Los seres humanos creamos culturas. Observamos, pensamos, imaginamos, obramos, comunicamos nuestras experiencias... Somos variados. Construimos nuestra "realidad". Fabricamos opiniones y maneras distintas de narrar nuestras vivencias. Este espacio expone estudios y trabajos del campo de la antropología del bienestar y la salud así como de la antropología de la naturaleza, sus componentes y sus leyes mostrando diversas concepciones y acciones que en esos terrenos se pueden dar y llevar a cabo en las culturas y sociedades del mundo.

Foto: "Águila peleando con serpiente". Tatuaje clásico del artista: Alvar Mena (La barbería tatuajes. Salamanca)

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SEGUNDA ETAPA

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Sobre la charla



Por: Francesco Di Ludovico.

«Te extraño; ya me hace falta charlar contigo». 
Dos amigos lejanos y el deseo de volver pronto al diálogo. 
Directo, cara a cara; sobre cualquier asunto de la vida cotidiana. 
Una plática sosegada, pero viva y confortante, hecha de palabras simples y espontáneas. Es lo que se puede definir “hablar con el corazón más que con la cabeza”: dejar fluir en el discurso lo que sentimos, sin filtros o censuras. Quizá de esta manera el interlocutor, contestándonos, se vuelve amplificador de nuestra conciencia. Nos va a decir justo lo que necesitamos, en vez de –con nuestro consiguiente y momentáneo enfado– lo que queremos oír. No siempre esto es posible. Sería lo ideal; da lástima a los francos, pero a veces tenemos que dejar de lado esa franqueza amigable que, si bien en ese momento puede irritarnos, la valoramos después como un raro tesoro. 
La vida nos pone continuamente delante de situaciones imprevisibles, acontecimientos inesperados y circunstancias cambiantes. También nos pone delante un interlocutor desconocido, portador no siempre sano, de temerosa desconfianza. 
En mi trabajo de médico, la otra persona es un paciente y, en el diálogo, hay que dar espacio a la mente también. No puedo hablar a través del mero corazón, aunque quisiera. Por ello, fácilmente se asoma el “conflicto” entre verdad y bienestar, entre realidad evidente y el interés de sanar. Sin embargo, se trata de una pugna entre comillas; uno de los muchos compromisos diarios, que nos sirven para mejorar las relaciones personales y nosotros mismos. De hecho, muchas veces, con el simple escuchar al paciente (“monólogo participativo”, lo llamaría yo, donde el otro sólo oye), éste se tranquiliza por lo que concierne su descontento. Y en los demás ámbitos es experiencia de todos. ¡Cuántas veces, después de un sano soliloquio, nuestro querido paciente-cliente ha recuperado su sonrisa! Que haya sido un desahogo por su parte o la escucha de sus propias palabras, por la nuestra, finalmente él se da cuenta de que hay alguien con quien compartir su desdicha, o que ésta no era pues tan grande como él había pensado. 
La “palabra sanadora”, salutífera, casi milagrosa, puede ser un “fármaco” invisible y además vivificante. El poder (¿cuántico?) de la información. De igual manera, ¡cuidado!, se da lo contrario: palabras mortales, pues; todo depende de la intención y de cómo se tomen las palabras escuchadas. Y en caso de que la charla sea compartida, tal vez se curen los dos: hablante que va a oír y oyente que va a hablar. 
Sentados en los bancos del parque o del paseo arbolado, bajo las sombras trémulas de las plantas que se vuelven a sus escondidas testigos, o en las paredes bajas de unas calles en un día luminoso, gente mayor o jóvenes adolescentes amamos estar de palique y pulverizar, así, el tedio y la soledad. ¿Quién lo puede negar?; como “animales sociales” rechazamos, por naturaleza, el islamiento, buscamos alguien con quien interactuar. Y el diálogo se abre a la par que su riqueza semántica: “hablar entre [personas]”, dirían los etimologistas; donde en la raíz de tal vocablo se evoca el helénico y bíblico Logos, la palabra primordial que se vuelve acto. Por medio de la voz, los simples sonidos (invisibles ondas del aire) pueden convertirse en algo tangible aunque subjetivo: una palabra de amor y nos late el corazón, una salida alegre y nos surge una risa, un placebo verbal y sanamos sin alquímicos artificios, un consejo pedido y nos cambia la vida. Una charla “didáctica”, pues, porque enseña; y “sanadora”, porque tal vez es capaz también de curar.