro del coche saliendo de Delhi. Impresionaba la polución, pero impresionaba más todavía ver cómo conducen allí: adelantan sin ninguna precaución, abusan del claxon, los camiones circulan sin puertas y el cinturón de seguridad, que no es más que un cuento aquí. Es algo realmente alucinante y comprensible desde el punto de vista cultural, tanto que en la trasera de los vehículos (todos) llevan escrito: “Horn please!” (Use la bocina por favor). Así que nada, todos a pitar y a pitar. Llegamos sobre las 8 de la mañana a Agra, el conductor paró en un templo que no nos interesaba ni un poco, así que decidimos dejarlo descansar  y nos fuimos a intentar desayunar. Ha sido toda una odisea atravesar la carretera hasta llegar al restaurante que habíamos visto en la otra acera. Sanos y salvos, entramos el restaurante donde nos condujeron a un sótano bastante fresco. Pedimos el desayuno y nos sentamos a esperar mientras observábamos las paredes de aquel sótano, que estaban llenas de fotos de Suiza. Tardaron tanto en traer lo que habíamos pedido que decidimos irnos pero al salir del restaurante descubrimos que nuestros ingredientes estaban en camino: un niño venía con las manos cargadas de ellos para hacer en aquel mismo momento nuestros sándwiches. Definitivamente el tiempo para ellos tiene otro valor.
Aunque es feo hacer eso, lo hicimos con mucha satisfacción. No nos apetecía estar esperando una hora para desayunar así que, a pesar de lo feo del detalle, nos fuimos (nos conformamos con galletas y chai para retomar nuestro camino hacia el Taj). A pesar de nuestras negativas, el conductor del taxi se empeñó en conseguirnos un guía. Insistía en su gratuidad, porque aseguraba que era de su misma empresa y de nada sirvió decirle que no. Finalmente apareció un chico en moto y se montó en el coche con nosotros. Nada más llegar al Taj, el chico nos dijo que teníamos una hora para visitarlo y que después nos llevaría a una tienda. Me irrité muchísimo. Miré a los ojos del conductor y le hable alto y fuerte, explicándole  que no quería que nadie nos acompañara en nuestra visita. Por fin nos pusimos de acuerdo, marcamos la hora para volver y nos pusimos en marcha.
Los nativos pagan nada más que 10 rupias (Rps) para entrar al complejo y los extranjeros 750 Rps. Es mucha la diferencia sí, pero una cosa es cierta: vale la pena. Es un lugar mágico, el mayor símbolo de amor jamás construido. El foco visual del Taj Majal, aunque no se localice en el centro del conjunto, es el mausoleo de mármol blanco, sin embargo el Taj Majal es un conjunto de edificios integrados. Construido entre 1631 y 1654 por el emperador musulmán Sahan Jahane, el imponente conjunto se erigió en honor de su esposa favorita, Arjumand Bano Begum - más conocida como Mumtaz Mahal - que murió dando a luz a su 14ª hija.
 El Taj Mahal tiene un estilo que combina elementos de las arquitecturas islámica, persa, india y también turca. Allí se ve canteros de flores, senderos elevados, avenidas de árboles, fuentes, cursos de agua y piletas que reflejan la imagen de los edificios en el agua. Extramuros hay varios mausoleos secundarios, incluyendo los de las demás viudas de Shah Jahan. Estos edificios, construidos principalmente con piedra arenisca, son típicos de las tumbas mongoles de la época. Se ven numerosas arcadas,  y del lado occidental hay una mezquita.
En proporción al tamaño de la superficie a decorar, la decoración se vuelve más o menos refinada y detallista. La sala central del Taj Mahal presenta elevadas formas de artes manuales. Aquí el material usado para las incrustaciones no es ya mármol o jade, sino gemas preciosas y semipreciosas. Cada elemento decorativo del exterior ha sido redefinido mediante joyas.
Hay todo un juego arquitectónico con la luz que proviene de los balcones. La iluminación se complementa con la que ingresa por los chattris en cada esquina de la cúpula exterior.
Cada uno de los muros de la sala ha sido bellamente decorado con zócalos en bajo relieve, intrincadas incrustaciones de pedrería y refinados paneles de caligrafía, reflejando incluso a nivel de miniatura los detalles expuestos en el exterior del complejo.
Ahora lo que me impresiona más todavía es que el principal material empleado para la construcción es el mármol blanco. Dicen que era traído en carretas tiradas por bueyes, búfalos, elefantes y camellos desde las canteras de Makrana, en la región de Rajastán, situadas a más de 300 Km de distancia.
Además el Taj Mahal incluye materiales traídos de toda Asia. Se emplearon más de 1.000 elefantes para transportar materiales de construcción desde los confines del continente. El jaspe (un mineral de color rojo, amarillo o marrón) se trajo de la región de Punjab, y el cristal y el jade (piedras de color verde y blanca) desde China.
Desde el Tíbet se trajeron turquesas y desde Afganistán el lapislázuli (una gema de color azul), mientras que los zafiros provenían de Ceilán y la carnelia de Arabia. En total se utilizaron 28 tipos de gemas y piedras semipreciosas para hacer las incrustaciones en el mármol.
Y son todos esos detalles los que hacen que el Taj Majal sea algo realmente apreciable de ver, sin olvidar que todo eso fue construido… por amor.

Agra – Delhi - Amritsar

Llegamos a la estación de Delhi a la hora justa para coger el tren a Amritsar gracias a que el conductor hacía unos adelantamientos increíbles por el arcén esquivando, como podía, al tráfico. Gracias a los dioses nos encontrábamos en nuestro destino sanos y salvos. Nos sentamos, por fin, en los asientos y, para nuestra sorpresa, al mirar a la izquierda, por la ventana vimos como un señor adoptaba una postura bastante extraña (que en verdad es muy común en India), sentándose sobre sus tobillos, extendiendo toda la musculatura anterior de la pierna y la posterior de la espalda se puso a orinar en allí mismo en el andén. Así, como si nada…son imágenes estas que, sin duda, solo pueden encontrarse en un tren de la India.
Viajamos cómodamente entre siestas y comidas. Yo no lo sabía pero nuestros billetes nos daban derecho a comer y a beber, cosa que nos vino de maravilla. Llegamos tarde a Amritsar y una vez allí un señor mayor, con una bella sonrisa, nos llevó con su bici a un hostal. En este momento me traicioné a mi mismo porque me hice prometer que obviaría ese sentimiento de pena que me invadía al ver lo poco que pagaba por los servicios que recibía: 10 rupias, algo así como 16 céntimos de euro por aquel viaje en bici. Pero desde mi mentalidad occidental, viendo lo caro que cuesta todo en otros lugares del mundo, era difícil no sentir esa “pena” de la que hablo. Tanto esfuerzo por tan poco…
Llegamos al “hotel” (¡que relativa es esa palabra aquí en la India!) que hasta tenía ducha y teniendo en cuanta que el de Delhi contaba tan solo con  un cubo y un cacharrito, aquello era todo un lujo.  Podéis imaginar la cara de mi hermana! Aquella noche dormimos como dioses. Gracias a nuestros anteriores contactos, y aquí paso la idea, llevábamos nuestras propia sábanas, algo de gran utilidad en India, visto que muchos “hoteles” te ofrecen habitaciones con unas sábanas que dan pena. 
El día siguiente amaneció con lluvia con lo que el calor disminuyó bastante. Aunque aquella sensación duró poco, fue muy agradable dejar de sentir ese calor tan asfixiante por un tiempo. Sin éxito, intenté buscar un lugar para afeitarme así que, un día más dejé mi barba crecer.  Tranquilamente salimos del hotel, compramos plátanos y nos dirigimos a nuestro nuevo objetivo: el Templo Dorado.  Al llegar allí, preferí sentarme en la entrada a descansar y a observar todo lo que me rodeaba mientras mi hermana se adentró para hacer una primera incursión en el lugar. Todo era fascinante. Detuve mi mirada y mis pensamientos en toda la gente que llegaba al templo, en su vestimenta, en cómo saludaban aquel lugar sagrado. Inmerso en mis pensamientos fui interrumpido por mi hermana, que vino a avisarme de que había que descalzarse para entrar al templo y pasar por lo que a ella le pareció un charco de agua sucia. Me cubrí la cabeza con mi toalla, aunque que no faltaba gente vendiendo pañuelos por el camino, y descubrimos que  aquel charco sucio no era más un lavadero de pies pero que debido a la gran afluencia de personas, el agua ya no estaba tan limpia.
Concluida nuestra visita, nos dirigimos a buscar alojamiento. No era nada especial, un dormitorio compartido, con poca ventilación reservado solo para extranjeros. Lo único que valía la pena era la experiencia de estar a pocos pasos de un Templo tan bonito como aquel con todo lo que ello suponía.
Construido en medio de las aguas brillantes (al menos de lejos) de un amplio estanque ritual, salvado por un puente, el Templo de Oro es un edificio de mármol blanco cuajado de adornos de cobre, plata y oro. La cúpula, enteramente recubierta de panes de oro, cobija el manuscrito original del libro santo de los sijs, Granth Sahib. El libro se guarda envuelto en seda y cubierto con flores frescas y cada día se orean sus páginas utilizando un abanico de cola de yak. Sólo una escoba de plumas de pavo real es lo bastante noble para quitarle el polvo a un objeto tan venerado.
En el sijismo no hay clérigos. Son fieles que custodian el Granth Sahib, la biblia de los sijs, una recopilación de las enseñanzas de los grandes gurús – grandes maestros – de esa religión nacida ahí, en Punjab, para luchar contra las castas y los anacronismos del hinduismo y del islam. El libro es el centro de todas las actividades religiosas de los sijis: ante él bautizan a sus hijos, ante él se casan y, cuando mueren, los familiares del difunto leen en voz alta capítulos enteros.
Aceptad este libro como vuestro maestro
Reconoced la humanidad como una sola
No hay distinciones entre los hombres
Salen todos del mismo barro
Hombres y mujeres iguales
Sin mujeres nadie existiría
Excepto el Señor eterno, el único que no depende de ellas…

Alrededor del estanque circulan fieles siempre caminando en la dirección de las agujas del reloj; lo hacen con los pies descalzos sobre el mármol brillante, llevan la cabeza cubierta con turbantes/pañuelos de colores,  lucen largas barbas y florecientes bigotes. Muchas veces van acompañados de sus mujeres e hijos, que llevan en pelo recogido en un moño. Unos se bañan en el estanque saludando a las divinidades con las manos juntas hacia el cielo. Otros pasan las cuentas de sus “rosarios”  de madera perfumada mientras circulan. El ambiente de serenidad y de calma imperturbable del lugar es sobrecogedor. La limpieza también es impresionante ya que hay siempre gente fregando por todos sitios.
En este lugar santo no parecen existir las clases, ni las castas, ni las diferencias entre los hombres; es como si siguiese vivo el sueño del fundador del sijismo, un hindú llamado Nanak, que a los doce años sorprendió a sus familiares al negarse a que le colocasen el tradicional hilo rojo de los brahmines: “¿No son acaso los méritos y las acciones los que distinguen a unos de otros?” les preguntó. Convencido de que portar el hilo creaba falsas distinciones entre los hombres, se negó a llevarlo. Su rebelión contra la religión de sus padres le hizo conciliar las creencias del hinduismo de los mil dioses con las del islam monoteísta en una religión nueva, despojada de muchas de las contradicciones y de los sinsentidos de las otras dos. “No hay hindúes, no hay musulmanes; no hay más que un Dios, la Verdad Suprema, acabó proclamando Nanak, digno heredero de los místicos que siempre han formado parte del mosaico de la India.
Nanak condenaba la idolatría, y en lugar del dogma y de la doctrina, defendía la creencia básica en la verdad. Decía él: “La religión no reposa en palabras vacías. Es religioso quien considera a todos los hombres como sus iguales.” Él y sus seguidores lucharon contra el ritualismo excesivo, contra las desigualdades y contra la discriminación y el maltrato a las mujeres.
Pasé más de 4 horas al rededor del lago, mirando como cambiaba la luz, fue todo muy mágico. Miraba como la gente llegaba sin parar, realmente sucia, para bañarse y purificarse en aquel lago. Todos se bañaban en la misma agua sucia. Las madres bañan a los niños, aunque fuera a la fuerza, como también vi. Es todo un espectáculo  para los sentidos. Como he dicho, dentro del Templo hay mucho orden y limpieza. Todo el trabajo es voluntario y hay cajas de donativos por todos los lados. Hay siempre personas limpiando los baños, cuidando del margen del lago, otras muchas que cocinan y limpian los platos, lo que crea una sonoridad particular en la parte Este del Templo. Aunque gracias a los donativos había comida para todos, nosotros nos decantamos por  no comer allí. Me quedé tan fascinado de todo lo que había visto que a las 4:30 de la mañana ya estaba nuevamente al lado del lago. Siempre cubriendo mi cabeza (es una norma) y con los pies descalzos entré en el recinto principal del Templo. Dejé mis chanclas fuera, al lado de muchas otras.
Dentro del templo se entonan mantras las 24 horas del día. Aprovechando que a esa hora había mucha menos gente, decidí andar por los alrededores del lago y entrar en el lugar más sagrado, donde estaba el libro santo. No podía hacer otra cosa más que  admirar la devoción de la gente, la belleza de aquel color. Presté mucha  atención a cómo tocaban sus instrumentos y cantaban. No quería perderme nada, fue una experiencia inolvidable. Los grandes libros de oración estaban allí, junto a los nutridos  montones de dinero provenientes de los fieles. Por segunda vez vi a una chica occidental convertida y no pude dejar de observarla porque llamaba poderosamente mi atención verla tan temprano orando, el contraste de su piel blanca con su indumentaria era realmente atrayente. La salida del sol me sorprendió en aquel lugar, un lugar mágico y espiritual, o no tanto, porque al salir del templo descubrí que me habían robado las chanclas. Pensé que alguien las habría necesitado y me calmé, pero volví a enfadarme cuando descubrí que el montón de chanclas que había junto a las mías seguía intactas. Claro, las mías eran hawaianas…Pero bueno: “paciencia, André”, me dije a mí mismo.
Por la tarde cogimos un autobús urbano para irnos hasta la frontera con Pakistán, a una ciudad llamada Attari. Hacía mucho que había escuchado de esa ceremonia que se hace al cerrar la frontera y ya que estábamos a tan pocos kilómetros, ¿por qué no ir a ver aquello? Por el camino recto de aquella carretera fuimos notando poco a poco la militarización de la región fronteriza. Había poco tráfico  de vehículos pero cuando nos fuimos aproximando a la frontera, pudimos ver cómo los camiones se multiplicaban. Había muchos de ellos aparcados, cargados de cebollas, que estarían seguramente esperando la apertura de la frontera para salir el día siguiente hacia Pakistán.
Cuando por fin  nos bajamos del bus, conocimos a uno de tantos niños comerciantes, bastante espabilado y con un carisma increíble.  Estuvimos hablando un poco con él de camino a su chiringuito y le compramos un CD. Allí esperamos hasta poder ir al lugar de la ceremonia. Durante el tiempo de espera, se formó una gran cola de hindús, esperando para acceder al recinto. Antes de entrar, nos revisaron todo y nos señalaron nuestro puesto. Comprobamos, una  vez más, cómo los turistas gozan de cierto favoritismo, ya que los colocan en una posición privilegiada. Yo observaba a la gente del otro lado de la frontera. Las mujeres, todas con sus burkas, se sentaban al lado derecho y los hombres al lado izquierdo. Se veían flamantes banderas verdes de aquella nación y no podía dejar de pensar en cómo el ser humano es capaz de crear tantos obstáculos en su propio camino, fronteras, líneas divisorias, barreras y más barreras…Empieza el show con música comercial de la India, la gente bailaba, corría con la bandera de la India, un animador agitaba a la gente y mientras tanto se avistaban a los militares haciendo su calentamiento, para luego hacer aquellos movimientos bruscos de su presentación.
Prefiero no describir todo lo que vi. Fue algo tan estúpido, tanto de un lado como de otro de la frontera, que estando en el autobús de regreso pensé  que realmente hay que ver para creer cuantas cosas absurdas somos capaces de crear. Ojala pudiéramos comprender que detrás de una línea fronteriza existe alguien con el mismo corazón y con los mismos sueños de aquél que la mira y blasfema desde el otro lado...
Debo decir que en Amritsar sucedieron cosas que ya suponía que acontecerían, aunque dudaba de cuál sería mi reacción. Sin duda creo que esa es también la maravilla de viajar por ese país, pensar, reflexionar, ver tus reacciones y sentimientos. Era mediodía cuando en un puesto de la calle pedí una botella de agua. El chico entró al chiringuito y cuando  miro bien la botella que me traía, ya estaba abierta, es decir rellenada. Me puse…uff! al punto de tirarle el agua y gritarle al pobre chico que luego me quiso traer otra, pero nada, me fui a comprar agua a otro lugar. Igual que cuando íbamos a la estación de autobús. Explicamos incontables veces al señor del ciclorickshaw dónde queríamos ir y él nos llevó a la estación de tren… después, por fin, tras explicárselo todo de nuevo, nos llevó a la estación cierta, pero una vez allí quería que pagásemos más y más dinero. Yo ya estaba harto y no le pagué más de lo que habíamos pactado. Mi hermana se asustó con mi reacción, creo que me pasé con el señor, pero os digo que es realmente penoso e irritante cuando ves que la gente descaradamente te quiere engañar…


Extracto págs. 86 a 94



 10 de mayo de 2011


Y el miedo me venció
Después de muchos días entre la India de las casas flotantes y la India rural (donde la electricidad va y viene constantemente), dejé a mi hermana en la finca y me fui a Gangroti (donde nace el Ganges). Y sobre ese viaje va el siguiente pasaje...
Después de un taxi compartido y un autobús local, llego a Rishikesh. Como hay dos estaciones de bus, necesito coger un autorickshaw. Conversando con el conductor, veía que no me decía la verdad – según él, y sólo en su cabeza, había un autobús directo a Gangroti. Yo ya había leído que no existía dicho autobús. Llegando a la estación me cobró el doble de lo que realmente debería pagar y me fui a la taquilla a comprar el billete para Uttarkashi (tuve mucha suerte, era el último del día y salía en 10 minutos – a las 13:30).
El señor del autorickshaw me estuvo esperando todo ese tiempo. Con una explícita expectativa de que yo no comprara el billete, tanto que, no conforme, le hice comprobar que tenía el billete en la mano (detalle: 155 Rps). Confieso que me quedé molesto sabiendo que aquel señor deseaba que las cosas no me salieran bien, solo para tener que transportarme a algún otro lugar.
Me posicioné en la parte delantera del autobús, observando todo aquél movimiento, compré agua y pronto ya estábamos subiendo una montaña. ¡Que viaje! Aquí no es necesario poner el límite de velocidad, simplemente porque el camino es entre cordilleras: unas curvas, unos abismos... En esa hora doy gracias a mis padres por no haberme enseñado lo que era marearse (con todo respeto a esa gente, pero en un viaje como ese, esa palabra, o esa sensación, no es permitida). Hay tramos tan peligrosos que el bus no supera 8 km por hora. Eso sí, el paisaje es divino.
Yo miraba al conductor, un señor viejo, sin gafas... y rezaba. El cobrador era un señor con 4 dientes, pero una gran vitalidad. Y bueno, que responsabilidad conducir por esas "carreteras". Después de algunas horas, paramos en una ciudad pequeña y el conductor, el cobrador y algunas personas más, se fueron a comer. Yo me di un breve paseo, comí galletas y tomé zumo de mango. Con todo aquel movimiento dentro del bus, mejor no comer tanto...
Por el camino había pueblos perdidos entre las montañas, mujeres que bajaban colinas con cargas de madera en la espalda... gente con piel curtida, con el rostro serio. Puentes... incontables puentes y más puentes para conectar las montañas. Yo observaba todo; era, el único extranjero del bus, los nativos dormían retorcidos en sus asientos (me admiraba la flexibilidad que tiene esa gente), fumaban, hablaban... todo aquel escenario era parte de su vida cotidiana.
Cuando empezó el viaje pensaba que llegando a Uttarkashi podría seguir con otro coche a Gangroti, pero luego se me fue esfumando ese pensamiento, jamás iría por la noche entre esas montañas... y de hecho, después me han dicho que no circulan coches por la noche para Gangroti.
Por el camino observé que había mucha publicidad de gaseosas, pero también de algo muy cultivado en aquella región, el verdadero arroz basmati del Himalaya. Por las calles donde paseábamos siempre mucha gente. Hablé con dos de los que estaban en el bus que me hacían demasiadas preguntas, pero al final resultaron ser chicos muy agradables.
Después de unas 8 horas de viaje, llegamos a nuestro destino; cuando bajé, fui abordado por un niño local, muy simpático, que me ofreció una habitación (me recordó a otro niño vendedor de Attari), son niños tan enérgicos, tan seductores hablando inglés con su acento hindú... y al final genial. Me fui con él a un hostal allí mismo, cerca de la “estación”, una habitación sencilla y económica.
Hemos conectado y se quedó a hablar conmigo, y me ha dado varias informaciones, entre las cuales que NO conseguiría el permiso para ir al parque nacional de Gangroti (donde está el glaciar) porque al día siguiente era domingo. Él me indicó donde comer (al final comí dos platos de arroz con queso y tortilla) y también donde comprar una cerveza.
Me acompañó a comprar la cerveza hasta la entrada de una calle, repentinamente se paró y dijo que debería ir sólo, porque los niños no podían estar allí.
El sitio tenía muy mala energía, estaba en una esquina de una calle tenebrosa, el en pequeño local había rejas, como en una prisión, y desde dentro dos hombres despachaban muchas, pero que muchas, bebidas alcohólicas. No les faltaban clientes. Rápidamente compré una cerveza, y luego, el mismo niño me llevó a un locutorio. Hice llamadas a Italia y a Brasil. La vida seguía su ritmo normal en todos los continentes. Mi vida si que era una verdadera aventura en aquél lugar. Y me fui alegre a la habitación.
Tomé solo un poco de cerveza, no estaba tan fría. Por estar a más de 2000 metros del nivel del mar, aquí por la noche ya hace un poco de frío, y eso es muy bueno porque así se puede dormir sin ventilador y sin su respectivo ruido.
Desperté muy temprano y salí para ver el movimiento matutino de la ciudad. Regresé a la habitación, me di un baño helado (de cubo claro) y salí de nuevo a la calle. Era domingo, y para mi sorpresa no había autobuses a Gangroti, me sentí un niño perdido entre aquella gente, nadie me decía nada. Miraba a los lados y había poco movimiento, los autobuses que estaban allí iban a otras partes, caminé toda la calle hablando con la gente, hasta que llegué a una tienda donde compré algunos plátanos. Encontré a un señor que iba a Gangroti, en verdad iba a 28 Km antes de mi destino. Me cobró poco (100 Rps).
Yo feliz, entré en el coche, en el cual ya había 3 personas. Cuando miré, en la parte de atrás del coche estaba cargado con leche.
-         Huy, ese viaje se va a demorar un montón – pensé.
De hecho paramos dos veces en poco tiempo para sacar algunos litros de leche. Sin embargo, gracias a mi curiosidad, luego supe que toda aquella leche era para un cuartel militar en Harsil a 28 Km de Gangroti.
Así que después de desviar algunos litros de leche del ejército, seguimos el viaje. Estábamos en la cordillera de los Himalaya... faltan adjetivos para describir el paisaje, los montes nevados, los abismos, el Ganges.
A mi lado venía una mujer que preparaba una cosa extraña, ella mezclaba en una hoja verde, una pasta y algunas pepitas de tabaco (?), y luego se lo metía todo en la boca. Hizo tres veces eso durante el viaje, y en la última me dejó fotografiar todo aquel ritual.
Después de pasar por muchos de aquellos puentes que conectaban montañas, paramos en una zona militar donde había gente para controlar la calidad de la leche. Hablaban muy alto, parecía que estaban discutiendo. Como se cuidan estos militares – he pensado. Hemos estado unos 20 minutos allí parados, yo me impresioné con las montañas nevadas, con el verde, con nuestra pequeñez ante todo aquello. Le regalé una postal de Recife a un nativo, y él se puso muy contento. Me saludó amablemente a la hora de partir.
Hicimos otra parada en un Hot Spring llamado Gangnanai, cosas de la naturaleza, agua caliente, vapor entre las rocas… todo un espectáculo en aquel lugar que tanto deseaba conocer, el Himalaya. Hice muchas fotos de un lugareño que encontré sentado serenamente, mirando toda aquella naturaleza.
Estaba cómodo en el coche, seguíamos pasando por pueblos pequeños hasta que llegamos en Harsil, y allí finalizaba (y empezaba) una etapa más de mi aventura. El pueblo era precioso, en el medio de un valle, pero debía seguir. Y resolví seguir a pie; al final eran “sólo” 28 Km y hacia un sol y una temperatura muy agradables.
No había mejor opción, solo así podría ver de lleno a los peregrinos (en el coche hemos cruzado decenas de Sadhus), ver los pájaros, la flora, las tonalidades verdes, las cascadas, las grandiosas montañas, los picos nevados, los nativos...
Luego, al empezar mi camino me ha venido un señor hermoso, muy sencillo, con el rostro marcado por la edad, hemos intercambiado pocas palabras, muchas miradas y nos hemos entendido muy bien (cada uno de nosotros teníamos nuestro papel, nuestras ofertas y nuestros deseos). Seguí mi camino con una bendición.
Me sentía conectado con todo aquello, veía paisajes que no hay palabras para describirlos, me cruzaba con pocas personas, y tenía una vitalidad increíble. Estaba FELIZ por seguir mi camino, por sorprenderme e interrogarme, por intentar descubrir donde vivían aquellos señores que salían de la selva. He tenido tiempo para pensar, orar, reflexionar...
Mientras subía una cuesta, vi a dos personas que empujaban una silla de ruedas, y no me lo podía creer. Así que anduve más rápido para poder ver a esos tres señores. Voy a hacer una pequeña descripción de cada uno:
1º. Estaba en la silla de ruedas con las dos piernas amputadas. Era joven, tenía la piel morena, era delgado, vestía una camisa marrón clara y por debajo de la camisa llevaba un “trapo” de color naranja. En la parte donde debería poner las piernas y en la parte inferior de la silla llevaba sus "ropas", mantas y algo de comida. La silla tenía dos manillares para mover las ruedas, donde iba alternando el esfuerzo para ayudar a los que empujaban la silla.
2º. Éste era el más comunicativo. Era bajito, con su ropa y turbante naranjas y un abrigo pectoral negro; lo que más llamaba la atención era su barba negra que era muy larga y tupida, así como los pelos de las cejas; al final se veía poco su rostro. Me aproximé a él y tomé su lugar para empujar la silla. Él venía con una muleta, ya que su pierna derecha era más corta que la otra. Me dijo su nombre, cogió me el palo que yo traía en las manos. Y allí estaba yo empurando la silla, cuando miro al lado…
3º. El último no se incomodó con mí mirada, así que lo busqué. Pero “no lo encontré”. Me parecía raro que no me hiciera ninguna pregunta o me mirase. Así que una de las veces en que lo miré (me sentía incómodo), me di cuenta de que no tenía la oreja derecha, y no movía el brazo izquierdo, y lo poco que veía de su perfil estaba deformado. Antes de estar con ellos ya había visto que el lado del pantalón izquierdo estaba subido hasta la rodilla.
Y con esos tres señores hice un gran esfuerzo físico. Fue todo muy rápido, de repente estaba en medio de la situación y pensaba en aquellas criaturas, cuanta fuerza, cuanta fe, cuanto coraje... Yo que ya estuve, corrí y nadé por 4 continentes... me veía tan pequeño entre aquellos que arrastraban sus chanclas empujando una silla de ruedas por aquellas montañas.
En medio de aquel esfuerzo pensé:
-¿Qué tienen esos tres en común a parte de la fe y el coraje?
Ni yo mismo podía creerme la respuesta: ¡LEPRA! UFFFFFFFFFFFFFFFFF.