Los seres humanos creamos culturas. Observamos, pensamos, imaginamos, obramos, comunicamos nuestras experiencias... Somos variados. Construimos nuestra "realidad". Fabricamos opiniones y maneras distintas de narrar nuestras vivencias. Este espacio expone estudios y trabajos del campo de la antropología del bienestar y la salud así como de la antropología de la naturaleza, sus componentes y sus leyes mostrando diversas concepciones y acciones que en esos terrenos se pueden dar y llevar a cabo en las culturas y sociedades del mundo.

Foto: "Águila peleando con serpiente". Tatuaje clásico del artista: Alvar Mena (La barbería tatuajes. Salamanca)

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SEGUNDA ETAPA

jueves, 3 de octubre de 2013

EL VINO Y OTROS MENESTERES DE LOS TIEMPOS QUE CORREN. EL VINO, ALMA DE LOS DIOSES Y ALMA DEL SUR (breve reflexión).



Por: Alfonso J. Aparicio Mena.

El sabor de un trago de vino es un deleite breve, tan efímero como el tiempo que tarda en pasar por la garganta
. Sin embargo, algo tiene de "eterno" ese momento a juzgar por el arcoiris de sensaciones que nos deja.

Existiendo hoy un gran número de variedades de vid, hablaremos del vino como "elemento especial" de la naturaleza "tocado por los dioses". Fenicios, Griegos y Romanos clásicos lo elaboraron, disfrutaron y llevaron a los pueblos de las costas mediterráneas, donde arraigó su cultura de la misma manera que agarraron las cepas al suelo, siguiéndose su cultivo hasta la actualidad.

Pero no nos vamos a referir al vino como soporte-bebida cuya ingestión interactúa de forma particular en la persona provocando diversos efectos: desde los saludables por acción de los polifenoles y otros químicos beneficiosos, hasta los negativos por excesos etílicos. Nos interesa el vino vivido y referido como "toque de dioses" capaz de elevar el ánimo, hacer brillar el espíritu y trasladar a quien lo toma a los espacios poéticos de su interior mientras disfruta de un mundo creado por él a imagen y semejanza del de los "dioses"; sobre todo, los dioses alegres del pasado. Un mundo construido con materiales de disfrute, placer y amor. Un vino simbólico, en definitiva.

En la literatura universal tal vez sea el persa Omar Khayyam quien haya contado de forma más apasionada sobre el amor y el vino. Son poesías epicúreas en torno a la levedad del ser, la relatividad de las cosas de este mundo y lo efímero de la vida del hombre. Escéptico y agnóstico, el islamista se esfuerza por hacer un paraíso en la tierra por si el de más allá no existe. La eterna duda khayyaniana revolotea como una mariposa de brillantes colores sobre la felicidad haciendo buena la frase de Shakespeare de que "el momento presente posee alegría presente; y lo que ha de venir es inseguro" o la sentencia del Eclesiastés de "en el día del bien goza del bien. Y en el día del mal, medita". Sus versos parecen pasados por el tamiz de Juan Ruiz Arcipreste de Hita: "goza del placer, que el pesar viénese sin le buscar". Omar Khayyam es un beduino que bebe del pozo de la vida y llegado su momento deja su sitio a otro para que sacie su sed, con alegría y sin desesperanza. Sus poemas son gemas que iluminan con su brillo el caminar del hombre sobre el desierto, creando oasis de felicidad y visionarios espejismos de amor profano. 

¡Vino!, que sea rojo como tus mejillas.
 Y que mis remordimientos sean ligeros
 como tus bucles
 (...) Cuando una muchacha me trae una copa de vino
 no pienso siquiera en mi salvación.
 Si lo hiciera, valdría menos que un perro (1)

Durante la edad media el vino, además de ser "sangre de Cristo" en la liturgia católica, en el medio social no religioso (allí donde los monasterios lo proporcionaron a la colectividad aldeana) fue un medio de supervivencia, un recurso para ayudar a subsistir durante los largos y fríos inviernos de comarcas como el Cerrato castellano y otras regiones europeas. Gracias a su contenido en antioxidantes, vitaminas y otros elementos, su ingestión no sólo permitió a grandes y niños interactuar favorablemente en la química del metabolismo (interacciones cualitativas, coenzimáticas), también ayudó a los corazones a elevarse sobre la fría miseria del mundo circundante. Entonces y ahora, el vino llenó y llena los depósitos de alegría, buen humor y optimismo de las gentes sujetas al terrible yugo de la esclavitud del trabajo obligado, diario, liberando sus espíritus por momentos y permitiéndoles codearse por unos instantes con los dioses. ¿Quién dijo que el trabajo dignifica?, ¿Aquél a quien le interesa que otros trabajen para él sin hacerse preguntas?

Señalan nuestros informantes que existió y existe mucha moralina y fariseísmo en esta Europa tan deteriorada que tenemos. En su territorio se dieron grupos y gentes que por sus creencias consideraron y consideran el vino como una tentación del diablo y grupos y gentes considerando el vino como un beneficio otorgado a los humanos por los dioses. Los primeros, según nuestro informante J. I. (Profesor universitario) no ven bien a los segundos quienes, con poco, disfrutan intensamente de la vida y del presente, con o sin una copa de vino en la mano; mostrándose bastante libres de presiones ideológicas dirigidas a la producción dentro del concepto de progreso capitalista y neoliberal.

No estamos aquí para determinar quiénes tienen o no razón. Sí parece verse que las "gentes del vino" tienen otras maneras de ver la vida, más relacionadas con la tierra, con la tranquilidad, sin tanto estrés. Y no lo decimos por la bebida en sí sino por la cultura que la envuelve y que enmarca las identidades de esas sociedades. Nuestros informantes sí creen que el vino tuvo algo que ver en la fabricación de esos modos de ver la vida; el vino, no sólo como bebida sino también como símbolo; ese vino motor de culturas que viven al día, que están acostumbradas a la dureza de los cambios económicos y que heredaron del pasado la capacidad de reírse de sí mismas, sin remordimientos ni moralinas oscuras y sombrías del Medievo que todavía marcan el carácter y las acciones de otros.

Queremos, por tanto, elogiar el vino como una herencia de tiempos pasados; el vino que no dañó a nuestros abuelos, quienes lo elaboraron y bebieron hasta edades más allá de los 90 años. Un vino irreverente, un vino poco dócil, un vino liberador de almas, de complejos ridículos, de obediencias esclavistas, de cumplimientos estúpidos y de recuerdos dolorosos. Un vino contador de historias y cuentos a los nietos. Un vino generador de besos y abrazos. Un vino de fiesta, emprendedor, animador, socializador, creador y atizador de pasiones. Un vino que, bien bebido, cura, da placer y aporta un bienestar sin fin. Un Vino Medicina con mayúsculas.

Queremos también elogiar a las gentes que lo siguen elaborando sin miedo al demonio o a quienes en la sombra siembran semillas de crisis. Un vino sin miedo a producir y seguir manteniendo un Sistema enfermo que necesita una seria y profesional revisión de salud. Un vino sin miedo a un dios castigador, fustigador, traicionero y colérico que a otros tanto les restringe.

Un brindis por el espíritu de nuestros respetados abuelos y sus vinos, un brindis por el espíritu de la uva, parte integrante de los viejos dioses y creo que también del nuevo, bien visto (pese a que otros se escandalicen y no lo vean así, o no les interese verlo así). Un vino capaz de trasportarnos a la cordura de la tolerancia, de proporcionarnos la sabiduría de la buena convivencia, de aportarnos el saber de los buenos deseos, de dejar que la gente se mezcle con libertad, de enseñarnos el valor de la generosidad, la solidaridad, el compañerismo y el respeto natural de unos hacia otros. Un vino que no nos haga aprovecharnos de nuestro vecino desde (o no) un puesto privilegiado. Un vino que nos dé el don de la videncia del más acá y de la sensatez de saber vivir.

El vino es bueno para una persona normal. El vino no hace daño. Sólo su consumo excesivo lo hace dejar de ser vino, convirtiéndolo en lo que se ve en quien lo toma.

Y terminamos con unos versos del poeta Omar Khayyam citado por J. Manuel Parrilla en su libro:

Me dicen: ¡No bebas más, Khayyam!

y yo les digo, cuando he bebido,

oigo lo que me dicen las rosas, los tulipanes

y los jazmines (...)

Ábrete hermano a todos los perfumes,

a todos los colores, a todas las músicas (...)


(1)
J. Manuel Parrilla, 2000. "El fulgor del vino en Castilla y León". Ediciones Matriz. Valladolid. Págs.: 46-47).