Los seres humanos creamos culturas. Observamos, pensamos, imaginamos, obramos, comunicamos nuestras experiencias... Somos variados. Construimos nuestra "realidad". Fabricamos opiniones y maneras distintas de narrar nuestras vivencias. Este espacio expone estudios y trabajos del campo de la antropología del bienestar y la salud así como de la antropología de la naturaleza, sus componentes y sus leyes mostrando diversas concepciones y acciones que en esos terrenos se pueden dar y llevar a cabo en las culturas y sociedades del mundo.

Foto: "Águila peleando con serpiente". Tatuaje clásico del artista: Alvar Mena (La barbería tatuajes. Salamanca)

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SEGUNDA ETAPA

martes, 10 de septiembre de 2013

"El Cristo Negro de Otatitlán". Por Òscar Tapia Velázquez.


Introducción.
No es fácil dar un significado riguroso y universal a unos conceptos, especialmente cuando se presentan de por sí complejos por conllevar variados ámbitos culturales en su propia semántica. La "salud" es uno de estos. Junto a su contrario, "enfermedad". Más nos cuesta definirlo en términos igualmente precisos si queremos tener en cuenta todos los aspectos involucrados en su significación. Uno de estos es representado por nuestra subjetividad más intrínseca, cenestésica y espiritual: el cuánto y el porqué sentimos lo que nos acontece íntimamente. Y aun más nos cuesta definirlos apropiadamente cuando implican la esfera de la religión.
Independientemente del País en que ocurre, el afecto hacia lo divino une de manera indisoluble el hombre a un "algo" que por fin pretendemos que nos otorgue un estado, por lo menos mental, de placidez y, por ello, de salud. Trabajos de campo sobre la medicina popular relatan que, en orden inverso, el tercer medio para enfrentar una enfermedad (especialmente aguda o recién diagnosticada) es el uso, variado, de las plantas medicinales. El remedio siguiente implica otro reino natural: es el consomé de pollo, comida sanalotodo donde el animal del corral parece ser sacrificado más como ofrenda que para dar, cálido y vitamínico, sustento vital al enfermo. Los trabajos de investigación terminan, de facto, poniendo en el primer lugar algo aun más instintivo, que parece surgir como un reflejo atávico y espontáneo, nuestro halago ancestral, diálogo mudo racionalmente más en búsqueda de un porqué que de un cómo: la oración.

En el presente artículo por el estimado profesor Oscar Tapia Velázquez, la succión del veneno espiritual y el viraje cromático de la imagen sagrada nos acercarán al sentido de una petición simbólica por empatía. Y nos acercarán a un Hijo que constantemente se sacrifica para nuestro Bien (Francesco Di Ludovico, Italia)
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En nuestro país, México, existen diferentes tradiciones que están arraigadas en el corazón de las personas. En diferentes latitudes ésas imperan de mayor manera en la vida cotidiana de los mexicanos.
Esta narración nace de la necesidad de permear el amor hacia los demás, de hacerles partícipes de una fiesta, invitarles a conocer y experimentar las bondades del Cristo negro.
En primera instancia, la curiosidad por contar sobre su enigmático origen surge de aquel color protector, que por su profundidad eminentemente oscura se contrapone a la candidez del color aterciopelado y reluciente de una imagen de Cristo blanco.
En la Catedral de la Ciudad de México se encuentra el Señor del Veneno que es venerado por muchas personas pues es él quien los libra de los males y los protege de las calamidades, eso, les procura bienestar en sentido espiritual y físico.
Cuenta la leyenda que el Señor del veneno era visitado por un importante caballero que solía frecuentar al Cristo (aún blanco) todas las mañanas para agradecerle por sus bondades y favores; este venerable hombre era víctima de envidias e injurias, provocadas por el rencor de un rival que estaba lleno de sentimientos de odio, fue así que decidió envenenarlo, y lo hizo.
El caballero, habiendo ingerido la poción colocada en sus alimentos se dirigió como todos los días a la Iglesia a saludar a su Cristo, besándole los pies el Cristo blanco absorbió el veneno tomando súbitamente un color opaco, negro como la maldad misma, y lo salvó de tan terrible destino. Hoy en día, su color ya no es asociado al maleficio, sino a la protección e intercesión que hace por los fieles creyentes.
El color oscuro de este Cristo, por lúgubre que parezca, trae a los fieles paz y armonía a sus vidas.
Por otro lado, y en otro orden de ideas, cuenta la leyenda que el Cristo de Otatitlán fue “asesinado”, aquel Cristo que llegó del río, su cuerpo profanado es adorado en la región cálida de Otatitlán Veracruz, México.
A finales del siglo XVI llegaron al puerto de Villa Rica de la Vera Cruz procedentes de Santander España tres imágenes de Cristos Negros; fueron realizadas a petición de Felipe II, los cuales fueron destinados a Chalma, Esquipulas en Guatemala, y Otatitlán Veracruz.
Las fuentes informan que un tres de Mayo la figura del Cristo negro fue encontrada por un matrimonio indígena al pie de un árbol, a las inmediaciones del pueblo de Puctlanzingo y pronto fue acogido por los pueblos mazatecos de la región. Sin embargo, tras una peste, el Cristo fue movido de nuevo por el río Papaloapan; una luz resplandeciente iluminó la barca donde viajaba la figura dirigiéndola a la orilla junto a los árboles de tamarindo, para los mazatecos “Otates”, de ahí del nombre de Otatitlán.
Durante muchos años el Cristo gozó de gran veneración entre las comunidades indígenas, no sólo de Veracruz, sino de otras regiones colindantes. No obstante, durante una época oscura de persecución religiosa en el apogeo del gobierno Callista (1929), el Cristo fue decapitado, quemado y abandonado ante los ojos atónitos de los habitantes, pero esto no mermó su fe, sino que la avivó como más intensidad que antes.
En Otatitlán, cada 3 de Mayo, se agrupa una gran diversidad de pueblos autóctonos de cuando menos cuatro lenguas indígenas: Chinanteco, Mazateco, Zapoteco y Cuicateco. Su enorme fe es la fortaleza que une e integra a los grupos lingüísticos de la región frente a esa vasta extensión territorial y cultural. La devoción por el Cristo Negro es tan fuerte y mágica que enlaza a los pueblos, nos vuelve hermanos.
Antes de entrar al sagrado templo, la gente se baña en una especie de “bautismo” en el río de las mariposas (Papaloapan), después se friegan el cuerpo con hierbas de romero, pretenden su cuerpo limpio para evitar agotar al Cristo con sus males.
Actualmente, los indígenas y mestizos acuden a él humildemente para hacerle peticiones, para buscar consuelo a su dolor, el sitio de su profanación se convirtió en “tierra Santa”, tan es así, que la tierra misma es usada como remedio para aliviar dolencias puesto que se le considera bendita, tan valiosa como la sangre de Cristo que simbólicamente fue derramada durante su terrible profanación. Esta tierra la consumen en remedios varios, la colocan en su te, y la beben con gran respeto, se hacen limpias y llevan ofrendas a los pies del cuerpo decapitado. Los médicos tradicionales mazatecos le rezan y piden su intercesión ante los diagnósticos de los dolientes y la gente al interior del pueblo le canta con fervor pero sin aspavientos porque saben que el Cristo se cansa de llevar a cuestas los dolores de los hombres. Es por ello que dicen que se cansa, y su rostro henchido de fatiga baja la mirada cuando los fieles se van de rodillas.
Al final del día, su cuerpo yace, mutilado, como recordatorio de lo sucedido, sin ánimo de morbo la cabeza es exhibida a la entrada del templo; los fieles le acarician sobre la vitrina con el mismo amor que un hijo al Padre, bendito Padre de negro semblante guardián, bendito Padre, que dio la vida por nosotros.

Bibliografía:

1 Velasco Toro José: Santuario y religión imágenes del Cristo Negro Universidad Veracruzana, 1997.

2 Velasco Toro José: De la historia al mito: mentalidad y culto en el Santuario de Otatitlán Instituto Veracruzano de Cultura, Universidad de Veracruz, 2000.
3 Winfield Fernando. La cofradía del Cristo Negro de Otatitlán en el Siglo XVIII Capitaine, 1994.