Los seres humanos creamos culturas. Observamos, pensamos, imaginamos, obramos, comunicamos nuestras experiencias... Somos variados. Construimos nuestra "realidad". Fabricamos opiniones y maneras distintas de narrar nuestras vivencias. Este espacio expone estudios y trabajos del campo de la antropología del bienestar y la salud así como de la antropología de la naturaleza, sus componentes y sus leyes mostrando diversas concepciones y acciones que en esos terrenos se pueden dar y llevar a cabo en las culturas y sociedades del mundo.

Foto: "Águila peleando con serpiente". Tatuaje clásico del artista: Alvar Mena (La barbería tatuajes. Salamanca)

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SEGUNDA ETAPA

martes, 15 de octubre de 2013

Duelo y culturas

Por: A.J. Aparicio

Todas las culturas han explicado lo que en cada una se entiende por salud, bienestar y equilibrio. Dentro de los límites de ese estado de experiencia se encuentran las interacciones satisfactorias con nuestros seres queridos.
Considerándonos seres complejos compuestos por un "soporte duro", material, perceptible por los sentidos, más sabe Dios qué otros componentes, entre ellos, no "materiales", especie de "programas" según algunos, que nos permiten funcionar, que permiten que interactuemos con el entorno para obtener experiencias, entonces, lo que entendemos por bienestar, salud y equilibrio (al menos en nuestra cultura) depende entre otras cosas de las experiencias de las interacciones con los que queremos.
En culturas diferentes que hemos estudiado (de Mesoamérica, de Sri Lanka, de China y del Norte de África) hemos obtenido referencias que sitúan incluso en primer lugar las experiencias provenientes de nuestras relaciones con los seres queridos a la hora de explicar el binomio: "salud-enfermedad". Es lógico, pues, que cuando alguien amado se nos muere suframos.
Dentro de la cultura mestiza mexicana, eminentemente urbana, existe un simbolismo público que varía poco de unos lugares a otros; un simbolismo de "fiesta", de "complicidad y "compadreo" con la "muerte" que lleva a quienes se reúnen alrededor del "muertito" a manifestarse públicamente de manera menos trágica que los europeos. Ese "festejar" mestizo con la muerte, nos dicen los locales, tiene varias lecturas, una de ellas el deseo de seguir entre los vivos (los asistentes) y el deseo de recordar bien al amigo que se fue, honrándolo con narraciones jocosas incluso. 
En este artículo nos referimos más a la experiencia interior y personal del pariente o amigo que se queda, quien, indudablemente, sufre la pérdida para adentro. Acudiendo a un estándar explicativo más-menos generalizado tenemos que decir que este tipo de sufrimientos generalmente duran un tiempo llamado tiempo de duelo. Pasado ese tiempo relativo deberíamos poder reincorporarnos a la vida operativa en nuestro medio habitual. Cuando esto no sucede,  podemos considerar que algo en nosotros no va bien. O lo pueden considerar los que nos ven. Y si algo se nos ha "roto" pues hay que arreglarlo, dicho de esta manera para entendernos.
Para algunos médicos tradicionales chinos, incluso las vivencias de los duelos pueden ser peligrosas dejando secuelas y "daños" difícilmente evaluables "a priori". Informantes zapotecos en Mesoamérica me han comentado que algunos duelos pueden sumir a quien los sufre en un estado de experiencia pasajero a primera vista pero tremendamente erosivo interiormente semejante al estado de "susto". Pueden provocar incluso susto. Detectar esos estados no es fácil, sobre todo si el afectado no lo pide. En ocasiones, las alteraciones de nosología cultural-local pueden llevar al sufriente a la muerte. Los invisibles hilos que unen a las personas con ámbitos de proyección de sus sentimientos pueden afectar enormemente a alguien que haya perdido a un ser amado.
De todas las maneras, los propios narradores de sus vivencias nos dicen que, aunque se vuelva a la llamada  normalidad tras el duelo, la "realidad" vivida (a partir de ahí) es "otra". Y muchas veces sigue siendo triste y dolorosa, insisten, aún aparentando normalidad y siendo perfectamente operativos en su medio.
Escribe David Le Breton:
El dolor es sin duda la experiencia humana mejor compartida, junto con la de la muerte. (1)
El dolor moral por la pérdida de un ser querido no se considera objetivo a atender dentro de nuestra cultura occidental convencional. Como tantas otras cosas en la vida, es algo que hay que pasar. Sólo, como hemos señalado ya, si afecta a la operatividad de la persona en sus interacciones familiares, laborales, sociales (pasado un tiempo relativo) puede ser considerado motivo de estudio y atención en el plano de la salud y el equilibrio. En culturas distintas a la occidental convencional, culturas tradicionales, sí puede ser considerado como manifestación de alteración y origen de posibles otras manifestaciones. Se ve a la vez como experiencia "normal" pero capaz de dejar secuelas. Por esa razón, si el sufriente lo desea puede obtener ayuda de los especialistas en salud y reequilibrio de esa cultura (Asia, Mesoamérica).
El médico y poeta mapuche Elikura Chihuailaf expresa que es la "oralitura" el vínculo interpersonal que une tradiciones, grupo, personas, espacio y tiempo. Ese modo de enganchar a las personas de una colectividad también se refiere a las del pasado que ya no están, pero que continúan de alguna manera "vivas" en la "palabra" que se trasmite de unos a otros.
Distintos pueblos y culturas interpretan de maneras diferentes la "ausencia" de los que se van para siempre: unos "comulgando" tradiciones en manifestaciones colectivas, otros sufriendo exclusivamente el dolor interior y personal por la acusada pérdida del ser querido registrado en la "memoria sensorial", etc.
Mostramos a continuación la referencia íntegra de uno de nuestros informantes, le llamaremos Juan X, como expresión de experiencia pura, estando de acuerdo con las palabras de David Le Breton cuando dice que el dolor y la muerte son las vivencias mejor compartidas de la humanidad:

La vida racional podría ser un proceso de fabricación permanente de experiencias muy parecidas en las que el concurso sensorial sería la pieza clave. Cada día nuestros ojos se llenan de los "mismos" edificios, las "mismas "calles, las "mismas" personas. Cada día oímos los "mismos" sonidos. Cada día percibimos los "mismos" olores. Cada día, o periódicamente, saboreamos las "mismas" comidas y bebidas. Cada día, o periódicamente, sentimos el "mismo" viento y la misma humedad del ambiente de nuestro medio habitual. Cuando digo mismo me refiero a algo conocido ya por experiencia. Pasamos los años viendo normal lo que llega a nuestros sentidos. Pero cuando un día algo en la rutina cambia, cuando desaparece una información sensorial habitual, la experiencia cambia a bien o a mal. Nos acostumbramos a todo lo que nos rodea. A veces, algo de ese todo se nos adhiere al corazón, a la sangre, a los huesos, echando raíces de las que no solemos ser conscientes. Y el día en que el caprichoso destino nos priva de ese algo sensorial, experiencial, vivencial, emocional, ese día sufrimos el "desgarro de la carne", la ruptura de nuestra unidad y la separación de las raíces con las que vivíamos tan normales. En la medida en que las raíces van saliendo de nuestro ser sufrimos y en ocasiones el dolor es tan intenso que sólo "desenchufándonos" encontraríamos el alivio. Con dolor no hay paz, se sueñan pesadillas, se desconecta uno del mundo, no se tienen deseos. Cuando el destino nos arranca las raíces de nuestros seres queridos se produce una herida tal que sólo la nada podría curarnos. Pero el proceso senso-experiencial continúa y la nada raras veces llega. Duele la mañana, el encuentro de la conciencia con el día. Duele cada momento en que el recuerdo te trae al presente imágenes de tu ser querido relacionadas con el escenario que compartisteis y que ahora experimentas sin él. No calman las palabras ajenas y parece que uno se regodea evocando continuamente lo que fue y ya no será, lo que vivió y ya no vivirá más. Ese "deleite" enfermizo aún duele más.
Dicen que el tiempo del calendario cura esas heridas pero son los sentidos los que con nuevas rutinas, o con las mismas de antes van fabricando una nueva red de raíces en nuestra "tierra interior". Poco a poco otros enganches a lo visto, oído, olido, saboreado y tocado van componiendo un nuevo ser en nosotros, otro "cangrejo sagrado" guiándonos a través de nuestra relación con el mundo, los seres y las cosas.
Si el bálsamo del dolor no está caducado, los archivos de los sentidos tienen que ir desdibujándose hasta borrarse; no así los de los recuerdos emocionales que se suavizan pero permanecen (si nosotros queremos que así sea).
La experiencia del duelo no se puede narrar. Sólo trasmitiríamos palabras como éstas que aquí acabo de escribir.

Me quedo con la última frase de Juan X.
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(1) Le Breton, D. 2006. "Anthropologie de la douleur". Éd. Métailié. Paris.