Los seres humanos creamos culturas. Observamos, pensamos, imaginamos, obramos, comunicamos nuestras experiencias... Somos variados. Construimos nuestra "realidad". Fabricamos opiniones y maneras distintas de narrar nuestras vivencias. Este espacio expone estudios y trabajos del campo de la antropología del bienestar y la salud así como de la antropología de la naturaleza, sus componentes y sus leyes mostrando diversas concepciones y acciones que en esos terrenos se pueden dar y llevar a cabo en las culturas y sociedades del mundo.

Foto: "Águila peleando con serpiente". Tatuaje clásico del artista: Alvar Mena (La barbería tatuajes. Salamanca)

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SEGUNDA ETAPA

jueves, 23 de febrero de 2017

El juego. The game (del diario de un perro).

Autor: A.J.A.Mena
Dedicado a mi esposa, Chus.

"Yo vivía en una casa agradable con una familia ruidosa pero amable. El padre y la madre discutían un poco pero me querían. La hija mayor era remilgada pero me pasaba la mano por el lomo. El hijo mediano jugaba mucho conmigo. Me enseñaba juegos y nos divertíamos en la arboleda. El pequeño me tiraba la pelota y muchos otros objetos que yo tenía que ir a buscar y traer entre mis dientes. Comía muy bien. Dormía en una cesta llena de almohadas viejas, aunque gustosas. En fin, mi vida era agradable y amaba a aquella gente. Pero crecí.
Al principio lo llevaron más o menos bien. No jugaban todo el tiempo conmigo pero me alimentaban, me abrazaban de vez en cuando y me sacaban tres veces al día. Pensé que los cambios en ellos eran debidos a mis cambios. Lo entendí. Es más fácil atender a un perro pequeño que a uno grande. 
El tiempo pasó. Se acercaban las vacaciones y con ellas juegos en la playa, perseguir la pelota en la arena, etc. Los días transcurrieron, llegando por fin la noche previa a la salida. La casa era un trajín de ropas, maletas y bolsas. Cuando pasaban a mi lado me tocaban pero con poco ánimo. Me lo expliqué. El agobio de irse de vacaciones, preparar las cosas, etc. Después del jaleo llegó la calma y todos se fueron a dormir menos la madre que se agachó y, con lágrimas en los ojos, me besó. Después se fue a acostar como el resto. Esa tarde ella y el padre habían discutido. Hablaban y me miraban pero no le di importancia. Los humanos tienen esos comportamientos.
Y llegó la mañana. Después de cargar la furgoneta me llamaron y, ¡ para adentro ! Ya todos en el coche, el padre dijo algo de mí a la madre. La madre asintió con la cabeza. Su rostro no estaba alegre. Los tres hijos iban muy silenciosos. El pequeño estaba enfadado. Acerqué mi cabeza a él y le toqué con el morro. Dirigió su mano a mi lomo pero el padre soltó un rotundo no que lo dejó petrificado. El niño se enfadó más y lloró. Bueno, la verdad es que yo no sabía qué estaba pasando. Pensé y pensé y llegué a la conclusión de que era un juego nuevo. Ellos hacían algo y no me daban pistas. Yo tenía que adivinarlo y responder a sus deseos. Les seguí la corriente esforzándome y actuando de manera satisfactoria para ellos. Después de una hora de viaje por la autopista, el padre paró para poner gasolina. Algo les dijo a todos lejos de mí. No me sacaron del vehículo. Entonces entendí. Ellos iban a hacer una cosa que yo tenía que adivinar. Nos salimos de la autopista y me mandaron bajar. El padre me llevó por el campo a hacer pis. Me lanzó un palo y yo corrí a por él. Cuando me di la vuelta, tras cogerlo entre mis dientes, vi al padre correr al coche, entrar en él y salir disparado. Todos me miraron a través de los cristales. Yo ya sabía que el juego consistía en llevarles el palo. Ellos se iban a esconder y yo tenía que buscarlos, encontrarlos y entregarles el palito. Como mi olfato y mi orientación son muy buenos les di ventaja. Los humanos son torpes y muchas veces no siguen bien las pistas así que me paré y observé el vehículo. Les alcanzaría sin mucho esfuerzo. Cuando el coche se perdió en el horizonte pensé que irían a un lugar con casas y allí me esperarían. Avancé y avancé y la noche se me echó encima. Las casas no aparecían. Tenía hambre y sed. Me salí de la carretera y me acurruqué al lado de un árbol, protegido por una cortina de arbustos que hacían de parapeto contra el viento de la noche. En un duermevela permanente vi a las rapaces nocturnas cazar y olí a un par de zorros a bastante distancia, A la mañana retomé la búsqueda, descansado pero con un hambre terrible. Corrí y corrí hasta que, por fin, aparecieron las casas deseadas. Me acerqué y comprobé que eran barracones de gallinas todas hacinadas. Me asomé a una ventana y las pregunté por mi familia humana. Ni siquiera se molestaron en contestarme. Solo decían: "vete de aquí, vete de aquí. Esto es el infierno. No te quedes perro o correrás la misma suerte que nosotras". La verdad es que no sabía qué querían decir. Tal vez fuera una clave o una pista del juego. En ese momento, dos mastines gigantes me cortaron el paso atacándome en serio. Uno me mordió la pata y el otro se lanzó a mi cuello. Suerte que tropecé y me caí. Si no, no podría haber escrito estas líneas. Me quedé helado, con gran dolor. Un hombre se acercó y los apartó. Yo esperaba una atención de él pero en su lugar me mostró un palo y, cojeando me fui como pude de las casas. ¿Dónde estaría mi familia humana? Era culpa mía por equivocarme de lugar. Me lamí la pata y mejoré. Era una herida superficial que sólo afectaba a la piel así que reanudé la búsqueda. Tres días después llegué a una ciudad. Un olor feo atrajo mi atención. Era ya el atardecer. No conocía aquel lugar. Vi unas naves iluminadas y gran trasiego de animales bajando de camiones y entrando en una de ellas. Me aproximé la ventana y lo que contemplé me dejó helado. Los animales iban pasando por una especie de pasillo donde recibían una descarga eléctrica tras la cual eran conducidos a una gran sala donde los desangraban y despiezaban. Solo recordarlo me da ganas de vomitar. "¿Por qué?, ¡Qué horror !" exclamé. Me respondí pensando que aquellos animales habrían hecho algo muy malo y que ese era el castigo. A lo mejor habían matado y comido a hombres, o niños, quién sabe. Las vacas con sus cuernos podrían haberse vuelto locas atacando a los humanos. Lo cierto es que mientras miraba, algo cayó sobre mí. Intenté volverme pero me fue imposible. Una red me sujetaba. Dos hombres me pusieron un lazo al cuello y con un palo largo me obligaron a entrar en un coche con otros perros.
La furgoneta se puso en marcha y, tras unas horas, nos depositó a todos en un lugar donde había muchos perros, gatos, caballos viejos, burros. También olía mal. Igual que en el lugar de muerte que vi, en este sitio iban metiendo animales en una nave y no les veía salir. En la furgoneta y allí me habían contado mis compañeros de todo: que si los humanos se deshacen de sus mascotas cuando ya no les interesan, que si las autoridades de las ciudades tienen hornos crematorios donde sacrifican y destruyen animales viejos, enfermos o vagabundos, en fin, cosas muy raras y horrorosas. Mi familia humana no era mala. Jugaban conmigo. prepararon este juego al que yo no supe jugar. Tenía que encontrarles y no lo hice. Pobres. Lo habrán pasado mal sin mí. Es culpa mía. En un momento, tres empleados nos lacearon a varios perros empujándonos al almacén del que nadie salía. Uno de los perros se volvió, mordiendo al portador que lo soltó. Los otros dos hombres intentaron ayudar a su compañero pero en ese empeño perdieron el control sobre nosotros y echamos a correr. Sólo recuerdo que recibí un tremendo golpe con un palo que me dejó muy mal. Arrastrándome, volví a recibir otro garrotazo y de ése ya no salí. Caí al suelo como un trapo. Me dieron por muerto y me dejaron allí, ocupándose del motín animal que se había desatado. La noche cayó y con su frescor desperté. Aunque no podía con mi vida, llegué hasta una puerta que no habían cerrado. Salí y rodé por una ladera hasta un río. Sentí el agua fría y sentí que había llegado mi hora. Sin embargo no fue así. Un hombre mayor de aspecto descuidado, mal vestido y oliendo mal me sacó del agua, me secó con una vieja manta y me colocó al lado de una hoguera. Los días que siguieron me curó con paciencia las heridas, me dio de comer y de beber, me mantuvo protegido con la manta y me pasó la mano por la cabeza y el lomo una y mil veces. Transcurrieron los días, las semanas y los meses y, cojeando definitivamente, aquí estoy. Perdí un ojo y el oído me da muchos pitidos. Voy con mi nuevo amigo a todas partes, despacito. Me siento con él mientras la gente le da monedas. Luego compra comida y nos la repartimos los dos. Es muy bueno conmigo. En las noches frías nos apretujamos el uno contra el otro para darnos calor. Nunca me pega, nunca me riñe, nunca me deja que adivine qué debo hacer en los juegos. Siempre me espera. Le quiero aunque no olvido a mi antigua familia a quien fallé y nunca encontré. Lo siento. Sin embargo, mi vida ahora es otra. Mi amigo humano se ríe mucho, me cuenta historias, me quita las pulgas y me trata como a un semejante. Le doy las gracias mientras le gasto alguna broma y buscamos un lugar remansado para pasar la noche. Soy feliz."