Por: Boris Aparicio* (texto & fotos)
El presente artículo es una adaptación de la ponencia “Acercamiento comprensivo a la experiencia de la bodega tradicional del Cerrato palentino. Caso de Villaconancio”, publicada en el libro: "Construcción con tierra: pasado, presente y futuro. Congreso de arquitectura de tierra en Cuenca de Campos. 2012". ISBN: 978-84-616-3485-9. Edita Grupo Tierra (Universidad de Valladolid). Valladolid, 2013.
(Prohibida la reproducción)
El presente artículo es una adaptación de la ponencia “Acercamiento comprensivo a la experiencia de la bodega tradicional del Cerrato palentino. Caso de Villaconancio”, publicada en el libro: "Construcción con tierra: pasado, presente y futuro. Congreso de arquitectura de tierra en Cuenca de Campos. 2012". ISBN: 978-84-616-3485-9. Edita Grupo Tierra (Universidad de Valladolid). Valladolid, 2013.
(Prohibida la reproducción)
Introducción
Entendemos en primer lugar “culturas del vino” como aquéllas
de las que éste forma parte como algo más que un consumible. El calificativo
“tradicionales” nos aporta un matiz añadido, por el cuál entendemos que
tal/tales actividad/es en torno al vino tienen un fundamento, origen y/u
objetivo, más allá de la pura lógica capitalista del lucro económico.
A través del trabajo de campo, hemos recogido informaciones
y experiencias[1]
en torno a este fenómeno socio-eco-cultural, en un entorno que participa de lo
anteriormente referido como “cultura tradicional del vino”.
Se trata de la comarca del
Cerrato (en la provincia de Palencia) y alrededores. Un lugar en que estas
tradiciones se hacen presentes de manera constante y muy evidente, por el
“barrio” o “cerro” de bodegas[2],
que vemos asociado a cada población, con ligeras variaciones en cada caso.
Por ello, expondremos
aspectos y comunicaciones de locales acerca de la vivencia del vino, así como
de la bodega tradicional como espacio de acogida de la misma, desde el enfoque
etnográfico, tratando de relacionar toda la información con el bienestar.
- - -
Desde la doble óptica de
la arquitectura y la antropología, encontramos en el espacio de la bodega
tradicional dos realidades aparentemente bien diferenciadas, pero superpuestas,
inseparables y complementarias.
La primera, hace
referencia a la realidad física,
material, construible. Es la bodega excavada, la presencia de la tierra, el
contacto más puro con ésta adentrándose en la misma de un modo único en cada
ocasión. Según hablemos de un cerro o un terreno más plano, la factura ocurre
de un modo diferente. En el primer caso, la excavación se lleva a cabo
prácticamente en una línea horizontal que penetra el cerro desde su base, unos
14-15m. En el otro, el proceso se hace desde su comienzo con una gran inclinación,
y su profundidad, medida en planta, podría alcanzar los 40m. ¿Por qué buscar
esa situación de enterramiento, con tal cantidad de tierra por encima? Si
pensamos que la bodega tradicional es un espacio pensado desde su origen para
el vino, la respuesta es inmediata. No hay un aislante tan económico como la
tierra, que garantice unas temperaturas constantes en un clima tan difícil como
éste, con oscilaciones térmicas de hasta cincuenta o incluso sesenta grados,
entre el más angustioso verano y el duro invierno. Y es que el vino, como ya
veremos, no era una bebida alternativa al agua, un refresco o un lujo para
celebraciones. Era necesario y considerado alimento base.
Por ello la bodega había
de garantizar la correcta factura y supervivencia del vino a lo largo del año.
Hallamos entonces vinculada la experiencia del bienestar aquí tal vez como un
fin.
Sin
embargo, tenemos constancia también de que ésta formase parte del propio
proceso de construcción de las bodegas. Uno de nuestros informantes, nos contaba
de las bodegas de Torquemada: “aquí trazaban una calle y a lo mejor al año
hacían, entre todo el pueblo, una o dos bodegas. Todos colaboraban en ello y
luego todos llevaban la uva y hacían su vino y celebraban”. De este modo, vemos
cómo la “construcción” de este espacio constituye también un evento de
colaboración, de interrelación y de compartición de experiencias en sí mismas,
desde el propio trabajo, vinculadas al bienestar. De cómo el fin llegó a ser
medio y se redescubrió como fin ineludible.
La segunda realidad de la bodega tradicional es la
del encuentro, el lugar de reunión,
bien para la utilización de la misma como instalación preparada para elaborar
el vino, o bien como lugar para celebraciones.
El vino, tradicionalmente,
se hallaba vinculado a la vida, al día a día. Cuenta mi padre: “recuerdo cómo
en La Puebla los señores tomaban galletas María untadas en vino”. Mi madre dice
también: “mi abuela echaba a todas las comidas vino, y lo que sobraba, lo
tomaba con azúcar y pan”, o “mi padre siempre desayunaba medio vasito de vino
dulce con dos magdalenas”.
El hecho de que la
tradición cristiana tenga el vino como “la sangre de Cristo”, nos habla ya de
una consideración privilegiada de éste. Un vino elemental, un vino como soporte
alimenticio, que aporta una serie de componentes necesarios y beneficiosos para
la vida imposibles de conseguir en su ausencia. Posiblemente no se supiera en
términos técnicos, pero la experiencia decía que el vino era bueno, y por bueno
necesario. Surge así la costumbre, la fabricación de una construcción cultural
en torno a la utilización, consumo, elaboración, etc., del vino, como
derivación de ese empleo utilitario.
Tenía que haber alguien
que hiciese vino cerca. Con el tiempo, todo el mundo hacía su vino, forjándose
así la tradición de las bodegas y los vinos familiares, que producían lo justo
para el autoconsumo “y un poco más”. Con el tiempo, muchas de esas producciones
familiares o multifamiliares cesaron, dejando paso a la dedicación de otros
cultivos, viéndose también afectadas por la emigración rural, así como por la
posibilidad de obtener vino en un mercado nacional que llegaba incluso mejor a
las ciudades o poblaciones mayores. El vino como forma de vida generalizada se
abandonó, quedando como una actividad de negocio, empresarial y mayormente
lucrativa. Hoy nos interesan, sobre todo, los restos de aquellos ejemplos que
quedan, latentes, en el entorno rural del que fueron originarios, así como las
referencias que podamos recoger de los mismos.
De este modo, vamos
a valorar esa experiencia comunicable como información asociada a la realidad
de la bodega y del vino desde el punto de vista de la antropología de la salud,
haciendo hincapié en el concepto del bienestar.
En primer lugar, tenemos
que distinguir diferentes grados de extensión de dichas referencias: cuando
hablamos de bodega tradicional en este contexto, bien podemos estar hablando de
la bodega típica del Cerrato (estudios), de las bodegas de una determinada
localidad (locales), o de la bodega de una familia o grupo de familias
concreta/s[3]
(dueños y/o familiares y amigos).
A continuación, vemos las
cualidades de la información asociada que recibimos a través de todas esas
comunicaciones, mediante cinco sencillas preguntas:
-
¿Quién o quiénes la transmiten/reciben?
Tres
niveles: si bien normalmente se trata de los locales, habitantes de la
comunidad y/o comarca, también sus familiares o descendientes, que
habitualmente viven fuera pero mantienen cierta relación con el pueblo y/o
bodega mediante visitas periódicas, contribuyen al flujo de la información
relacionada con la bodega tradicional. En un tercer nivel, hablaríamos de
visitantes esporádicos, ocasionales, invitados, etc.
-
¿Cómo llegan tales referencias a nosotros?
Por
cuatro vías, principalmente: por inercia convivencial, es decir,
involuntariamente, por compartir y formar parte del contexto del cuál la bodega
y el vino forma parte fundamental; por interés, con una interacción pretendida,
voluntaria; mediante la difusión de estudios y trabajos en torno al tema; y
mediante la promoción, a través de organismos oficiales u otros, del turismo
cultural-etnográfico-folklórico.
-
¿Cuándo, en qué momento se produce la
transmisión-recepción de dicha información?
Debemos distinguir
entre una época precedente (hace 30-40 años), en la que éste era un proceso
constante, pues de alguna manera todos los miembros de la familia, desde niños,
tenían presente en todo momento la bodega y/o el vino, incluso ayudaban en
tareas implicadas en cualquiera de los dos aspectos; y otra, la actual, en la
que esto sucede desde el momento en que uno, por voluntad propia, se interesa
por recuperar esas informaciones, tan ricas, tal vez por nostalgia de un pasado
como el descrito anteriormente, o porque su situación académica y/o económica
le permiten acercarse a estos relatos.
-
¿Cuánta, cuál es el volumen de esta
información que se recibe/transmite?
Dos
niveles: el superficial, que caracteriza a la generalidad; y el profundo que corresponde
al interesado, pudiendo ambos pertenecer al entorno rural o al urbano.
-
¿Qué, qué se transmite/recibe de la bodega
y del vino desde el entorno rural?
A
través de nuestro trabajo de campo, hemos obtenido referencias que hemos
clasificado en cinco niveles.
En
primer lugar, las que hablan del uso alimenticio. Ya hemos hecho mención
anteriormente a este aspecto, distinguiendo entre la cotidianeidad del pasado
de nuestros abuelos, con el vino familiar, y la actualidad donde, con vino
familiar o no, usamos los mismos espacios pero en ocasiones muy contadas,
concretas y concertadas.
En
segundo lugar, el uso del vino y/o la bodega con fines lúdicos. En este caso,
la bodega tradicional se ha abandonado por los bares, así como el vino lo ha
sufrido por el triunfo de los refrescos y bebidas destiladas o la cerveza.
El
vino, así como la bodega, han funcionado como elemento socializador: “el vino
te expande […] te hace cantar, por eso los de la ribera somos tan cantarines”,
dice José Ignacio, de Pesquera de Duero, o “el vino te desinhibe”, dice también
Belén, de Villaconancio.
En
cuarto lugar, podemos sin duda hablar del vino como elemento de unión. Ya
hablamos del simbolismo cristiano del vino como la “sangre de Cristo”. Sin
embargo, la consideración del vino como elixir especial va más allá de la
religión cristiana: monjes, judíos y gentes de muchas culturas, consideran en
este caso el licor proveniente del vino o de sus mismos materiales (a través de
destilación) como entes superiores no contaminantes que, por ser símbolo de
pureza, se convierten en elementos compartibles, por encima de las
particularidades que pueda haber entre los diferentes grupos. En un contexto de
culturas religiosas diferentes como es históricamente el nuestro, el vino
jugaba asimismo un papel de elemento de distinción, así como el lugar donde se
consumía. De este modo, los cristianos, principales consumidores, se separaban
del resto (judíos y musulmanes, quienes consideraban el vino en muchos casos
como un elemento pecaminoso, hasta maligno, impuro…), fabricándose en relación
con esa seña de identidad, las bodegas, que también eran una construcción que
separaba a un grupo de otros que tenían otras construcciones de acuerdo a sus
propias costumbres. Así es que la bodega, sin ser un lugar sagrado, desde el
punto de vista religioso, sí era una especie de “santuario” cultural que, a su
vez, apoyaba las tradiciones del consumo del vino.
En
la actualidad, los simbolismos del consumo del vino en las comarcas que hemos
estudiado, se centran en torno al placer sensorial y al placer convivencial,
considerándose al vino como una especie de “duende” de la fiesta. Otro
simbolismo del vino es la unión con la tierra, la unión con lo ancestral, el
puente generacional, vínculo con la época de los abuelos, contacto con la
idiosincrasia de un pueblo.
Por
último, y como punto clave en el hilo de este artículo, tenemos que hablar del
vino como elemento curador. Un uso del vino que se advierte ya en poblaciones
del valle del Duero. Existen publicaciones (O’Gorman: 2003; Boronian: 1995) que
hablan exclusivamente del poder terapéutico del vino. Nuestro informante
Basilio (productor en Arlanza y médico) nos habló claramente del poder
antioxidante, vasodilatador, digestivo, relajante y más, que tiene el vino. Todas
estas cualidades están referidas a partir del estudio, pero también de la
experiencia (como ya dijimos al comienzo: sin saber por qué, se sabía que el
vino era bueno). Por ejemplo, el vino te sube el nivel de calorías, lo que
ayuda al sistema defensivo principalmente en otoño e invierno, contra la
agresión externa permanente del tiempo. Como hemos dicho anteriormente también,
el vino, como alimento que es, además de compartir con otras bebidas los
componentes alcohólicos, aporta componentes nutritivos exclusivamente suyos. En
épocas precedentes, en los veranos, cuando las aguas locales podían ser origen
de enfermedades y problemas (tifus, diversas fiebres, gastroenteritis, etc), se
fomentaba el consumo de vino, que hidrataba, aislaba y protegía de los gérmenes
transmitidos por el agua. Hay un dicho popular que dice “el vino se convierte
en sangre de Cristo y el agua hay que bendecirla”, haciendo evidente esa
seguridad de beber vino frente a enfermedades que acechaban.
Ese mismo principio puede servir hoy en día, si no para todos, sí para algunos problemas que continúan existiendo. Se ha desarrollado una amplia industria de cosméticos y productos parafarmacéuticos en torno a las propiedades del vino. El resveratrol, por ejemplo, es un pigmento (polifenol) que se encuentra en su mayor cantidad en la pepita y en el hollejo, con, según investigadores, mayor poder antioxidante que la vitamina E.
Conclusiones
Vemos que la bodega y el
vino pueden provocar bienestar en sí mismos, por las propiedades del vino, o
por la condición de espacio autoconstruido que supone la bodega, hecho a
compartir y celebrar tradicionalmente. El vino como seña de identidad
cristiana, por exclusión, proporcionaba, en esos contextos, una seguridad que
entonces, entendemos, iba ligada a la experiencia del bienestar.
¿Constituye hoy el cerro o
barrio de bodegas tradicionales un espacio de segregación espacio-funcional?
Tradicionalmente, el
Cerrato ha sido característico por su cerro de bodegas. Referido en cada lugar
de un modo u otro, este lugar ha significado un entorno anejo al resto del
pueblo. Viajando hasta posiblemente hace cuatro siglos, nos hallamos en un
Cerrato empapado en la cultura vitivinícola. El vino no era un placer ni una
excusa para llevar a cabo encuentros sociales, tan sólo. El vino constituía una
forma de vida. Colinas plagadas de pequeñas producciones, lagares familiares o
multifamiliares. Con el tiempo, y ciertos acontecimientos absolutamente
desafortunados (plaga de la filoxera, subvenciones para el cultivo de la
cebada, etc), esa tradición se ha ido perdiendo, hasta desaparecer casi por
completo en la consciencia de las últimas generaciones. Podemos decir con esto
que, si bien las bodegas no nacieron como más que una extensión espacial de la
vida en un contexto en que el trabajo y las celebraciones formaban parte de un
modo de vida complejo, con el tiempo, el modo de vida ha ido cambiando, así
como los espacios vinculados a cada una de las facetas de ésta, sufriendo el
espacio tradicional un abandono o simplificación, en el “mejor” de los casos,
de carácter funcional, y uso ocasional y de recreo. Pese a poder afirmar que el
bienestar estaba presente antes de manera espontánea y hoy día de un modo
“planificado” o acordado, en este sentido insistimos en la crítica al fenómeno
de relegue de estos espacios. Fácil sería pensar ¿por qué hacer vino si nos
llega de las grandes productoras y monopolios al supermercado? Desde aquí
proponemos la pequeña producción (tanto artesanal como denominaciones de origen
locales) como la mejor manera de hacer frente a esa colonización económica,
valorando lo propio de cada lugar, la tradición, y manteniendo esa conciencia
unida a la consciencia de unos saberes que corren peligro de caer en el olvido.
Quien hace hoy un mínimo
trabajo en torno al vino desde un enfoque de indagación en lo tradicional,
ineludiblemente se introduce en el pasado de sus abuelos, lo cual, a mi
parecer, supone una inmensa sensación de agrado. Se trata del hecho de saber
que estás comprendiendo y siendo partícipe de algo de la vida de tus
antepasados y, sobre todo, valorándolo. También a eso lo llamaría bienestar,
así como al contacto con el dueño de una bodega (tradicional y/o formando parte
de denominaciones de origen locales), por lo obvio que resulta que aquélla no
es una inversión únicamente, sino parte de su vida que disfruta compartiendo
contigo.
Cuando pruebas vino y eres
consciente de quién, cómo y cuándo lo ha hecho, lo disfrutas diferentemente,
por supuesto en mayor medida. Dice mi padre: “El vino tradicional me permite
sentir lo que sentían mis abuelos. El vino moderno me abre una puerta interior
que me aísla del estrés, las preocupaciones y el cansancio de la rutina”.
Bibliografía
GARCÍA GRINDA, José Luis. 1988. "Arquitectura popular de Burgos". Colegio Oficial de Arquitectos de Burgos. Fuenlabrada (Madrid).
PONGA, Juan Carlos y RODRÍGUEZ, Mª Araceli. 2003. "Arquitectura popular en las comarcas de Castilla y León". Junta de Castilla y León, Consejería de Cultura y Turismo. Valladolid.
O'GORMAN, David. 2003. "Los sorprendentes efectos preventivos y terapéuticos del vino". Sirio S.A. Barcelona.
BORONIAN, Jean Baptiste. 1995. "Les arts du vin". Snock. París.
*Universidad de Valladolid y UNED
Email: boris_palen@hotmail.com
[1]
Hablamos de “experiencias”
mejor que de “actividades”, por considerar su implicación en el vivir humano
más compleja.
[2]
salvo casos donde, por motivos de carácter defensivo, éstas se hallaban
vinculadas al subsuelo de muchas de las casas, dentro del pueblo
[3]
Lo que en el artículo de referencia describimos como convenciones comarcales,
locales y personales (aunque incluyésemos las dos primeras en el mismo
apartado).