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1. INTRODUCCIÓN.
Fig. 1. El Temazcal ("Sweat House") es uno de los medios de reequilibrio más antiguos y relacionados con el simbolismo curativo tradicional y ancestral de Mesoamérica. La ilustración es del artista gráfico: Álvar Aparicio Tejido.
El presente texto es un fragmento del libro titulado: "Aspectos de Salud Tradicional en México y Castilla-León. La Etnomedicina de los códices: Florentino y Libellus", publicado próximamente por Aracne Editrice. Es un estudio de elementos y aspectos de tradiciones de salud castellanoleonesas y mesoamericanas preconquista en el que también se contrasta y analiza la etnomedicina americana posconquista, mestiza y urbana, formada supuestamente con elementos y saberes curadores prehispánicos e hispanicos llevados por conquistadores y colonos a partir del siglo XV. Destaca el trabajo realizado sobre los códices de Sahagún y M. De La Cruz con el que queremos poner de manifiesto el ocultamiento en dichas obras, por parte de sus autores, de la medicina simbólica azteca debido a razones, por un lado de miedo a las nuevas autoridades hispánicas y por otro de presión (directa e indirecta) de los poderes civil y religioso para que todas las muestras de difusión de los modos de entender y atender en salud indígenas estuvieran dentro de lo que pudiéramos llamar maneras naturalistas de curación.
2. LOS MÉDICOS AZTECAS.
(...) En el capítulo 8 del libro décimo del códice Florentino escribe Sahagún:
El médico suele curar y remediar las enfermedades. El buen médico es entendido, buen conocedor de las propiedades de las hierbas, piedras, árboles y raíces; experimentado en las curas. El cual también tiene por oficio saber concertar los huesos, purgar, sangrar y sajar y dar puntos; al fin, librar de las puertas de la muerte. El mal médico es burlador y, por ser inhábil, en lugar de sanar, empeora a los enfermos con el brebaje que les da, y aún a las veces usa hechicerías y supersticiones por dar a entender que hace buenas curas.
Esta referencia a los médicos aztecas bien podría aplicarse a cualquier médico (no indígena) de la época de Sahagún. Se trata de una definición elemental del profesional de la curación según una manera de ver muy general. Habla de su labor en relación con el cuerpo. Y cuando tiene que definir al mal médico, emplea términos como: hechicerías y supersticiones, sin más. No explica. Son palabras que en la sociedad europea del siglo XVI se hermanan a lo oscuro”, lo malo y lo ignorante. Por lo que conocemos de la sociedad y cultura aztecas, teniendo en cuenta lo explicado por López Austin, Aguirre Beltrán, Alcina Franch, Jacques Soustelle y otros investigadores, podemos suponer que, antes de la llegada de los españoles, los encargados de curar y sanar no entenderían los problemas del cuerpo aisladamente. Relacionarían a la persona enferma con sus interacciones (sociales, naturales y culturales o rituales). Escucharían, también, el relato de la experiencia de la enfermedad (de sus pacientes), como lo hacen en la actualidad los etnomédicos de los grupos originarios. Los que conozco, tienen en cuenta lo que ellos (los médicos) ven, lo que les cuentan los enfermos y lo que refieren de éstos y sus problemas, terceras personas (familiares, allegados, otros). La enfermedad, ella misma, es entendida como ente al que se puede hablar. Imaginamos que, no sólo la azteca sino las etnomedicinas de otros pueblos prehispánicos tuvieran características parecidas a las de sus descendientes actuales. En todos los casos en los que fui atendido por médicos indígenas, éstos, a la vez que pusieron en práctica los procedimientos tradicionales para ayudarme, hablaron y se dirigieron a entidades superiores (Dios, Madre Tierra, Santos...), a las plantas medicinales (a sus espíritus), al mal de aire y a componentes intangibles de mi persona que entendían (los sanadores) debían llamar. ¿Evitó Sahagún entrar a fondo en el tema del simbolismo médico azteca por la situación en la que se encontraba (circunstancias que le imponían condicionantes políticos, religiosos u otros)? Lo analizaremos más adelante. Tengamos siempre presente que en la cosmovisión nahua todo se veía penetrado por las esencias divinas, como explica López Austin (1997). Quienes se dedicaban a curar así lo entendían. Resulta absurdo pensar que viesen el cuerpo y sus males como se veían en la cultura occidental (llamemos oficial) del siglo XVI.
Así se expresan Villaseñor, Rojas y Berganza : El médico nahua o ticitl incluía una dimensión ética especial pues tenía la capacidad de curar y de efectuar acciones benéficas para sus pacientes pero también podía enviar enfermedades a aquellos que habían ofendido a los dioses, transgredido prohibiciones o que tenían malas relaciones personales con el ticitl o con el grupo social.
Al hablar de los orígenes de la medicina tradicional en Mesoamérica, podríamos establecer parecidos con lo ocurrido en otras tradiciones como la china o las siberianas. El chamanismo adivinatorio, del que trata Antony Tao (2003) refiriéndose a China, también se dio en Mesoamérica. Los adivinos (Tonalpouhque), sin ser lo que se entiende como médicos en la cultura occidental, se ocupaban de satisfacer preguntas y demandas relacionadas con el porvenir y con el bienestar, aportando información especializada y consejos para andar por la vida con cierta tranquilidad, y para evitar la mala fortuna. Antes de que la sociedad azteca se convirtiese en sociedad compleja necesitada de especialistas en campos de la actividad económica, religioso-ritual, educativa, político-militar, organizativa y curativa, los chamanes asumían funciones de algunos de esos campos. Como curador, el chamán atendía las necesidades de los individuos y de la comunidad ayudando siempre a mantener el delicado equilibrio de la realidad amplia. Escribe J. M. Poveda: La actividad chamánica puede concentrarse en un amplio número de conductas. A mayor complejidad cultural, las actividades se van diversificando y surgen chamanes especializados en aspectos concretos de la actividad curadora (Poveda, 2001: 48). En el libro 6, capítulo primero, del códice Florentino, Sahagún expone lo que hacían los sacerdotes, mediante oraciones y retórica, para intentar acabar con males directamente relacionados con actuaciones divinas. Los sacerdotes, pues, también eran médicos, en este caso muy especializados, utilizando procedimientos oratorios y súplicas para que los dioses retirasen enfermedades que podían afectar a gran parte de la sociedad (epidemias). He aquí un fragmento de petición a Tezcatlipoca (o Tezcatlipuca), en tiempo de pestilencia, para que se la quitase al pueblo. Lo presenta Sahagún diciendo: Es oración de los sacerdotes en la cual le confiesan todopoderoso, no visible ni palpable. Usan de muy hermosas metáforas y maneras de hablar. La oración es: O valeroso señor nuestro debajo de cuyas alas nos amparamos, y defendemos, y hallamos abrigo. Tú eres invisible y no palpable. Bien así como la noche y el aire o que yo, bajo y de poco valor, me atrevo a aparecer delante de vuestra majestad. Vengo a hablar como rústico y tartamudo...Ay dolor que la ira e indignación de vuestra majestad ha descendido en estos días sobre nosotros porque las aflicciones grandes y muchas de vuestras indignaciones han anegado y sumido bien así como piedras y lanzas y saetas que han descendido sobre los tristes que vivimos en este mundo, y esto es la gran pestilencia con que somos afligidos y casi destruidos, o señor poderoso y todopoderoso. Ay dolor, que ya la gente popular se va acabando y consumiendo. Gran destrucción y gran estrago hace ya la pestilencia en toda la gente...El fuego de pestilencia muy encendido está en vuestro pueblo...O señor piadosísimo, a lo menos apiadaos y habed misericordia de los niños que están en las cunas y de los niños que aún no saben andar...Habed misericordia también señor de los pobres misérrimos que no tienen que comer ni con qué cubrirse ni en qué dormir, ni saben qué es un día bueno. Todos sus días pasan con dolor, aflicción y tristeza. El libro décimo del códice Florentino está dedicado a los vicios y virtudes relacionadas con los diversos oficios. Habla Sahagún de los sabios, a quienes compara/relaciona con los médicos diciendo: El sabio es como lumbre o hacha grande y espejo luciente pulido en ambas partes y buen dechado de los otros, entendido y leído. También es como camino y guía para otros. El buen sabio, como buen médico, remedia bien las cosas, da buenos consejos y buena doctrina con que alumbra. El mal sabio es mal médico, tonto y perdido, amigo del nombre de sabio y de vanagloria, y por ser necio es causa de grandes errores y peligros y despeñador y engañador y embaucador. En el libro 10 (capítulo XIV) podemos leer (referente a las condiciones y oficios de las “mujeres baxas” –populares-): La médica es buena conocedora de las propiedades de las hierbas, raíces, árboles, piedras y en conocerlas tiene mucha experiencia no ignorando muchos secretos de la medicina. La que es buena médica sabe bien curar a los enfermos y por el beneficio que les hace casi vuélvelos de muerte a vida haciéndolos mejorar o convalecer con las curas que hace. Sabe sangrar, dar purga, echar melecina y mutar el cuerpo, ablandar palpando lo que parece duro en alguna parte del cuerpo y flotarlo con la mano, concertar los huesos, jasar y dejar bien las llagas y la gota y el mal de los ojos, y cortar la carnaza de ellos. La que es mala médica usa de la hechicería, superstición en su oficio y tiene pacto con el demonio y sabe dar bebedizos con los que mata a los hombres, y por no saber bien las curas, en lugar de sanar enferma y empeora, y aún pone en peligro la vida a los enfermos y al cabo los mata y ansí engaña a las gentes con su hechicería, soplando a los enfermos, atando y desatando sutilmente a los cordeles, mirando en el agua, echando los granos gordos del maíz que suele usar en su superstición diciendo que por ello entiende y conoce las enfermedades y para mostrar bien su superstición da a entender que de los dientes saca gusanos y de las otras partes del cuerpo, papel y pedernal, navaja de la tierra, sacando todo lo cual dice que sana a los enfermos siendo ello falsedad y superstición notoria. En este texto Sahagún da datos importantes referidos a prácticas simbólicas, y a características específicas de determinados especialistas (entre los que incluiríamos a los chamanes). Es lógico que Sahagún haga una distinción entre buenas médicas y malas médicas o hechiceras. Sahagún viene de una cultura distinta en la que existe tal diferenciación. Por otra parte, cuando Sahagún escribió su códice, muchos ojos estaban puestos sobre él y sobre sus escritos. Su apoyo a la medicina naturalista le acerca a los conceptos y posiciones oficiales (admitidos por la Iglesia). Su rechazo de la medicina simbólica también le posiciona como europeo y eclesiástico. En todo caso, parte de lo que dice es cierto si nos atenemos a lo que opinan en la actualidad los médicos tradicionales y chamanes mesoamericanos. Uno de mis informantes chatitos (D. Isaías) me recalcó bien que la diferencia entre un buen médico y un mal médico sólo está en la dirección de su trabajo, no en los medios y prácticas. Con los mismos medios y prácticas se puede hacer el bien (beneficiar a unos) y hacer el mal (perjudicarlos). A veces, el bien de unos supone el mal de otros, lo cual no hace tan simple la diferenciación. Dentro de quienes se dedicaban a curar, había especialistas que, al trabajar por encargo, podían beneficiar a los que contrataban sus servicios, perjudicando indirectamente a terceros, o dirigiendo sus prácticas directamente a causar mal y desgracia a éstos. No resulta fácil calificar a todos los practicantes y profesionales de la salud del medio tradicional mesoamericano (originario y mestizo) en la actualidad. Los curadores prehispánicos conocían no sólo el cuerpo humano y las reacciones de éste a los venenos de animales y plantas sino también la amplia variedad de insectos, aves, mamíferos, reptiles y peces locales, además de toda la botánica y minerales alrededor del lago, capaces de ocasionar perjuicios de salud. Junto a los conocimientos naturalistas tenían otros, simbólicos, relacionando los problemas y sus causas con aspectos de la tradición o de la relación con los seres superiores. Resulta una paradoja a nuestros ojos el hecho de que los médicos muchas veces atendieran con entrega y delicadeza a personas destinadas al sacrificio. Parece algo inútil, una pérdida de tiempo y de medios; sin embargo, para los miembros de la sociedad azteca, ambas cosas eran compatibles por su diferencia. Incluso, la atención debía ser más esmerada para que los sacrificables llegasen en óptimas condiciones al momento de la ceremonia. Todo esto no fue bien entendido y encajado por los europeos. Oficialmente, los conocimientos médicos y las prácticas terapéuticas naturalistas de los aztecas fueron bien acogidos. No ocurrió igual con el simbolismo que rodeaba la enfermedad e intervenía en la curación. Dice Lilian Scheffler: Con la llegada de los españoles los médicos indígenas fueron desprestigiados, pues sus conocimientos y prácticas se consideraron como brujería, hechicería y hasta se los acusó de favorecer intervenciones del demonio. Este personaje, como tal, era totalmente desconocido para ellos, ya que los dioses prehispánicos tenían implícitas las dos facetas; o sea, que podían, como los seres humanos, ser buenos o malos según las circunstancias (Scheffler, 2003: 23). Podemos entender la actitud de “nadar y guardar la ropa” en Sahagún y De la Cruz a la hora de escribir sobre cultura y medicina azteca. Circunstancias peligrosas les envolvían con sólo interesarse por un tema cuya parte esencial no se podía contar, pesar o medir. Escribe Fray Toribio de Benavente (cronista del siglo XVI): Tienen sus médicos, de los naturales experimentados, que saben aplicar muchas yerbas y medicinas, que para ello basta; y hay algunos de ellos de tanta experiencia, que muchas enfermedades viejas y graves, que han padecido españoles largos días sin hallar remedio, estos indios las han sanado. En el texto de F. Toribio de Benavente se reconoce el valor profesional de los médicos locales, a ojos de un observador extranjero. El trabajo de dichos terapeutas llega incluso a ser la solución para problemas que no la han tenido por otros medios. Destaca el autor el valor de la medicina local naturalista, elogiando las hierbas y, suponemos, los medios naturales (entendidos y admitidos a nivel oficial por los españoles) como recursos valiosos, ensayados y experimentados (Benavente, 1985: 179). Volviendo a la actualidad, por lo que conozco (a través de la observación y la experiencia) y por lo que me han referido mis informantes, el médico tradicional puede ser bueno o malo, no sólo haciendo su trabajo sino también en relación con los objetivos e intenciones que tenga. Algunos etnomédicos mesoamericanos me han asegurado que en sus planteamientos nunca entra el dañar a nadie a costa del beneficio de otro. Pero no todos son tan explícitos. Ya en época antigua, existían prácticas destinadas a la recuperación del bienestar de alguien ofendido o alcanzado por los pensamientos negativos de especialistas o personas allegadas. López Austin expone: Entre los nahuas prehispánicos, los magos maléficos eran llamados “hombres búhos”-Tlatlacatecolo- y se creía que los orígenes de sus poderes eran el nacimiento bajo, un signo propicio del Tonalpohualli y el aprendizaje de las malas artes (López, 1984: 33). En las montañas mixes (Oaxaca), conocí “lugares del diablo”, espacios oscuros, hoquedades sombrías y húmedas donde las gentes, a veces ayudadas por especialistas, depositaban y ocultaban papeles con intenciones escritas a las que añadían mechones de pelo o alguna pertenencia de aquéllos a quienes se deseaba alcanzar con sus prácticas. Doña Petra, etnomédica chatina e informante, me proporcionó una fórmula para llevar siempre encima, con objeto de evitar el mal que se denomina aire y del que fui objeto en diversas ocasiones, según ella. En el libro de Ángel Carril, cuando se habla de muelas, flemones y primera dentición, el autor escribe: El llevar consigo determinados elementos de la naturaleza en el bolsillo o faltriquera puede sernos quasi amuleto invulnerable. Desde la castaña de indias o la nuez de tres costuras que aconsejan en Villaescusa, hasta alguna piedrecilla procedente de lugar sagrado (por ejemplo del santuario de Nuestra Señora de la Peña de Francia, en Salamanca) pasando por insectos como pueden ser la chicharra o un simbuscaile (Ooteca de mantis religiosa) resultará de gran efecto (Carril, 1991: 13). Mi informante chatina, Doña Petra, me enseñó una bolsita cosida al interior de su vestido, conteniendo diversos elementos naturales protectores . El mal, los males, pueden venir de muchas fuentes: personas, malos médicos, animales, cosas, lugares, energías de la naturaleza, etc. Los amuletos son vistos, en Mesoamérica y en Castilla y León, como “escudos” que protegen nuestro perímetro físico y espiritual. No siempre lo que entendemos por médico era una clara profesión salvadora y curadora entre los grupos prehispánicos. Sahagún escribe en el capítulo IX del libro 10 sobre “hechiceros y trampistas”: El naoalli propiamente se llama brujo que de noche espanta a los hombres y chupa a los niños. El que es curioso de este oficio bien se le entiende cualquier cosa de hechizos, y para usar de ellos es agudo y astuto, aprovecha y no daña. El que es maléfico y pestífero de este oficio hace daño a los cuerpos con los dichos hechizos y saca del juicio y aoja. Es embaidor y encantador. Lilian Scheffler comenta: Los brujos nahuales (que existían desde la época prehispánica) eran denominados nahualli en náhuatl y su principal característica era precisamente la capacidad que tenían para transformarse a voluntad en un animal. Esta transformación podía resultar en ocasiones beneficiosa y en otras perjudicial para los habitantes del lugar (Scheffler, 2003: 85-86). El curador, pues, (sea el especialista que sea), podía ser bueno/malo, bien visto/mal visto por unos/por otros según el servicio contratado y prestado. La ambivalencia de los etnomédicos aztecas también se da en los curadores tradicionales actuales. Sólo un planteamiento personal y previo (o condicionantes determinados: tradición, ideas religiosas, observación social sobre el médico, miedo, obligaciones…) hace que un etnomédico mixe, zapoteco, mazateco, chatino o mixteco (por citar algunos) actúe siguiendo uno solo de los dos sentidos de la línea direccional. Al menos, es lo que he escuchado de la boca de mis informantes en Oaxaca y México. Esto no quiere decir que si un cliente determinado pide un servicio que implica moverse en ambos sentidos de la misma dirección profesional, algunos especialistas no lo hagan. Los cunantecos del Estado de Oaxaca también conservan la creencia en los brujos anuales. Estos pueden ser hombres o mujeres, y logran esa transformación solamente durante la noche, actuando con el único fin de obtener ganancias personales. Creen que el anual puede llegar a matar a las personas durante sus andanzas y cuentan casos de personas que han tenido la oportunidad de verlos o enfrentarse a ellos; dicen que si se ataca al anual y éste se retira herido, al día siguiente pueden comprobar de quién se trata, pues la persona mostrará las mismas heridas que se le hicieron al animal (Scheffler, 2003: 88). Mi informante D. Erasto me comentó lo siguiente: Toda la tierra está animada. Hay lugares malos. Dichos lugares tienen malo todo: terreno, plantas, gentes...Me habló de una localidad conocida por él y me narró la historia de un sacerdote recién llegado a ese pueblo: Tuvo que salir huyendo el hombre porque encontró víboras a su paso y por todas partes. Dicen las gentes que los habitantes de ese pueblo se transforman en víboras o quién sabe qué. Continuó D. Erasto diciendo que el sacerdote se asustó y volvió a Oaxaca donde empezó a enfermar y murió. Me narró el caso de un ingeniero de caminos que, habiendo llegado a aquel pueblo, fue a abrir su taco para comer y encontró una víbora en su tortilla. ¡Quién sabe cómo lo hicieron! El ingeniero se asustó y se fue. Ahí son todos hechiceros. ¡Son malos esos cabrones! En otra ocasión el pueblo colindante llevó sus yuntas a trabajar a la línea de demarcación de ambos, saliendo de Dios sabe dónde miles de avispas que les obligaron a irse. Podemos, pues, hablar, si queremos, de médicos y hechiceros entre los aztecas, siguiendo a Sahagún. Podemos ubicarlos en parcelas opuestas relacionadas con la curación y la salud. O podemos pensar que había entendidos y practicantes versátiles, con capacidad para trabajar y obrar en la medida que se les requería, o les interesaba (por ganarse la vida, por posición oficial o por otros intereses). Existe esa dualidad en otras culturas amerindias como los mapuches sudamericanos. Algunos médicos-chamanes se dedicaban a dar explicación de los sueños. Existe hoy el mismo especialista, a la vez que hay especialistas de otros campos que saben interpretar los sueños, en las montañas de Oaxaca. Había especialistas colocadores de huesos, arregladores de roturas, sobadores, limpiadores (de casas, animales y espacios), llamadores de lluvia. Todos ellos trabajaban en su campo específico; pero podían actuar en campos colindantes, propios de otros profesionales trabajando en relación con el ser humano y su bienestar. El resultado incidía sobre sus clientes (mejorando su vida; por tanto, su bienestar y salud) y sobre su entorno complejo, tendiendo siempre a la restauración y mantenimiento del equilibrio de la realidad amplia. Los mismos sacrificios eran prácticas destinadas a este propósito, atendiendo de forma prioritaria a los dioses. Para López Austin (1984), de entre todos los especialistas, destacaban en la sociedad azteca los yerberos y parteros. Pudo ser ésta una razón por la que la medicina oficial y popular de corte naturalista llevada por los españoles fue relativamente acogida en la nueva sociedad mixta posconquista. En el códice Florentino habla Sahagún de sangradores y médicos de forma diferenciada al referirse a los profesionales de la salud del momento trabajando en la atención necesaria durante las épocas de las grandes pestilencias. En las montañas de Oaxaca hay médicos tradicionales que diagnostican a través de los granos de maíz y a través de una especial toma del pulso; por llamar de alguna manera a una forma de percibir la enfermedad del paciente basada en la detección del “brinco de la sangre” en su brazo. Mis informantes, D. Erasto y D. Aristeo, dicen conocer, a través del pulso del antebrazo, no sólo el tipo de problema sino el grado de afectación y la localización o ubicación del mismo en el cuerpo. En Béjar, Salamanca, D. Jesús Casado me habló de la existencia de procedimientos para diagnosticar parecidos: Conocí a un curandero que había perdido tres dedos y con los dos que le quedaban tocaba a la persona, detectando el problema y la localización del mismo. Percibía más calor en dicha zona. La particularidad era que otros no lo sentían. Ese hombre trabajaba colocando los tendones, músculos o articulaciones afectados y poniendo un emplasto de clara de huevo con incienso molido después. En las tradiciones de los grupos originarios, teóricamente, hay menos influencia foránea (hispana principalmente). Sin embargo, sobre el terreno uno constata también términos, discursos y procedimientos curativos parecidos a los de la tradición mestiza urbana. Teniendo en cuenta que las etnias del interior recibieron la influencia hispánica a través de los religiosos peninsulares que allí fueron, ¿Llevaron también éstos ideas, formas y procedimientos curativos domésticos y otros propios de sus regiones de origen? Creo que sí. Cuando Sahagún nos narra en el códice Florentino su atención a enfermos y moribundos indígenas afectados por la peste, no menciona expresamente la dispensa por su parte de cuidados terapéuticos (técnicos o específicos); sin embargo, hemos de suponer que la ayuda no sólo se dirigiera a dar la Extremaunción y la última bendición; imaginamos que también aportase cuidados aunque fuera como mero asistente de médicos u otros cualificados. Eso deduzco de la lectura de sus palabras. Resulta complejo desde nuestra perspectiva actual, aún contando con los escritos de los cronistas y las narraciones indígenas, establecer líneas de relación directa entre elementos culturales amerindios originarios y elementos hispánicos (hablando de salud y curación). La realidad es que uno se encuentra en México con una multiplicidad de situaciones que no responden a clasificaciones tipo.
Fig. 2 Representación de la Limpia según la visión del artista Álvar Aparicio Tejido.
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